La ética en la política y en la labor legislativa

Por: Waldo Fernández y Adán Pérez-Treviño

En pleno siglo XXI, en un mundo en el que los discursos éticos y la práctica política parecen disociarse, aún cabe la pregunta: ¿Es posible hablar de ética, con veracidad, en el marco del quehacer político, y más concretamente en la labor legislativa? ¿Cómo puede un político, y máxime uno en el contexto mexicano del 2015, hacer ética sin simulaciones, y procurar el bien público, de a de veras, por encima de los intereses personales o de partido?

No podemos dar por sentado que la ética y la política habrán de seguir caminos separados sólo porque existan tantas prácticas de doble moral, o porque parezcan seguir, cada una, lógicas distintas. Cuando uno se enfrenta a una misión en la vida, y ésta representa un trabajo que en esencia se dirige a la persecución del bien social, es preciso cuestionarse el modo en el que uno habrá de llevar a cabo tal misión. Es ineludible la realidad que nos muestra una penosa cantidad de actores políticos que, siguiendo intereses a todas luces ajenos al bien de la sociedad, dejan de lado el fundamento mismo de su trabajo, y se enfocan sólo a atenderse a sí mismos.

Con la suficiente conciencia moral, no podemos andar por ese camino. Ser un diputado significa representar los intereses de su pueblo. Ser legislador es llevar una responsabilidad pública que, por la naturaleza misma de tal función, demanda ser un observador social en busca de llevar a la tribuna las necesidades de su gente, y por tanto, querer hacer bien esta labor requiere de estar presente en donde la sociedad está, de escuchar, de atender, de canalizar, estando inmerso en la realidad que representa. Siendo un diputado federal es preciso, pues, tomar la decisión de hacer las cosas bien, y decidir ser coherente: optar por la integridad.

Una vez que se tiene claro el trabajo que nos corresponde, visualizamos que además de participar activamente en las sesiones del Congreso, debemos convertirnos en verdaderos gestores sociales, procurando hacer lo que esté a nuestro alcance para facilitarle a la gente el que logren cubrir necesidades. Para ello se realiza un plan que involucra directamente el acercarnos y el estar en estrecha comunicación con la población, mas a la par de este enlace ciudadano nos mantenemos pensando en las implicaciones éticas que todo esto conlleva. Hacemos política y hacemos ética.

Hemos entendido que hablar de ética no es tan simple como adjetivar, no es una mera cuestión de lenguaje en el que le atribuimos un calificativo a un sujeto: “persona ética”, “trabajo ético”, “este o aquel es muy ético”. Se trata más bien de un quehacer, de un dinamismo, de un modo de actuar, es decir, la ética se hace junto con lo que uno hace. Si uno hace política, se ha de hacer ética en la política.

Por su naturaleza la ética es pensamiento moral, reflexión profunda, sincera, filosófica. Es el pensar que antecede y acompaña a toda práctica humana, cuando uno decide ejercerlo. Es cuestionarse por el carácter valorativo que se entraña en las acciones a realizar, por el bien, por lo que es mejor, por lo verdadero, lo justo, lo digno. Por eso, a la par de una agenda legislativa, hay una agenda ciudadana y una agenda ética. Un legislador que comprende este alcance, busca hacer equipo y hacerse acompañar por gente pensante y activa, lo cual nos lleva a descubrir que el modo más propicio de desarrollar esto, en nuestro contexto, es a través de una ética dialógica.

En el ámbito académico se distinguen diversas tradiciones filosóficas o corrientes éticas, que respondiendo a las necesidades de su época y a paradigmas conceptuales se van convirtiendo en escenarios de reflexión. Así, contamos con modelos como el aristotélico, el kantiano, el utilitarista y el dialógico, siendo éste último el que nos ha permitido desarrollar un marco ético que mantiene a nuestro equipo en constante reflexión, atentos a la sociedad, en diálogo con los diversos sectores de la población y en constante apertura.

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Creemos que el diputado, como líder de su equipo, ha de establecer y dar a conocer sus principios promoviendo que la acción de todos los que con él colaboran se realice en el marco de la ética personal y profesional que resulta consecuente, y dando un lugar privilegiado a la comunicación, al pensar en conjunto, y a la acción colaborativa, ante todo dilema ético que vayan a enfrentar.

Concretamente en nuestro equipo, legislativo y ciudadano, les compartimos que hemos determinado conducirnos con base en cuatro pilares para la acción: Bien, Verdad, Justicia y Dignidad, mismos que derivan en diez principios. A partir de nuestro estudio hemos llegado a reconocer que estos pilares corresponden a los cuatro grandes tema de la ética, mismos que estando implicados en cualquier controversia humana, hacen que los dilemas derivados sean dilemas de carácter ético. Así, estos temas generales se desdoblan en los diez ejes operativos que a continuación enumeramos.

