Abirám Hernández. El precio de la solidaridad

Por Alberto Colin Huizar

 

Abirám Hernández fue un joven sociólogo y abogado, defensor de derechos humanos en Veracruz. Hace casi nueve años, fundó junto con profesores y activistas el Colectivo por la Paz Xalapa, en el marco de una visita de la caravana de justicia y dignidad que encabezaba el poeta Javier Sicilia, en un ambiente hostil por la criminalización hacia las personas que acompañaban el incipiente movimiento de víctimas. De manera más reciente, Abirám se integró al trabajo político-jurídico del Centro de Servicios Municipales Heriberto Jara, el cual entre sus múltiples tareas, se dedica a acompañar diversos casos de personas desaparecidas y violaciones de derechos elementales.

Uno de esos casos fue el de Ernestina Ascensio, mujer nahua de la zongolica, quien en 2007 fue víctima de violencia sexual por parte de elementos del ejército mexicano. Ernestina murió por las heridas del ataque y el proceso jurídico argumentó la responsabilidad directa del Estado en su homicidio, a pesar de la impunidad de las procuradurías estatales que cerraron el caso [1]. Dichas experiencias de trabajo con víctimas ocupaban gran parte del empeño cotidiano de Abirám, así como el apoyo solidario con distintas luchas sociales en la búsqueda de la justicia.

El sábado pasado Abirám fue asesinado a golpes dentro de su domicilio en la colonia El Sumidero en Xalapa. A pesar de la actual militarización de Xalapa, con patrullajes en las calles por parte de elementos de la Marina como consecuencia de la crisis de las corporaciones policiales locales, hasta el momento no hay testigos ni tampoco detenidos por el lamentable suceso. No obstante, el golpe ya había cimbrado los corazones de sus familiares y amigxs. La noticia se difundió rápidamente en medios locales y entre grupos de WhatsApp. La rabia, el dolor, la tristeza y el temor se conjugaron en un combo de emociones desbordantes.

Al calor de la noticia, una convocatoria en redes llamó a distintas organizaciones, colectivos, estudiantes, fotógrafxs y profesorxs a una concentración en la plaza Regina. Al filo de las cuatro de la tarde del mismo día, casi cincuenta personas portaban pancartas y fotos con el mensaje #JusticiaParaAbiram. Los rostros ocultos por lentes oscuros mostraban de forma implícita el miedo y el dolor que no se puede esconder en momentos como este. Una mujer sostenía una flores, otra un par de veladoras. En la parte baja de las escaleras otra mujer extendía una lona con las fotos de 413 personas desaparecidxs, casos registrados por las organizaciones y colectivos del norte, centro y sur de Veracruz. Los largos silencios entre las decenas de personas postradas en las escaleras al pie de la capilla, eran señal de un profundo golpe a las colectividades. En medio de ese silencio, el grito de justicia alentaba el coraje que cada una traía en el pecho.

La concentración se propuso como un acto de memoria y justicia para Abirám. Allí se reunieron sus hermanos de Abirám junto a compañeros y compañeras de lucha, donde destacaba la mayoría de mujeres quienes hablaban y se abrazaban entre sí para poder reconfortar el dolor de manera colectiva. Hace un tiempo un compañero defensor de derechos humanos en Veracruz me dijo que el movimiento de familiares de lxs desaparecidxs es un movimiento constituido en su gran mayoría por mujeres. Madres, hermanas, hijas, primas, tías e incluso abuelas buscan a sus familiares y tienen que sufrir el indescriptible dolor por la incertidumbre permanente del paradero de sus seres queridos. En muchas ocasiones, tienen que soportar las indolentes actitudes de funcionarios y el menosprecio de su digna lucha. Realizan plantones en la Fiscalía, protestan en las calles y realizan amplias jornadas de búsqueda a partir de su propia organización, donde caminan durante horas en el cerro y en terrenos baldíos guiados por algunas pistas para encontrar fosas o cualquier resquicio que permita ubicar a sus familiares.

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Abirám entendió pronto que el acompañamiento de las familias víctimas de desaparición implica ser una mediación entre la presión con el Estado y el dolor que irradia el colectivo de mujeres. No se puede acompañar estos procesos desde la distancia. La empatía es fundamental para caminar junto a ellas, escuchar sus dolores, respetar sus decisiones y abonar en la construcción de un camino a la justicia. Ese trabajo de solidaridad y acompañamiento en estados como Veracruz es de alto riesgo. El asesinato de Abirám demuestra que en la actualidad no existen garantías fehacientes que permitan de manera cabal la defensa de los derechos y menos en un escenario estatal cada vez más peligroso. Con esta lucha, también se trastocan intereses muy complejos donde se involucran las acciones del Estado y de las corporaciones criminales que hacen dinero con la vida y la muerte de las personas; es decir, la necropolítica que carcome el tejido social.

Ese triste sábado de marzo, en la plaza Regina, en medio de silencios, lágrimas, abrazos y suspiros entre compañeras y compañeros, recordé que el Subcomandante Insurgente Galeano planteo alguna vez que “nuestro destino no es la felicidad. Nuestro destino es luchar, cada día, en todo momento, a toda hora, en todos los lugares”. Creo que es cierto. El asesinato sistemático de personas defensoras de derechos humanos y de acompañantes de procesos en búsqueda de justicia como Abirám, aquellos que anhelan construir la paz social en medio de tanto horror, sacude nuestra cotidianeidad y nos recuerda lo mucho que falta por hacer en este país para vivir sin miedo y con la frente en alto.


Referencias:

[1] Véase la memoria del foro “México ante la justicia internacional: Violaciones a los Derechos Humanos de mujeres indígenas”, CIESAS-Golfo. Disponible en: https://golfo.ciesas.edu.mx/mexico-ante-la-justicia-internacional-violaciones-a-los-derechos-humanos-de-mujeres-indigenas/

 

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