Elogio de la locura vítrea

Algún lector treintañero quizá recuerde su libro de lecturas de la primaria. A uno de sus textos lo acompañaba la imagen de un hombre que dormía sepultado entre un montón de paja, de donde apenas asomaban las manos y el rostro con un semblante exhausto y tenso a la vez. En la imagen siguiente, el mismo hombre caía acorralado contra la pared donde se dibujaban algunas sombras. Y el pavor ante la amenaza de la proximidad ajena se congelaba en su grito.

Ese personaje era “El licenciado Vidriera”, una de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes. Si bien era un breve resumen del texto original y se reducía a exponer la desesperación de la locura de Tomás Rodaja (que después de un hechizo “imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio”) el texto escolar funcionó como un punto de fuga para la curiosidad lectora (como la colección Relato licenciado Vidriera de la UNAM).

Este año, alrededor del mundo se ha conmemorado el cuarto centenario de su muerte y no es para menos, puesto que Miguel de Cervantes escribió de puño y letra los fundamentos de la novela en español, idioma al que se le conoce como la “lengua de Cervantes” porque fue él quien la cinceló y encumbró entre las demás lenguas romances gracias a sus Novelas ejemplares, que fueron en un principio mucho más famosas que el ahora célebre Don Quijote de la Mancha.

En “El licenciado Vidriera” leemos la historia de un muchacho de once años que se encuentra a dos estudiantes en la ribera del río Tormes en Salamanca, a quienes les confiesa sus ganas de estudiar para convertirse en un hombre honorable. Los jóvenes lo reciben como siervo, a la vez que le facilitan educación. Pasan los años y los estudiantes regresan a su tierra mientras que el joven Tomás Rodaja decide volverse a Salamanca para continuar sus estudios. De camino hacia allí, se encuentra con un capitán de infantería que le cuenta maravillas y placeres de la vida militar. Encantado por la posibilidad de conocer ese mundo, Tomás se une al capitán en su viaje por tierras como Italia y Flandes. Luego de pocos años, Tomás emprende el regreso a Salamanca para retomar su estudio y graduarse en leyes. Tiempo después conoce a una mujer que se enamora de él a primera vista, sin embargo, ante los desaires de Tomás, la mujer opta por un hechizo que le auxilie en el convencimiento amoroso. Pero las cosas no salen nada bien, pues Tomás queda en cama, enfermo del cuerpo y la mente durante largos meses; recuperándose del cuerpo luego, aunque no de la mente, ya que pierde el entendimiento y lo posee la extraña locura de creerse de vidrio.

Decía que le hablasen desde lejos y le preguntasen lo que quisiesen, porque a todos les respondería con más entendimiento por ser hombre de vidrio y no de carne; que el vidrio, por ser de materia sutil y delicada, obraba por ella el alma con más prontitud y eficacia que no por la del cuerpo, pesada y terrestre”.

Comienzan entonces a llamarlo “licenciado Vidriera” mientras él deambula por las calles y pueblos, contestando preguntas, resolviendo acertijos, repartiendo consejos, sentencias y parábolas con dosis de humor e ingenio.

Pasaron más años, hasta que un religioso lo sanó de su locura y Tomás volvió a su oficio legislativo en la Corte, donde le fue imposible hacer una carrera de éxito pese a su sabiduría, porque para todos seguía siendo el loco licenciado Vidriera. De modo que se fue a Flandes, “donde la vida que había comenzado a eternizar por las letras, la acabó de eternizar por las armas, […] dejando fama, en su muerte, de prudente y valentísimo soldado”.

La historia de “El licenciado Vidriera” es simple y bien diferenciada en cada episodio (estudios, viaje, locura, cordura), pero el postulado de que el alma es más aguda y eficaz a través del vidrio nos deja la sensación de que la fragilidad del ánimo está ligada a la perspicacia y sensibilidad intelectual.

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Este aspecto lo ahonda la exposición “Fragilidad y belleza, un diálogo con El licenciado Vidriera”, montada en la Casa ITESO Clavigero, en la cual se muestran cristales de Bohemia y ruby glass, cristal prensado, grabado de pepita, entre otros.

Los objetos, que van desde vasos hasta material de laboratorio, dialogan con fragmentos del texto de Cervantes intercalados en las paredes, y hacen eco de las palabras que va diseminando el licenciado Vidriera durante la narración.

En cada copa laboriosamente detallada, que cobra vitalidad al llenarse de vino, parece habitar el ingenioso razonamiento de Vidriera que ilumina algún recoveco inadvertido hasta entonces.

Leyendo el texto de Cervantes y contemplando los objetos de la exposición, uno recuerda la rotundidad del vidrio, su cualidad de materia veraz, de hecho esencial aun a través de la subjetividad prismática.

Leemos que a Vidriera le preguntó un estudiante “en qué estimación tenía a los poetas. Respondió que a la ciencia, en mucha; pero que a los poetas, en ninguna. Replicáronle que por qué decía aquello. Respondió que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número; y así, como si no hubiese poetas, no los estimaba; pero que admiraba y reverenciaba la ciencia de la poesía porque encerraba en sí todas las demás ciencias: porque de todas se sirve, de todas se adorna, y pule y saca a luz sus maravillosas obras, con que llena el mundo de provecho, de deleite y de maravilla”.

Reconocemos que estas palabras sólo pudieron haber sido dichas por un ser de vidrio, elucidadas por una conciencia de cristal que ama a la verdad del fragmento más que a la complacencia de la cohesión.

La fragilidad y la belleza de las que se ocupa la exposición son a su vez un hilo conductor del texto cervantino en el que la belleza de la amistad, de la poesía y la muerte heroica, así como la fragilidad de la razón y de la opinión pública, conforman un vitral de perspectivas desde las que reconocemos al licenciado Vidriera, a Cervantes y a nosotros mismos.

Como señaló el filósofo y literato Fernando Carlos Vevia en la conferencia que inauguró la exposición vítrea, “de Cervantes podemos decir que crea en sus Novelas ejemplares una serie de personajes inolvidables, aun siendo tan breves. Ahí se nota cuando un escritor ha creado un personaje memorable. ‘El licenciado Vidriera’ ya no se puede olvidar”.

Y así ha sido durante los siglos en los que Cervantes, a través de Vidriera, loco y sabio, nos ha hablado de la vida, el arte y la muerte como finos acabados de un objeto admirable pero común: el ser humano.

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