Al Caballero de la Triste Figura

Este año la celebración del Día Mundial del Libro encierra un eco mayor y esplendente: el 400º. Aniversario Luctuoso del escritor español, Miguel de Cervantes Saavedra. Se rinde homenaje al mejor escritor de todos los tiempos. Su ingenio creativo modificó para siempre el rumbo de la escritura literaria inaugurada casi dos mil años antes por los griegos, y prefigura con sus maneras de escribir las nuevas formas que luego se desarrollarían en los cuatro siglos siguientes.

Hay genios que son ingenios y cambian el mundo con su genialidad. Seres excepcionales que son ejemplo, modelo y camino para que otros avancen por su imaginación o por su pensamiento. En la época de Cervantes la civilización europea comenzó a dar giros con respecto a como se pensaba y se creía, para volverse sobre sí misma y corregirse y andar de nuevo por caminos inauditos, insólitos e inextricables. El ser humano se vio con otros ojos diferentes. Y Cervantes tuvo mucho que ver, desde la literatura, en esa transformación. Colón, Copérnico, Cervantes, Galileo y Descartes cambiaron la manera de vivir en el mundo.

Cuando uno escucha que Miguel de Cervantes es el primer autor moderno de la literatura todos lo aceptan sin objetar; casi nadie se pregunta por cuáles cualidades. Seguramente son mucho más que una, pero yo quiero resaltar la que me parece fundamental: Cervantes crea personajes que son contemporáneos a sus lectores. El cura, el bachiller, el barbero, los pastores, el ventero, las campesinas, son sus lectores o sus escuchas y están descritos y narrados en sus libros. (Algo de esto ya estaba prefigurado en El Decamerón y en El lazarillo de Tormes sin la certidumbre cervantina).

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Miguel de Cervantes fue bautizado en Alcalá de Henares, de donde se infiere su nacimiento, un probable 29 de septiembre de 1547. Estudió gramática en Madrid con Juan López de Hoyos. En octubre de 1571 participó en la Batalla de Lepanto (cerca de la ciudad griega de Návpaktos), quedó herido del pecho y perdió la mano izquierda. Siguió militando como soldado hasta que fue hecho prisionero por corsarios berberiscos. Estuvo cautivo en Argel e intentó escapar cuatro veces, sin lograrlo. Padres Trinitarios pagaron finalmente su rescate en 1580. Entonces, Cervantes dejó las armas y acogió las letras: comenzó a escribir obras teatrales, publicó una novela pastoril, La Galatea (1585). Quiso venir al Nuevo Mundo pero no obtuvo permiso por el Consejo de Indias. Fue recaudador de impuestos, de cuyas cuentas ante la Corona Real nunca salió limpio. Vivió en Sevilla, Valladolid y Madrid, siguiendo a la Corte. Publicó su primer Quijote en 1605; sus doce Novelas ejemplares en 1613, y escribió su segundo Quijote en 1615 como reacción al falso Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda. Murió en Madrid un sábado 23 de abril de 1616. En 1617 apareció su obra póstuma Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la que creyó ser su obra maestra. Fue también un grande poeta, que no ha tenido su merecimiento cabal. La calle del convento donde lo enterraron, irónicamente, hoy se llama Lope de Vega.

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Supongo que un hombre como Cervantes, quien primero peleó como soldado por España antes de escribir, tuvo más razones para exaltar las armas que las letras, pues en aquellos años la vida de los letrados y la de los soldados daban igual pobreza. Cervantes hace notar que es mayor la hazaña de quienes arriesgan la vida en la batalla, a sabiendas que ahí termina su existencia, sin mayor gloria que el olvido; quienes escriben y son deudores de sus editores (aquellos mecenas) esperan la paga y la gloria casi al mismo tiempo. Cervantes tuvo, en todo caso, siempre la razón puesto que buscó la fama en las armas y se resignó a su logro en las letras, algo de lo que no creyó tener certeza cuando murió. Quizá miró con admiración a Aquiles o a Eneas, o a Ulises, personajes guerreros. Y de esas batallas narradas, esperó que de las ficciones surgiera el motivo para vivir. Creo, eso fue en esencia lo que Cervantes pensó al escribir “el curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras” (capítulo trigésimo octavo de El Quijote de 1605). Y tocó un punto central de las letras, es decir, de las palabras dichas, pensadas o escritas: no sólo describen o reflexionan sobre la realidad inmediata sino que también la imaginan de manera alterna o simultánea. Y en ambos casos, la hacen creíble. De ahí provienen nuestros escritores y nuestros lectores: de los que imaginan también al decir la realidad que ven.

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En el prólogo que Cervantes escribió a su última obra Los trabajos de Persiles y Sigismunda (obra póstuma, 1617) tiene una alta conciencia de que su muerte es inminente. Son textos que hablan de una enfermedad ya inevitable. Los momentos de escribir pudieran tenerse como los últimos. Las primeras páginas del libro están llenas de poemas como epitafios. Cervantes confiaba mucho en que este su último libro sería el que en verdad le daría la fama buscada, primero por las armas y ahora por las letras, para que alguien más que un descendiente se acordase de él en los tiempos inmemoriales del futuro.

Escribió frases como: “el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”, al Conde de Lemos, su mecenas, el diecinueve de abril de mil seiscientos dieciséis. Y quizá su más conmovedora despedida a todos sus lectores, tal vez un día antes de su muerte o unas horas antes de perder la vida: “¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!”. ¡Hasta entonces, Maestro!


Marco Aurelio Larios, escritor

Este texto es una versión extendida del prologo incluido en el libro «Desde un lugar cuyo nombre… ensayo y cuento cervantinos» (Rayuela, diseño editorial, 2016).

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