Scherer, el mito; Julio, el hombre 

Un 7 de abril de 1926 nació Julio Scherer, una de las más grandes figuras del periodismo mexicano. 

Scherer tuvo un talento descollante para el género de la entrevista; sus habilidades para navegar las procelosas aguas de la política eran excepcionales, y en una mirada general, la mezcla de sus cualidades y defectos personales fueron claves para la sobrevivencia del periodismo crítico del país. Nada menos. 

Ahora bien, Julio, el hombre, tuvo una relación ambigua con el poder político, de singular atracción y repulsión. Nunca aceptó dinero para beneficio personal –a diferencia de la abrumadora mayoría de periodistas de su época, y de muchos de la nuestra– pero resulta chocante recrear la escena de su salida de Los Pinos con un maletín con un millón de pesos, entregados a instancias del Presidente Echeverría para mantener Excélsior, ante el retiro de los anunciantes provocado por el mismo mandatario, como refiere Humberto Musacchio en su Historia Crítica del Periodismo Mexicano. 

Es un hecho que la privilegiada y peligrosa relación de cercanía que Julio mantuvo con el poder nunca condicionó su tono crítico, pero deja un sabor agridulce que él mismo acepte en Los Presidentes que buscando que trataran los problemas de salud de un sobrino suyo en una clínica de Estados Unidos, solicitó ese favor con cargo al erario público, a través de Fausto Zapata, entonces Jefe de Prensa de Presidencia. 

Consta que Julio construyó una relación de amistad con políticos prominentes para obtener información periodística para beneficio público, pero aturde la cantidad de regalos y favores que recibía de ellos, como él mismo reporta: pinturas de enorme cuantía económica, artesanías de alta gama, una camioneta último modelo (esta a cargo de Hank González), viajes y estancias vacacionales, y un largo etcétera. 

En descargo hay que decir que, en acuerdo con los códigos priístas a partir de los que tenía que actuar el periodista, no aceptar “regalos amistosos” podía ser considerado como una falta de respeto, prácticamente una muestra de enemistad, lo que cerraba cualquier interlocución confidente, y por tanto, clausuraba una valiosa fuente de información periodística. Punto para Juliao. También podemos recuperar el argumento de Vicente Leñero en Los Periodistas: “Julio Scherer considera que el auxilio del gobierno no es un favor, sino una obligación del gobierno relacionada con la libertad de expresión. No hay deuda que pagar. Si lo entienden de otro modo es problema suyo”. Con esta llevas dos, Julián

Agrego dos argumentos más. Primero, que las acciones de Julio que hoy nos generan resquemor (todos somos hijos de nuestra época) siempre estuvieron orientadas a poder seguir haciendo periodismo. Seguramente muchas de ellas le incomodaron, pero las aceptó en nombre de un bien mayor, que era mantener al periódico Excélsior, primero, y después a la revista Proceso, donde la crítica al poder ha sido posible. Al final del día, si no tienes dónde publicar, desapareces con todo y tu crítica, que se disuelve en el aire, por muy aguda y valiosa que sea. Para terminar, hay que agregar que muchas de éstas cosas las sabemos por el mismo Julio, que en sus libros decidió asumir la tarea de contarnos su propia historia –y de paso la nuestra: la de un país convulso y anhelante– con una honestidad inusual, que solo podemos agradecer. 

Por todo lo dicho, considero que este aniversario de su nacimiento hay que desacralizar a Scherer, el mito, y celebrar a Julio, el hombre, el periodista, el amigo incomparable del lector crítico. 

 

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