Sanar las cicatrices, carta abierta a Hubert Matiúwàa
"Te puedo contar, querido Hubert, que tus poemas me vuelven a conectar con la gracia del lenguaje, ese artilugio que sostiene al mundo y sus provocaciones; esa fuerza que atrae y construye realidades" escribe Rocío González para Vía Alternativa.
Por Rocío González
Para Hubert
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La poesía se ha llenado de cicatrices. Su discurso es tan urgente como el dolor que provoca, no hay manera de obviarlo ni fuerza que lo sostenga. Viene de muy lejos y se transfigura en razones para seguir hablando, contando, escribiendo. ¿Qué otra cosa nos daría la fuerza para persistir? Te puedo contar, querido Hubert, que tus poemas me vuelven a conectar con la gracia del lenguaje, ese artilugio que sostiene al mundo y sus provocaciones; esa fuerza que atrae y construye realidades.
Hay un temblor en la magia de tu poesía, te derrumba o te fortalece, pero no puedes ser indiferente a sus designios. ¿Es que existe una realidad que contradiga la belleza de tus textos, aunque se siga hablando de muerte y desapariciones? ¿Quién inventa el absurdo de tanto dolor y tantos versos para nadie? ¿Qué mitiga ese dolor tan ancestral como tu pueblo?
Quisiera poder hablar de tu lenguaje y lo que hace poéticamente cada una de tus líneas, pero la realidad que nos muestras es tan compleja y dura que es imposible obviar el tema:
“Nuestras semillas agusanan los cuerpos/trasnochan en ataúdes, /nos cubren el hambre, /bordan nuestros nombres en los diarios, /en el filo de los machetes/ y en las balas que buscan tu nombre.”
Cómo poetizar el dolor y la injusticia que viven nuestros pueblos todos los días, esos pueblos que nadie mira y de los que nadie habla. Valoro el riesgo que asumes, aunque sea tan difícil la compresión y la empatía.
Cómo andar en tu montaña sin oír los susurros de los muertos, sin ver a las mujeres temblando de terror en los relámpagos y a los niños convertidos en calabazas. Quisiera creer que la poesía es tu caparazón y que podrás transitar en los versos que te hacen más fuerte y más consciente de la realidad. En tu lengua ocurre el mundo y esa manera tan personal de mirar la vida y, por ende transformarla.
“En la noche también arden las vidas que hacen posible que nuestro idioma siga vivo; hay otras noches en las que nuestro pueblo dialoga sobre esa posibilidad que se asoma entre silencios y metáforas, como la construcción de ese amor que es esperanza y a la vez ilusión que se pretende eterna.”
Ojalá esa lengua tuya impidiera el paso de la usura y de la sangre innecesaria. Ojalá que tu lengua cantara más y no tuviera necesidad de defenderse. Ojalá que encuentres a tus hermanos desaparecidos y puedas seguir hilando versos contra la tristeza.
El pueblo Mè’phàà construye su ritualidad amparado por la montaña, esa madre de tierra que conoce todos los caminos y se expresa en una lengua un poco dura, acorde a su entorno, su clima, sus alimentos y sus costumbres. De raíz otomangueana deriva la lengua mè’phàà, cuya ritualidad se expresa fundamentalmente en la creencia del nahualli y el tonalli, destino y fuerza del individuo. Esas fuerzas poseen el poder de la transformación en animales y pueden hacer llover y combatir con sus contrarios de manera aventajada. Sin embargo, esa posibilidad no siempre sucede y se llevan a niños indefensos.
“En sus huesos, / fue creciendo el llanto de sus amiguitas, las niñas de Marutsíí, / que pedían oído al polvo y a las piedras/ para que no se lo llevaran.”
Por otra parte, aunque la mayoría son católicos, conviven con otras ritualidades, como “la rifa del maíz, la medida del brazo por el palmo servía para adivinar si iban a sanar o morir los enfermos…” Sus ceremonias giran en torno al ciclo agrícola y sus festividades, que son diversas y abundantes, dependen de la organización religiosa de cada pueblo.
Ojalá querido Hubert, que tu palabra siga cantando con alegría y sin desesperanza, que haga eco en tu montaña y nos despierte.