Brenda Ríos #VocesVioletas
#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.
Brenda Ríos. Editora, escritora y traductora. Sus libros pueden ser descargados de manera libre en cuadronegroediciones.org. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Becaria de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas, FONCA Jóvenes Creadores, Residencias Artísticas, PECDAG.
A continuación presentamos una breve selección de su obra poética:
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Orden del día
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Los hombres que quise se llevaron todo.
El dinero, los libros, lo que yo era.
Con la cuenta vacía, la casa vacía, los ojos vacíos
regresé y cerré la puerta.
No había modo de salir.
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Grité por días pero no hubo nadie.
Me doblé del agotamiento.
El cielo cambió de color y ahí estaba yo
olvidando quién fui
recordando quién fui
todo a la vez en extrema confusión.
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Qué difíciles tiempos para ser una,
para hacerse, para contarse, para darse.
Qué terribles días para sanar
y enfermar de nuevo
el ardor, la fiebre, la palabra dar.
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Había un muchacho en la piscina,
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era hermoso.
Entraba al agua y el mundo quedaba suspendido
no podía dejar de verlo
puro músculo, piel tensa, casi podía tocarlo con los ojos
las perlas del agua lo cubrían
como un collar extra grande, perlas transparentes,
parecía que una mujer le había llorado encima
con lentitud y pereza, lánguidas lágrimas
un traje traslúcido que servía para no
hundirse.
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Él era agua bebiendo el agua de la piscina,
él era fuerza
y yo, a dos carriles de él,
me sometía.
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Mis pies estaban pegados al azulejo
del fondo
mis ojos querían amarlo
entrar en él
verlo dormir
pero recordé quién era yo
noté quién era él
y mi casa vacía se hizo presente.
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Yo era la casa sin muebles,
él era la abundancia, las uvas, el pan, el queso, la miel, la mantequilla,
nada quedó para mí
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pues los hombres que quise y quise mucho,
se llevaron todo.
Mi casa sufrió un incendio.
Yo soy las cenizas.
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Prestaciones
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La mayor aspiración de mi familia,
de mi generación,
de mis amigos
es tener un buen empleo.
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Cualquier empleo.
Una plaza fija.
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Vacaciones pagadas, prestaciones, café ilimitado, clips metálicos,
fotocopiadora en un cuarto aparte,
persianas de plástico, como tiras de algo blanco que permanece,
qué belleza el pvc fracturado,
no podemos aspirar a más porque no hay más.
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Lo sé, lo sabe mi familia, mis amigos, mi generación entera.
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Y heme aquí, convertida en una gran empleada,
subida en el autobús del gran sueño de tantos,
dispuesta a gritar cuando los objetos se acercan al borde de la mesa.
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Días
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Era la época en que comía tan rápido que mis
amigos tenían miedo
de lo que sucedía conmigo.
No pude dar explicación alguna.
De un día para otro
me dominó una prisa extraña
cierta inquietud sin nombre,
de notar el agua salir del grifo
desbordada y poderosa,
un chorro dirigido al desagüe,
no hice nada por cerrarla.
La dejé salir, la dejé llegar a donde iba.
El agua llegó a donde, muy probablemente, iremos todos.
Cuando la cocina se inundó pensé que ya era suficiente.
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Días aquellos en ver por la ventana sin ver nada,
sin pensar nada:
uno es un objeto sobre el paso del sol en la recámara.
Mañana, tarde, noche, da igual,
el sol viene, va, el agua se abre, la ventana se abre
y lo único que puedo hacer es comer con prisa
imaginando que el camino de agua, de luz, de permanencia,
terminará de un momento a otro.
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