Los rostros del #RenunciaYa en DF: Un grito de independencia alternativo
Texto: José Manuel Vacah | Fotos: Annick Donkers
De la diplomacia al gas pimienta
“Ellos prometieron no hacernos daño”. Nos dice la mujer después de hablar con los policías —del cuerpo de antimotines (los famosos granaderos)— formados detrás de las vallas de seguridad que implementó el gobierno de la CDMX para bloquear el acceso a la marcha, a la altura de la explanada del Palacio de Bellas Artes. A la espalda de los policías está la custodiada ruta hacia el Zócalo capitalino, enfrente de ellos estamos todos los manifestantes. La mujer se vuelve hacia los policías y les pregunta: “¿Verdad que lo prometieron?” En el rostro de la mujer –calculo que tiene cincuenta años— se refleja la satisfacción de haber cumplido un deber ciudadano. Pero nos advierte: “no pasemos, porque si atacamos a los policías, ellos nos atacan”.
La mujer –usa una camisa amarilla y una visera para el sol (que a esta hora ya ha claudicado)— es una diplomática eficaz. Antes de que se dirigiera a nosotros había seguido con atención sus palabras, uno de los policías –comúnmente convertidos en estatuas— se dirigió a ella: “Es nuestro trabajo señora. Nosotros no le estamos haciendo daño”.
Sin embargo, no todos comparten esta perspectiva. En el centro de esta “frontera patriótica” un grupo muy pequeño de manifestantes interpelan a los policías con mayor energía. La concentración de la gente es tan cerrada que sólo se alcanzan a ver a las cámaras fotográficas rodeando la escena: empujones al grito de “¡Zócalo! ¡Zócalo!”. La espontánea trifulca desencadena un estallido de cohete, y después una breve nube de gas lacrimógeno se dispersa en el aire. Como si una boca azul marino expulsara el primer golpe de un cigarro. “¡Cobardes!” es la respuesta unánime. Un artefacto vuela por encima de la valla, un manifestante arrojó algo más sólido que una palabra. Pero otro artefacto se queda suspendido en el aire, es un drone.
Esta confrontación es sólo una muestra efímera del sentimiento de impotencia que siente gran parte de los que decidieron marchar este 15 de septiembre, para confrontar una celebración con el grito de #RenunciaYa. No hay nada que celebrar, la ceremonia de festejo de independencia es sólo una farsa para legitimar un gobierno que goza de los niveles más bajos de aprobación en la historia de nuestro país. Graciela Iturbide, quien vino acompañada de sus hijas y su esposo, responde a mi pregunta (¿para qué llegar al Zócalo?): “´Para que nos escuchen, porque nunca nos escuchan. Para que el presidente vea nuestro repudio a su fiesta”.
Son las 7:30 y la gente comienza a dispersarse, muchos en busca de una ruta alternativa para llegar al zócalo y otros una entrada abierta del metro para irse a sus hogares. Un grupo nutrido de personas ha decidido sentarse frente a los granaderos, no es una muestra de cansancio es una protesta mesurada. Las canciones, los recordatorios maternos y la poesía satírica están presentes. Ante el silencio policiaco, la protesta a la mexicana. Entendamos aquí “a la mexicana” como el término para señalar el sentido del humor que caracteriza a los mexicanos: “Habrán el puto corral, pinches puercos”.
Si por alguna razón, a alguien se le olvida que sin humor negro la patria no avanza, ahí está Julia Klug vestida de mariachi (esta vez ha dejado los hábitos papales) pero con el torso desnudo –pero no es su desnudez la que nos enseña, sino es el sinuoso camino a la zona glútea de nuestro presidente (es una fotografía, of course) lo que nos muestra. Julia Klug insulta con beneplácito a Peña Nieto y a Mancera con el dedo del corazón señalando un atardecer ensangrentado por los cohetes y por la sangre de los asesinados, los desaparecidos y las víctimas de una violencia sin tregua.
La madre Carmen me dice que Dios también repudia a los malos presidentes
Una cadena humana de policías mujeres –pertenecientes al cuerpo de Tránsito— es el primer contacto entre los manifestantes y el bloqueo. Entre el rosto de aquellas policías no hay diferencia alguna con los cientos de rostros que he visto pasar a lo largo del contingente que partió del Ángel de la Independencia. La misma tristeza, el mismo hartazgo, la misma insistente desolación que atenaza a los ciudadanos de un país sumido en diferentes problemas sociales, políticos y económicos. No hay ningún contraste en aquellos ojos con las diferentes miradas que han cruzado por mi rostro como fantasmas.
Pero hay fantasmas que se quedarán impregnados en el alma como recordatorios. Veo una mujer en silla de ruedas que no ha dejado de gritar consignas, con los brazos levantando una pancarta en la que se muestra su repudio contra el mal gobierno.