BIEN

1. Hacer las cosas bien y para el bien. Nuestro primer principio, en el que establecemos que se ha de anteponer el sentido propio del trabajo legislativo y ciudadano, el bien social, por encima de intereses personales, partidistas, o de grupo. Cuando uno piensa en el bien, éste puede entenderse en una doble connotación, por una parte en la cualidad de nuestras acciones, y por otra en la finalidad de las mismas, pues cuando decimos “hacer las cosas” refiriéndonos a todo nuestro trabajo, tanto de escritorio como de campo, sabemos que hay modos de llevarlas a cabo y un objetivo que se persigue. Hemos de tener la determinación de hacer bien nuestro trabajo, hacerlo como debe de ser y no a medias, no con dobles intenciones, y con la mirada firme en el “para qué” las hacemos: Todo lo hacemos primero para el bien de los demás.

2. Privilegiar la bondad. Nuestras acciones han de encaminarse al ejercicio de la bondad, que deriva en generosidad de nuestro tiempo y recursos, y en una búsqueda constante por hacer el bien. La recta intención por ser bondadosos le da tono a toda atención ciudadana haciendo de ésta una misión que ve por la gente, y nos hace darnos a la gente.

VERDAD

3. Actuar con honestidad. Hemos de hablar claramente con la verdad, y excluir de nuestro actuar todo engaño. Si la verdad es una, no hay verdades a medias, lo cual nos lleva al siguiente principio:

4. Ser transparentes en nuestras intenciones. Si declaramos abiertamente nuestros objetivos, sin enmascarar dobles intenciones, estaremos constantemente actuando conforme a lo que hemos declarado, en la búsqueda de un bien común real.

5. Combatir la simulación. En consecuencia con los principios anteriores es imperante la necesidad de crear una cultura de la veracidad, en nuestro equipo, en nuestro trabajo social, y en la sociedad misma, desterrando la cultura de la imagen. Hemos de ser conscientes que a nuestro alrededor es muy común preocuparnos más por cómo nos verán que por cómo somos; decidamos hacerlo al revés, si nos ocupamos en ser realmente un buen equipo, lo demás vendrá por añadidura.

JUSTICIA

6. Buscar la justicia desde la ética. Hemos de actuar en el marco de la cultura de la legalidad, trascendiendo el ámbito jurídico para buscar además una justicia de carácter ético. Sabemos que en la vida práctica no todo lo legal es ético, ni todo lo ético termina siempre siendo legal, por lo que la apuesta por la justicia ética es una mejor apuesta que por la justicia entendida sólo desde las leyes.

7. Comprender que la justicia es creciente y mejorable. Pensamos en nuestras propuestas para la nación y para la sociedad buscando lo más justo, en alcanzar la mayor equidad, en mejorar la justicia. Al afirmar que somos seres dinámicos, que nos construimos constantemente, en consecuencia siempre se podrá buscar una sociedad aún más justa.


DIGNIDAD

8. Buscar reconocer y exaltar la dignidad de las personas. Esto nos lleva a que, tanto al interior de nuestros equipos de trabajo, como en la labor hacia la sociedad, privilegiemos el trato digno que las personas merecen. En última esto nos lleva a subrayar los derechos humanos que se basan en la dignidad como un factor objetivo y universal, sustento de toda ética que trasciende las subjetividades.

9. Respetar la diversidad y las decisiones de las personas. En el marco de lo legal y lo ético, tengamos como valor primordial el respeto a la diversidad de ideas, creencias y opciones de vida, excluyendo toda discriminación.

10. La persona siempre es primero. Por principio, optemos siempre por favorecer a la persona, ante toda controversia o dilema. Seguir todos los principios anteriores deriva en este último, pero también si partimos de éste, los demás resultan consecuentes. Ver ante todo por la persona es una apuesta segura para ejercer bien toda acción social.


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Como decíamos al inicio, hemos de partir de la decisión de ser coherentes con lo que profesamos, pues en el fondo, nuestros principios también exigen de un valor que los engloba: la integridad, misma que nos lleva a ser hombres y mujeres “de una sola pieza” sin doblez.

Hacer ética al hacer política es posible cuando hemos optado por trabajar de a de veras con el sentido real de la labor que se ha escogido o para la que te han escogido. Llevar una agenda legislativa y de gestión ciudadana basada en principios es llevar una agenda de diálogo ético, y en consecuencia, hacer bien el trabajo y hacerle bien a la sociedad.

¿Es esto posible? Pues hemos decidido hacerlo. Ese es el reto, el desafío que queremos enfrentar en pro de un México que lo merece y que lo anhela. Invitamos a todos los ciudadanos de buena voluntad a sumarse a nuestros propósitos, siempre hacen falta mentes y manos, interlocutores para el diálogo y gente decidida.

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