Michelle Pérez-Lobo #VocesVioletas
#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.
Michelle Pérez-Lobo nació en 1990 en la Ciudad de México. Estudió Literatura Iberoamericana en la Universidad del Claustro de Sor Juana (donde también tomó algunos talleres literarios) y la maestría en Lexicografía Hispánica en la Escuela de Lexicografía Hispánica de la Real Academia Española. Trabaja en Ediciones Era y edita la revista independiente La Peste. Ha publicado poemas en el suplemento cultural Confabulario del periódico El Universal y en revistas como Tierra Adentro, Mula blanca, Cuadrivio, La rabia del axolotl, Pinche Chica Chic, Rojo Siena, dearBabe y La hoja de arena, además de ensayos, traducciones, cuentos y minificciones en revistas como Pánico, Des/linde, Nocturnario, Crónica Ambiental, Vozed, dearBabe, Lengua Viva y La Peste. Lleva el blog lahijadebartleby.wordpress.com.
El texto y yo
◊
No sé qué hacer
para apropiarme del texto
asediarlo
ser su carne
leerlo
de adentro hacia afuera
acercarme más
tanto
que se borre se anule
tan cerca
que su textura se nuble
penetrarlo
hasta que el texto
no sea texto
sino luz
Perec nunca usó acondicionador
◊
Georges querido Georges
qué buena cabellera tenías
victoriosa amena festiva
los folículos pilosos orientados hacia las nubes
también hacia la izquierda hacia la derecha
esponjados formando un horizonte
una selva en expansión
cabellitos luminosos como rayos solares confundidos
los voladores los desordenados los volátiles
sacándole la lengua a la gravedad
◊
Vivían incrustados en tu testa
hilos cafés volteando a ver el techo
hebras oscuras jalándote hacia el cielo como globo
Escucha nuestro podcast
mientras otra madeja luchaba por enraizarte
por evitar que huyeras a un país de reglas extravagantes
como esos que creabas
hablo de esos otros risueños rizos Georges
los que formaban tu barba de chivo
barbita de candado/candado frondoso
vello que se derretía desde la punta de tu rostro
como una cascada de sabiduría y
goteaba
como un sauce de cabeza y
lloraba
para tocar tu cuello y
caía
para mantenerte de pie
La casa entre tu cabellera y tu barba Georges
eras tú quien la amueblaba de colores
tu cerebro enredado adentro como tus chinos
girando y creando espirales con cachivaches posibles
calentado por esas dos alfombras dulces
◊
La gente juguetea con su cabello
Los caireles son especialmente jugables
por su naturaleza de resbaladilla y de resorte
Georges sospecho que jugabas con tu melena
—podrías haber sido un león modorro—
mientras con la otra mano te divertías escribiendo palabras todas sin e
mientras planeabas una novela haciendo movidas de ajedrez
mientras anotabas tus sueños y qué habías comido en el día
mientras describías la mesa en que trabajabas incluyendo el polvo
mientras armabas un rompecabezas para después destruirlo
mientras observabas a los transeúntes de una calle parisina
mientras le inventabas tragedias a una ventana a unos calcetines
◊
Pero querido ya hablando en serio a nivel intelectual
nada de lo que es humano te fue ajeno
Estudiaste las rutinas las cosas las banalidades
de los jóvenes de los años 60
y de ahí tomaste los tips más sensatos
para prodigarle cuidados a tu sombrero de esponja
a tus mejillas abrigadas
de qué otra forma si no los habrías conservado tan vivaces
sabías que la sociedad dice compra champú luego acondicionador
cepilla lento no vayas a quedarte calvo
aceita cada tallo para que crezca fuerte
Aunque no hay que juzgarte de vanidoso no
estuviste al tanto de cada moda
de qué productos de qué peinados reinaban
porque en esas tendencias veías reflejadas las aspiraciones humanas
la perfección idiota la belleza insulsa
como motores de una generación
Ah lo que estallaba en ti al detenerte en los objetos Georges
Lo infraordinario como la carne del mundo
◊
(Dijo una vez Roberto Bolaño
“Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa.
Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso”
Lo hizo porque te admiraba literariamente
pero es probable que a sus ojos
lo precioso en ti fueran
lo besable en ti fueran
las coronas de espuma que portabas
Seguro Queneau Calvino Duchamp
intelectuales desbarbados
te tenían quizá envidia quizá cariño
por ese vestido largo que usaba tu barbilla
por el tapiz que entraba delante de ti a toda sala
antes de hablar de literatura potencial y de libros irrepetibles
El mismísimo Melville
te hubiera aplaudido por cuidar tu copete
Quizá él fue tu modelo de estilismo Georges
y no sólo una influencia en tu obra bartlebiana
Tal vez también él soñó contigo
imaginó que tejía tus primeras trenzas)
◊
Y luego por si todo esto fuera poco la cereza del pastel
lo único que te hacía falta Georges
un adorno último el accesorio ganador
llevabas un gato en el hombro
como un pirata paseando a su perico orondamente
cargabas un gato para hacerle sombra a tu hombro
la sombra del gato perdida en tu hombro
rozando tu cuello (nueva barba)
el gato tiene una sombra peluda tan suave como su pelo
Georges gracias por tus textos
te admiro tanto mis sueños te incluyen
pero no puedo no podré olvidar nunca
el fondo detrás de tu silueta
1,825
◊
◊
En estos 1,825 días, padre, en que tu nombre
ha sido deglutido por los astros y la tierra;
en que tus huesos
han germinado en lirios de pétalos azules;
en que el viento
ha llorado los fonemas de tu boca,
debo confesarte que, a lo sumo,
en este tiempo he aprendido tres lecciones:
◊
Que la literatura
—como creación—
es una forma de agotarte,
nombrarte hasta el cansancio,
volverte un personaje
de una historia que no es mía;
de hacerte un homenaje,
una pira que te arrastre
hacia un planeta suave,
eterno,
pero lejano a mí.
Es un medio
para recordarte y no,
para exaltarte y rebajarte al unísono.
También, que la literatura
—como escape—
es una farsa;
todos los escritores hablan de ti,
todos me gritan que no fuiste ejemplar
pero que soy del clan de los huérfanos que añoran.
Leo constantemente
a una constelación de tristes,
sabios del luto,
aunque cada vez me siento más estúpida,
menos hábil
para entenderlos,
para aceptar
que leer no es un consuelo.
◊
He aprendido
que la memoria es una estafa;
que el instante de tu muerte
ya ha sido olvidado
por el tiempo mismo
—no hay huella tuya en la tierra—;
que los recuerdos
se retuercen de angustia
porque son mutilados casi a diario:
modificados,
corrompidos,
violados
por la extraña faz de los segundos
perversos y traidores
que prometían
que lo decisivo no se borra,
que los hitos son piedras
inamovibles.
Pensar en tu vida es hacerte daño:
es transformar lo que fuiste,
escupirle a tu estertor,
hacerte otro.
La desesperación
y la tristeza
comienzan a llenar los vacíos,
las cuencas de tu rostro,
con ficción,
con poesía,
para no vivir sin piernas.
◊
Aprendí
que la muerte
no vale nada para ti.
Que la vida
valió muy poco para ti.
Que tus lecciones
siempre han sido mudas
y que están enterradas en la casa que habitaste,
a la que prefiero no volver.
Que no te sientes cadáver
porque no existes.
Que hablo en segunda persona
porque la muerte me obliga
a ser gramaticalmente ingenua,
porque a veces espero que las letras
sean un hilo de luz que conecte tu mano con la mía,
con tus dedos ya verdes en la tumba.
La literatura
como fuerza capaz
de derretir el mármol;
todo, de nuevo, dicho
desde mi antigua inocencia,
útil para contradecirme.
◊
Hoy,
a cinco años de tu ausencia,
las volutas de tu nombre
amenazan
con tocar el suelo.