Pero también hay otra mujer que me llama la atención, es la madre Carmen, cuyo rostro se muestra tan serio que por un momento me da miedo de que rechace conversar con Tercera Vía. No es seriedad, me dice ella, “es que vengo orando”. Al escucharla me pregunto si tal cosa es posible: ¿Dios escuchara las plegarias de la madre Carmen en medio de los gritos blasfemos de los manifestantes? Por supuesto que sí, “porque Dios escucha a todos”. La madre Carmen es una Hija de la caridad, así se llama la orden religiosa a la que pertenece. A medida que la conversación avanza su rostro se vuelve afable y me dan ganas de abrazarla. “Somos muchos religiosos que no estamos contentos con el gobierno. Tú sabes que hay de todo en la viña del Señor, hay gente dentro de la religión que no está del lado de los pobres, los desprotegidos y de los que sufren”, me dice la madre Carmen y se despide de mí con el siguiente mensaje: “Todos somos ciudadanos, todos tenemos la obligación de luchar por nuestra patria, por un México mejor y preparar el nido para las generaciones que vienen”.
Hay gente que grita “allá van los acarreados” como si se tratara de un camión de circo.
Además nos asegura: “Llegaron desde temprano”. La puntualidad es una actividad que no todos los mexicanos ponemos en práctica. Durante el trayecto de los contingentes de manifestantes no han dejado de pasar los autobuses con los famosos “acarreados”. Hay gente que grita “allá van los acarreados” como si se tratara de un camión de circo. El dedo flamígero de la dignidad señala a los acarreados con desdén y algunos se acercan a la circulación de los autobuses para tomarles la foto a ese subgrupo humano que viene en los camiones. Un manifestante ha optado por lanzar una piedra a un autobús para comprobar que son reales, y que –en efecto— todavía hay gente que vende su participación en eventos para beneficio de la imagen del presidente. Sin acarreados sencillamente no habría fiesta, dice la vox populi. En esta ocasión se ha pagado hasta dos mil quinientos pesos por la participación en la ceremonia del grito de Independencia. Habrá quien vaya gratis, por supuesto.
En uno de esos autobuses veo un grupo de niños. Su rostro no es de alegría, es de desconcierto. ¿Qué pensarán esos niños de que un grupo nutrido de personas les dirijan silbidos, gritos y groserías? Seguramente sus padres les dirán algo infame sobre los manifestantes, como venganza contra los recordatorios maternos que han recibido en ese breve tránsito por la avenida Reforma.
En busca de la mejor perspectiva fotográfica, nos encontramos con algunos fotógrafos que saludan a Annick. Uno de ellos es Luis María Barranco, quien trabaja para la Comisión Mexicana para la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, además de ser artista audiovisual. Luis me da su perspectiva sobre la marcha: “#RenunciaYa es sólo una muestra más del hartazgo de la gente sobre un gobierno poco transparente, de ultraderecha y retrógrado. La verdad no sé qué tan viable sea esto, pero ayuda a canalizar la indignación de mucha gente”.
Luis me platica sobre un concurso de fotografía que están organizando, forma parte de una campaña llamada No Olvidamos, que tiene como finalidad visibilizar el tema de la desaparición forzada. Me recuerda que estamos cerca de cumplir dos años de la desaparición de los 43 normalistas. “La desaparición forzada no es algo nuevo, es un sistema que ha ido mejorando cada día, esto es lo terrible. Tenemos que seguir conmemorando el 26 de septiembre de 2014, es una fecha que no debe olvidarse”.
Para reiterar las palabras de Luis, la marcha se detiene en el símbolo que conmemora este crimen. Dos adolescentes con pintura en el rostro que representa la sangre y el olvido posan a la sombra del cuatro y el tres, mientras las cámaras fotográficas inmortalizan la estampa de la impunidad, la gran impunidad patriótica de un país que sobrevive gracias al olvido. Porque si México fuera un país con memoria, sería un país profundamente desgraciado.
Un derecho que nos hemos ganado pero que estamos a punto de perder
“Es increíble que hayan asistido tan pocas personas”, me dice Sandra Luz, investigadora –no académica— de los movimientos sociales, quien platica conmigo para matar el tiempo, en lo que da inicio la manifestación. “Los ciudadanos tenemos el derecho a la libre expresión, a venir a manifestar nuestra inconformidad contra el gobierno. Es un derecho que hemos ganado y que está amparado en nuestras propias leyes. Si bien la ley no nos da la revocación de mandato, tenemos el derecho a decir que no nos gusta el gobierno que estamos teniendo y que consideramos a la persona que dirige el gobierno como un inepto”.
Sin el desánimo en su rostro, Sandra Luz se muestra reticente a la decepción: “Esta sociedad en la que vivimos privilegia la fragmentación de las personas, estamos encaminados a una sociedad individualista, nuestro deber es luchar en contra de eso, el problema es de todos, debemos de tener más conciencia de ello. Si no la tenemos, estamos a punto de perder nuestro derecho a expresarnos con libertad”.
Escucha nuestro podcast
La narrativa visual
Por Annick Donkers
**
Edición y diseño web: Francisco Trejo