La reivindicación y la desvergüenza
Feministas y AntiAMlos
Por Héctor Andrade
En los últimos meses hemos vivenciado la sacudida de “la normalidad”, poco cuestionada antes del mes de marzo, fecha de inicio del confinamiento en México. A pesar de la nostalgia de esos días tan “irreflexivos”, la efervescencia de las protestas en las calles de las últimas semanas ha venido a recordarnos que la sacudida puede ser un generoso hábito.
Diversas movilizaciones y actos de protesta han decorado y adornado -incluso en sentido literal- las calles de las ciudades de México. Ocupación de instituciones públicas, toma de avenidas, acampadas en espacios públicos, marchas de automovilistas, monumentos decorados, inmuebles rotos y la instalación de “antimonumentos” han sido algunas de las expresiones más visibilizadas de las últimas protestas.
Vivimos sin duda una heterogeneidad de malestares e inconformidades cada vez más incontables. No obstante, cada una de ellas a su manera, coinciden en la incomodidad con la que el gobierno morenista está direccionando los asuntos públicos, así como con las dificultades económicas agudizadas por la pandemia del COVID-19.
El trayecto de dos años de mandato del partido MORENA ha sido suficiente para solidificar las fronteras ideológicas y políticas de la sociedad mexicana. Al igual que en los gobiernos progresistas de Hugo Chávez, Cristina kirchner, Evo Morales y Lula Da Silva y Dilma Russell, la sociedad mexicana dirigida por López Obrador, enfrenta ahora una polarización política que se materializa en las expresiones callejeras tanto progresistas como conservadoras. Sin pretender menospreciar a la diversidad de movimientos sociales y protestas actuales, podemos colocar el foco sobre el movimiento feminista como uno de los principales actores progresistas, así como al movimiento del Frente Nacional AntiAMLO (FRENA) como una expresión movilizatoria conservadora.
Estos dos movimientos como representantes de la creciente polarización de la sociedad mexicana nos permiten comprender las amplias diferencias entre las expresiones conservadoras y progresistas en México. Diferencias que nos orientan a visualizar el panorama de los movimientos sociales y las dificultades y posibilidades de un cambio social en los próximos años.
Comencemos pues por leer las expresiones feministas de los últimos meses. En primer lugar, cabe reflexionar que nos encontramos frente a protestas históricas que vienen a cuajar nuevamente en el siglo XXI. De acuerdo con el antropólogo Carles Feixa el movimiento feminista comienza con las demandas de derecho al voto en el siglo pasado, adquiere fuerza en los años 60 con la reivindicación de la libertad sexual, de expresión y de acceso al espacio público de las mujeres, para después pasar a una tercera etapa de lucha contra las violencias profundas de las sociedades que generan feminicidios.
Actualmente nos encontramos entonces con movilizaciones feministas que exigen una abolición estructural y cultural del predominio del patriarcado, así como de la exigencia de justicia por los altos índices de femicidio y sus impunidades. En términos generales: de una situación insoportable como mujer. Resulta nada descabellado comprender las acciones directas de decenas de manifestantes feministas que, a través de pintas en monumentos como el Ángel de la independencia, el Hemiciclo a Juárez; la toma de CNDH; los quiebres de cristales de las estaciones de Metrobús y uno que otro incendio, expresan un: “quiero quemarlo todo”, ejerciendo de esta forma un poder simbólico que atrae los reflectores tanto de los grandes medios de comunicación como de los alternativos. Sin embargo, resulta un grave error creer que toda feminista se atreva a incendiar las instituciones y los “apreciables” monumentos. El sentimiento de quemarlos se comparte por miles de ellas -y muchos de nosotros-, pero, las prácticas de protesta del movimiento feminista no se reducen a la acción directa.
Son meritorias otras acciones como las conquistas institucionales tal cual lo demuestra la Ley Olimpia de la Ciudad de México, que sanciona la violencia en las plataformas virtuales, la legalización del aborto en asambleas locales y las políticas gubernamentales y de instituciones privadas de equidad de género que se esfuerzan por equilibrar la situación económica, política y laboral de miles de mujeres.
Entiéndase entonces que nos encontramos frente a un movimiento legítimo, justo y con grandes posibilidades de un cambio social garante de la disminución de violencias de género y del cohabitar de una vida más digna para miles de mujeres.
Por el otro lado, al hacer la misma reflexión al movimiento FRENA, encontramos una serie de diferencias que evidencian la polarización de la sociedad mexicana. En primera instancia, cabe enfatizar que no es del todo claro entender una línea histórica del movimiento. Este no se explica sólo con el descontento de una parte de la sociedad contra la cancelación del Aeropuerto en Texcoco, los recortes y despidos en las burocracias federales y locales, el aumento de la gasolina, y el cobro de impuestos millonarios a las grandes empresas nacionales.
