Reducir el consumo de carne y lácteos es la solución más efectiva frente a la crisis ambiental

Como hemos advertido en diferentes ocasiones, la crisis ambiental que está llevando al límite de soporte biológico al planeta nos exige medidas personales y colectivas urgentes. La especie humana ha logrado modificar a tal nivel las condiciones geológicas y climáticas que hay un consenso general de haber llegado a uno de los momentos de mayor fragilidad para la biósfera*.

Bajo la perspectiva ambiental, no hay opciones sencillas ni salidas fáciles, y las políticas globales no están funcionando porque son incapaces de tocar las bases de la lógica de producción y consumo capitalista. La contradicción entre producción y deterioro ambiental, acumulación para unos cuantos por medio del despojo de los recursos comunes, nos conduce a un escenario obligado de decrecimiento*.

La mala noticia es que las estrategias del decrecimiento, están dirigidas por una élite que instala políticas de exterminio, con planes regionales de intervención y control en centros de biodiversidad y recursos energéticos. Nuestra posición en ese contexto se juega en varios tableros; por un lado, necesitamos involucrarnos en la toma de decisiones regionales y globales, dando batallas a nivel institucional para implementar mejores políticas de movilidad, transición a uso de energía renovables, transparencia en el manejo de recursos, mecanismos sustentables de producción agrícola, educación ecológica y transformación en los valores que fomentan la cultura del “usar y tirar”*.

Por otro lado, estamos convocados a transformar nuestros hábitos cotidianos y por eso quizás las batallas más relevantes se juegan en el contexto personal.* En ese contexto, a mediados de este año Joseph Poore y Thomas Nemecek (investigadores de las universidades de Oxford y Zúrich, respectivamente) publicaron un estudio en el que analizaron las acciones inmediatas que es posible emprender y que son capaces de reducir significativamente el impacto humano sobre el medioambiente.

Reducir e incluso suprimir la carne y los lácteos de la dieta cotidiana, resultó ser la solución más efectiva de las opciones exploradas. Poore y Nemecek llegaron a esta conclusión luego de analizar el hecho de que de la superficie terrestre destinada a la producción de alimentos, 83% se utiliza para la producción de carne o de productos lácteos, lo cual genera el 60% de los gases de efecto invernadero relacionados con la agricultura y, en contraste, provee únicamente un 18% del total de calorías y 37% de las proteínas consumidas por la población mundial.

Según este mismo cálculo, si la especie humana dejara de consumir carne y lácteos, la superficie de la Tierra destinada actualmente a la producción de alimentos se reduciría en un 75%, lo cual equivale al territorio combinado de Estados Unidos, China, Europa y Australia.

Además de la reducción significativa de gases asociados con el calentamiento global que este cambio implicaría, otras consecuencias benéficas de una modificación radical de la dieta humana serían la recuperación de la acidificación natural de los suelos y la limpieza general de los cuerpos de agua que se usan en la producción alimentaria.

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De acuerdo con los investigadores, la agricultura es el sector que genera la mayor cantidad de problemas para el medioambiente, pues actualmente supone la transformación o franca destrucción de hábitats enteros, desde las condiciones climatológicas de una región hasta la afectación de las especies (de todos los niveles) que pertenecen a los diferentes hábitats.

Producir 100g de carne de res, por ejemplo, genera 105kg de gases de efecto invernadero, mientras que producir 100g de tofu genera apenas 3.5kg. Es ese desequilibrio el que afecta enormemente el entorno donde se asienta un punto de producción de carne y lácteos. No es casualidad que, como señaló otro estudio, actualmente casi nueve de cada 10 mamíferos sobre la Tierra son ganado o seres humanos.

Poore y Nemecek reconocen que lograr un cambio en este campo no es sencillo, no sólo por los hábitos de dieta y consumo ampliamente extendidos entre la población mundial, sino también por los intereses económicos de dicha industria. Pero de nuevo, la situación nos exige una mirada bifocal; mirar la tragedia y abrazar en lo personal las posibles soluciones es la posición más realista y menos frustrante. Es también la más difícil porque preferimos negar los hechos, antes de comprometernos a transformar nuestra vida.

Cuestionar nuestros privilegios y modificar nuestros hábitos poco a poco pero con firmeza es el primer paso, compartir información como esta con sensibilidad y empatía, sin caer en el “narcisismo de las pequeñas diferencias” (ese fenómeno de sentirse superior porque consideramos que nuestro proceso es mejor y más relevante que el de las otras personas), es parte de ese primer compromiso. Lo cierto es que si no actuamos pronto, si no mejoramos nuestra relación personal con el entorno y colectivizamos nuestras experiencias, ya no habrá mucho por hacer pare contener el colapso*.

Con información de SciencePoore y Nemecek | Selección, edición y comentarios del Colectivo Alterius

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