Brenda Ríos #VocesVioletas

#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.

Brenda Ríos. Editora, escritora y traductora. Sus libros pueden ser descargados de manera libre en cuadronegroediciones.org. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Becaria de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas, FONCA Jóvenes Creadores, Residencias Artísticas, PECDAG.

A continuación presentamos una breve selección de su obra poética:


Orden del día

Los hombres que quise se llevaron todo.

El dinero, los libros, lo que yo era.

Con la cuenta vacía, la casa vacía, los ojos vacíos

regresé y cerré la puerta.

_____

_____

No había modo de salir.

Grité por días pero no hubo nadie.

Me doblé del agotamiento.

El cielo cambió de color y ahí estaba yo

olvidando quién fui

recordando quién fui

todo a la vez en extrema confusión.

Qué difíciles tiempos para ser una,

para hacerse, para contarse, para darse.

Qué terribles días para sanar


y enfermar de nuevo

el ardor, la fiebre, la palabra dar.

Había un muchacho en la piscina,


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era hermoso.

Entraba al agua y el mundo quedaba suspendido

no podía dejar de verlo

puro músculo, piel tensa, casi podía tocarlo con los ojos

las perlas del agua lo cubrían

como un collar extra grande, perlas transparentes,

parecía que una mujer le había llorado encima

con lentitud y pereza, lánguidas lágrimas

un traje traslúcido que servía para no

hundirse.

Él era agua bebiendo el agua de la piscina,

él era fuerza

y yo, a dos carriles de él,

me sometía.

Mis pies estaban pegados al azulejo

del fondo

mis ojos querían amarlo

entrar en él

verlo dormir

pero recordé quién era yo

noté quién era él

y mi casa vacía se hizo presente.

Yo era la casa sin muebles,

él era la abundancia, las uvas, el pan, el queso, la miel, la mantequilla,

nada quedó para mí

pues los hombres que quise y quise mucho,

se llevaron todo.

Mi casa sufrió un incendio.

Yo soy las cenizas.


◊◊

 

Prestaciones

La mayor aspiración de mi familia,

de mi generación,

de mis amigos

es tener un buen empleo.

Cualquier empleo.

Una plaza fija.

Vacaciones pagadas, prestaciones, café ilimitado, clips metálicos,

fotocopiadora en un cuarto aparte,

persianas de plástico, como tiras de algo blanco que permanece,

qué belleza el pvc fracturado,

no podemos aspirar a más porque no hay más.

Lo sé, lo sabe mi familia, mis amigos, mi generación entera.

Y heme aquí, convertida en una gran empleada,

subida en el autobús del gran sueño de tantos,

dispuesta a gritar cuando los objetos se acercan al borde de la mesa.


Días

Era la época en que comía tan rápido que mis

amigos tenían miedo

de lo que sucedía conmigo.

No pude dar explicación alguna.

De un día para otro

me dominó una prisa extraña

cierta inquietud sin nombre,

de notar el agua salir del grifo

desbordada y poderosa,

un chorro dirigido al desagüe,

no hice nada por cerrarla.

La dejé salir, la dejé llegar a donde iba.

El agua llegó a donde, muy probablemente, iremos todos.

Cuando la cocina se inundó pensé que ya era suficiente.

Días aquellos en ver por la ventana sin ver nada,

sin pensar nada:

uno es un objeto sobre el paso del sol en la recámara.

Mañana, tarde, noche, da igual,

el sol viene, va, el agua se abre, la ventana se abre

y  lo único que puedo hacer es comer con prisa

imaginando que el camino de agua, de luz, de permanencia,

terminará de un momento a otro.

 

 

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