El esfuerzo de encontrar una historicidad precisa de entender el paulatino desgaste de algunas élites económicas y políticas de los últimos sexenios panistas y priistas. Desgates que han generado vacíos ideológicos que han sido ocupados lentamente por sectores opositores (partidos políticos, nuevas élites potenciales y sectores populares con trayectos partidistas) que asumen instituciones de mando político. Entendemos entonces que, a diferencia del movimiento feminista, FRENA representa una quimera, una amorfalidad de reclamos, muchos de ellos materialistas que son más identificables con la historicidad de los trayectos políticos personales de su líder Genaro Lozano y su promotor J. Antonio Fernández Carbajal (El Diablo).
El movimiento antiAMLO funge más como un protocolo de las élites económicas que buscan legitimidad abriendo la puerta del movimiento a sectores populares agraviados por algunas políticas morenistas; huecos que, a pesar de ser ocupados por sectores marginados, no logran dar soporte al movimiento. Durante las últimas semanas pudimos apreciar en las redes sociales cómo muchas de las casas de campaña del plantón instalado en el zócalo capitalino y otras avenidas principales de la Ciudad de México se encontraban vacías, también conocimos videos virales en donde las casas de campaña fueron abiertas a las personas indigentes para sumar adeptos, y también apreciamos la fragilidad del movimiento cuando fuertes vientos elevaron varias de estas casas por los cielos, materializando la metáfora de un movimiento aún hueco y más etéreo que cimentado, el poema antecediendo y explicándonos la realidad.
A pesar de que el movimiento FRENA no posee una historicidad propia, ni una articulación de sus bases, cabe hacer mención que puede comenzar a hacerse de ambas. Pues a diferencia del movimiento feminista cuenta con recursos muy robustos (las arcas del Fomento Económico Mexicano, por ejemplo) que pueden darle aliento y cohesionar cada vez más a sectores populares descontentos. Recordemos que tanto en Venezuela, Brasil, Argentina y Bolivia los grupos conservadores desarrollaron aceleradamente movimientos sociales durante los mandatos de partidos progresistas.
Dichos movimientos adaptaron repertorios de acción de los movimientos de izquierda como las marchas, acampadas, usos de dispositivos tecnológicos y performances, logrando posicionarse en las más cercanas elecciones hasta retomar el control de los Estados mediante estas acciones o mediante el uso de las armas y de la biblia como en Bolivia de 2019 (golpe duro) o del golpeteo sucio institucional como en Brasil de 2016 (golpe blando).
Podemos de igual forma identificar la polarización política que se va tejiendo en México mediante las reacciones sociales que generan ambos movimientos. Por parte del movimiento feminista es evidente un malestar conservador que estigmatiza su protesta y sus exigencias.
Pensamos el estigma a la manera de Erving Goffman como un acto de violencia simbólica dirigido a las mujeres activistas las cuales se transforman en “sujetas irracionales”, “agresivas”, “desorientadas”, “locas” desde los medios de comunicación masiva, construyendo así una imagen negativa de toda activista. La feminista es leída y difundida como un sujeto “indeseable” y “agresivo” haciendo caso omiso de las violencias de género estructurales y culturas, mientras se resalta este estigma.
Por su parte el movimiento FRENA se posiciona en los medios como un movimiento políticamente correcto, pacífico y legitimo mediáticamente. No obstante, no escapa de los ataques de sectores progresistas de la sociedad que no dejan pasar de largo sus contradicciones. Recuérdese las frases: “¿Dónde estaban cuando el fraude de Calderón?”, “¿Qué privilegios se les han quitado?, ¡Los obreros movemos a México, pinches ridículos!…
Finalmente cabe enfatizar que una de las diferencias más demarcadas entre el movimiento feminista y FRENA, es que muchas de las protestantes del primero mencionado, poseen una experiencia formativa como “sujetas políticas” que se adquiere mediante la experiencia propia, los flujos informativos y los imaginarios de movilizaciones antecedentes como Ayotzinapa, #YoSoy132, el #8M, #24A e inclusive las protestas de chilenas y argentinas de 2019, la cual funge como un capital cultural y político que nutre al movimiento, mientras el FRENA carece de este tipo de experiencias, sin embargo, ha dado el primer paso que es perder la vergüenza de protestar.
A sabiendas de que la polarización política aquí empíricamente representada es sólo una muestra de la complejidad de actores y movilizaciones en México, es posible sostener que tanto los movimientos progresistas como los conservadores actuales son representativos de las dificultades políticas que enfrentaremos los próximos años.
Exigencias históricas y legítimas como las enarboladas por el feminismo seguirán compartiendo el escenario con movimientos de intereses obnubilados que irán apareciendo aceleradamente y adquiriendo saberes y tácticas para recuperar el poder político y dirimir su nostalgia.