Manual para morir en México: los cuentos de José Luis Valencia

No es extraño que algo se nos remueva en la panza al leer los cuentos de José Luis Valencia, quien ganó el Premio Nacional de Cuento 2020 Juan José Arreola con un conjunto de relatos que aparecen bajo el título “Los tiempos de Dios”, en una edición a cargo de la Universidad de Guadalajara. Y es que el país que nos retrata el autor se vive a través del estómago, que es la sede de las vísceras, esos cables musculares que transmiten los espasmos del miedo, las erupciones de los humores iracundos, las mariposas embriagadas del amor y los derrumbes provocados por la traición. 

Recapitulo algunos ejemplos que verifican lo anterior: “sentí un hueco helado en la panza” (P.17); “tenía la garganta seca y la panza dura” (P. 28); “el hueco de mi panza se llenó de ardor y coraje” (P. 40); “sentí que se me encendía el estómago y un escalofrío me sacudió de pies a cabeza” (P. 45); “pinche Calamaro, tiró la lanza directo a la panza” (P. 49); “me tiemblan las piernas y siento un agujero frío en la panza” (P. 62); “con la angustia entre la panza y la garganta camino hacia mi cuarto” (P. 68); “sintió en la panza que tenía que irse” (P. 92); “siento el filo de una pistola en la panza” (P. 103). 

El mensaje del cuentista es contundente: para entender a este país hay que escuchar a nuestra panza. Tiene razón, porque las palabras y las ideas, con sus reverberaciones, pueden engañarnos, pero lo que sentimos en la boca del estómago nunca miente. 

Valencia propone ocho historias para voltearnos las tripas: la desgraciada búsqueda de una hermana desaparecida; la inesperada violencia causada por un incidente de tráfico sin importancia; la devastación de un amor que se vuelve odio y que termina siendo tragedia, todo en un parpadeo; la traición, que uno comete sin querer, pero que luego se paga aunque uno no quiera; el mundo al revés –tan cotidiano– donde la decencia es apariencia, la indecencia es ley, hacer bien las cosas condena y ejecutarlas con truco puede salvar el pellejo; la inocencia aplastada de quien sufre la mala suerte propia y la mala entraña ajena; y, finalmente, el relato de dos amantes cuyas vidas se descarrilan por estar en el lugar y en el momento equivocados, es decir, por estar en casi cualquier parte México, a casi cualquier hora. 

El conjunto de relatos mantiene la tensión de un hilo conductor: vivimos en un país donde un pequeño error desencadena un gran horror. Un descuido, y te cambió la vida; cometemos una imprudencia inocente y lo que amamos se destruye al instante; una mala mirada, un gesto retador, y despertamos en un cuarto de tortura. Estamos a un chingatumadre de ser ejecutados. Por tanto, habitamos una realidad triste, inexorable y caprichosa, sin margen de maniobra. 

Valencia denuncia que en México vivimos caminando en la orillita. Cada día, al salir de casa, nos subimos en una cuerda floja. Basta un descuido inocente, una bravuconada ingenua, incluso una injuria involuntaria es suficiente para que perdamos el equilibrio y seamos devorados por el abismo. 

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