La Primavera de los 43: Todas las luchas para rescatarnos la infancia
La Primavera Violeta es amorosa pero vino con la furia contenida de siglos de opresión, vino con miles de cuerpos entonando un ¡Vivas nos queremos! que es además una advertencia de cambiar al mundo. Las mujeres que marcharon ese #24A se erigen como un ejército que confronta al peor de los enemigos.
La mente patriarcal, dominadora de todas nuestras sociedades, es un etéreo constructo cultural madurado en milenios de violentas pruebas sociales y de raíces biológicas acumuladas en millones de años de evolución. Es un monstruo oculto desde dos programaciones que somos incapaces de reconocer, si mantenemos el estatus de autómatas que nos ha impuesto la naturaleza y la sociedad que nos condicionó desde pequeñxs.
Son esas personas, las que han entendido que muchas partes de nosotrxs no dependen de nosotrxs, las que salieron con la intención de visibilizar un grave problema que sigue sin ser comprendido por la mayoría, incluyendo a quienes vieron en la “Marcha contra las violencias machistas” un sesgo de género (¡Obvio!).
Y es que sigue sin entenderse que el acoso permanente en el espacio público y su normalización es el inicio de la violencia continua que escala hasta el feminicidio. Sigue sin comprenderse que esas miradas incómodas (que muchos defienden por no ser físicamente invasivas) son el principio de todo un sistema de dominación, arraigado en profundas miserias de orden psicosocial. En sistemas límbicos constituidos desde un prematuro maltrato y un abandono generalizado desde la infancia.
Además de la necesidad urgente de detener la violencia de género, la Primavera Violeta desnudo al machismo de izquierda: que emergió desde la intervención del antimonumento por los 43 de Ayotzinapa o la estulticia de los “feministas reporteros“, y demás personas contenidas en cuerpos masculinos, que no entendieron la simpleza del #NoEsNo cuando desde un principio se solicitó el respeto al espacio ocupado por los contingentes exclusivos de mujeres.
Pero no sólo mostró a esos “hombres de lucha” fragmentados y dolidos (curiosamente transformados en acosadores de multitudes separatistas) por su insignificancia en uno de los momentos históricos de éste atormentado país; la Primavera Violeta fue más allá. Algunas personas que quizá ya comprendíamos el problema del acoso y la violencia de género, que salimos a caminar convencidxs de que nuestra visión particular abarcaba la totalidad del problema, fuimos sacudidxs mediante las declaraciones acompañadas del hashtag #MiPrimerAcoso.
Fue ese fenómeno paralelo a la movilización, aunque claramente también parte del mismo proceso, el que nos mostró completa a esa bestia social despreciable que no es sólo machista sino también pederasta.
Y no es una exageración, hoy en día conocemos bien los mecanismos biológicos que podrían explicar la degradación generalizada de nuestra psique*, materializada en un presente exageradamente violento en múltiples direcciones. Y es que tendría que añadirse a los binomios de dominación más discutidos (incluyendo el del hombre y la mujer) el que se vive desde la infancia en relación con las personas adultas.
Es así que mientras las discusiones de ésta semana se han centrado en la intervención del Antimonumento por parte de un grupo de feministas (algo que me parece triste, aunque comprensible si se mira la totalidad del contexto), afloran los espeluznantes datos de la explotación infantil justo en el Día de las Niñas y los Niños.
Tan sólo en el país hay más de 43 mil niños y niñas desaparecidas, que están siendo explotadas sexualmente o vendidas para alimentar el mercado negro del tráfico de órganos. Ésta dolorosa cifra palidece con el dato que reporta la UNICEF a nivel global, con un promedio de un millón 200 mil niñas y niños desaparecidos al año.
Desde aquí puedo pensar en la necesidad de exageradas movilizaciones en contra del maltrato infantil, pero no encuentro un solo ejemplo de marcha multitudinaria sobre éste grave problema en México. Ni recuerdo la indignación extendida cuando se han evidenciado redes de explotación en éste país (paraíso de pederastas extranjeros) o en el seno de las iglesias católicas (aquí y a nivel mundial), por no mencionar otra de las causas perdidas de ésta nación reconocida bajo el nombre de Guardería ABC.
Concuerdo con las posturas que señalan a la infancia como el punto de fragmentación existencial. Parte fundamental de la estructura de la mente patriarcal es la de replicar un sistema de abandono, heredado y heredable, que impide mirar al Otro. Ese abandono, esa incapacidad de mirarnos se manifiesta desde temprana edad, pero identificarlo requiere de un proceso extremadamente profundo que implica desarticular otra imposición cultural generalmente extendida: la honra irreflexiva hacia la madre y el padre.
Esa tradición de origen judeo-cristiano, nos ha impedido reconocer en nuestras madres y nuestros padres a las personas que, también fragmentadas por la misma cultura heredada (una que también incluye los efectos deshumanizantes del capitalismo) no encuentran otro camino que depositarnos en un sistema educativo que habrá de matar la imaginación y acrecentará esa postura de inferioridad ante la autoridad (por lo general sólo simbólica) que ya se habrá apoderado de nuestra forma de mirarnos frente al mundo.
Pareciera que nuestra vida es la lucha por rescatar a esa niña o ese niño al que le han taladrado para intentar llenarle de lo supuestamente correcto (ese “correcto” que hay que rastrear hoy en el pensamiento neocon de raíces capitalistas). Rescate entonces de la historia (de nuestra historia) y de esa figura supuestamente impenetrable de lo materno-paterno, que se le concilia humanizándola y encontrando sus errores para jamás replicarlos.
Entonces mi pregunta es ¿Quién o quienes levantarán la voz por la infancia? ¿También esperaremos que sean los niños y las niñas las que tomen las calles para exigir su lugar en éste mundo? ¿O por ellas y por ellos si seremos capaces de conciliar nuestros cuerpos históricamente explotados? ¿Seguiremos hablando de nuestras causas como luchas aisladas o seremos capaces de entender que todas ellas provienen del espacio común de la niñez violentada? ¿Seguimos caminando hacia el futuro o avanzamos por fin al pasado para rescatar ese presente que nos estira pequeñas manos en cada esquina, buscando una moneda para alimentar el olvido?
Texto de Jesús Vergara Huerta.
* Sólo por poner un ejemplo, Ambrosio García Leal en su libro “La conjura de los machos” presenta los fundamentos biologicistas que explican como es que el Homo sapiens se formó como un primate bisexual y pederasta, y cuya conjura es justo la conformación de un sistema social estructurado para dominar a las mujeres y evitar su naturaleza poligámica.