Nadia López García #VocesVioletas

#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.

Nadia López García (Oaxaca. 1992) Poeta, traductora y pedagoga. Su trabajo ha sido publicado en espacios como Tierra Adentro, La Jornada, Punto de partida, Tema y Variaciones de Literatura, EstePaís, Pliego16, Círculo de poesía, Sinfin, entre otras. Es Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle 2017, participó en el Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México y en el Festival de Poesía DiVerso.

Colaboró en la organización del Primer Encuentro Mundial de Poesía de los Pueblos Indígenas y ha brindado talleres de creación poética para niños y migrantes en Oaxaca y el Distrito Federal. Es responsable de la columna de creación literaria “Alas y Flores” de la Revista Cultural Mexbcn  de Barcelona, España. Colabora en el proyecto  de traducción de la Enciclopedia de la Literatura en México y fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía del 2015 al 2017.

A continuación presentamos una breve selección de su obra poética:


BLUE 52

 

“En 1989
un equipo de oceanógrafos percibió un canto de ballena
que no se correspondía con ninguna especie conocida,
pues canta a una inusual frecuencia de 52 Hz,
quedando completamente fuera
de las capacidades vocales
y auditivas de otras especies
The New York Times.
“Song of the Sea, a Cappella and Unanswered”, 2004.

_____

_____

Miro el galope erguido de potros blancos,

desaparecen en la espuma de este mar que brama

en estruendos de agua y sal.

Siempre la misma voz de trueno,

siempre las mismas olas.

Me cuesta imaginar los bordes de tu canto

en este mar, donde el oído no basta,

imaginar el viaje sonoro de tu voz

resonando en la nada.

Blue 52 –como te han llamado-

quizá eres la única que ha conocido


la soledad más profunda,

rodeada de pájaros marinos

vagas sin que adviertan tu canto,

nada saben de ti.


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Tal vez la soledad es eso,

una voz vibrando en un desierto de ecos

sin que nadie advierta su presencia.

Me pregunto qué dirás con esa voz de 52 Hercios

tan parecida al silencio,

pienso en las historias de ballena que podrías contar,

en el amor que no acude a tu llamado

y en el horror de saber que la semilla de tu voz

es infértil.

Sigo mirando el tropel de las olas,

suspendida en este azul crepitar de aguas,

buscando la palabra exacta

que haga audible mi pensamiento

en esta hoja de arena.

Por el horizonte, la tarde se desborda

refulgente y absorta en sus colores trenzados

al agua, insensible al canto de una ballena

condenada a hablar como címbalo que retiñe

en el silencio más mudo e impávida

ante la mano que escribe y no encuentra

que naufraga y enmudece.


EL GATO

Tal vez fue darnos la vuelta

y dormir de espaldas, sin tocarnos,

o quizá comer con prisa,

sin decir siquiera una palabra.

Tal vez fue dejar que tus antes

y mis antes, siguieran viviendo

en las escamas de cada reproche;

quizá fue alimentar más al gato

que a nuestro amor:

él tan obscenamente gordo

y nosotros tan tristemente hambrientos

               —necesitados—

del alimento que habitaba en la piel del otro.

Quizá sólo fue juntar soledades

e irnos muriendo de a poquito

así como el gato y sus 12 kilos

que arrastraba con dolor,

y no por ello dejaba de comer

e incluso de pedir más.

A leguas se notaba que no era feliz

comiendo y aun así sus mandíbulas

no pararon.

Tal vez fue eso, todo eso,

o quizá en ocasiones

sólo deseamos aquello

que nos hará infelices.


CIRUELO

 

El árbol había resistido la sequía,

el casi eterno vendaval

y aquella plaga

que lo despojó de toda grandeza.

Pese a ello y con obstinación de roble

permaneció en pie.

Vivió como un barco encallado,

una casa de juegos

para la niña que fui.

Quizá por ello mi madre

—en contra de su obsesión

por llenar el patio sólo de árboles

majestuosos, fuertes y sanos—

le concedió más vida.

Por meses creí

que ella premiaría la perseverancia

del ciruelo,

su voluntad para seguir anclado

a este mundo.

Pero me equivocaba,

la prórroga llegó a su fin:

A veces la voluntad no es suficiente,

la escuché decir,

mientras el árbol era derribado.

Nadie supo en casa

por qué no protesté, ni pude llorar

como tampoco supieron

que por años odié al ciruelo,

lo desprecié

por no haber resistido

la mano de mi madre,

por ser árbol

y no quedarse.


MUDANZA

Esta es la voz de una mujer nómada

no de una sedentaria,

digo mudar como se dice:

posibilidad, supervivencia, desarraigo.

Costumbre y rutina:

                               palabras como heridas

a las que me resisto, ahuyentando

toda ocasión de permanencia, de hábito.

El espeso olor a muerte crece en la quietud,

en la pesadez de los días

sujetos al clavo de siempre.

Después de un tiempo

cualquier sitio deja de ser habitable

necesario es entonces, mudar espacio y cuerpo,

necesidades y placeres,

cambiar de sitio.

Qué complicado es habitar un espacio nuevo

y qué sencillo dejar el antiguo.

Del nuevo, las fatalidades:

limpiar las marcas y presencia

de inquilinos anteriores,

acomodar objetos

que pronto serán llevados a otro sitio,

acostumbrar calles y plazas a mis pies

sabiendo que enseguida serán olvidadas.

Yo soy de las que abandona

de las que siempre busca

ese algo, escurridizo,

oblicuo del que nada se sabe

y siempre ha de buscarse

pues al final de toda mudanza

sólo está la siguiente.


SERMÓN DESDE LA COCINA

Bienaventurados aquellos que sin un centro

tienen esa forma rigurosa y modesta

de la cebolla, esa brillante redondez

y vigor para echar raíces,

aun, sin tierra para anclar.

 ♦

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1 comentario

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