El infinito de sus ojos

Dicen que los recuerdos están hechos de agua y que muchas veces nos salen por los ojos.

Se recomienda escuchar y dejarse llevar.

¡Espera! Antes de empezar y vaciar tu contenido en estas líneas, explícame una cosa… ¿qué es lo que nos está pasando? ¿Dime por qué estoy sintiendo… esto? ¿Acaso hemos perdido el control? ¿Se han roto nuestros protocolos de respuesta ante los estímulos? Ambos sabemos muy bien que nunca había pasado una situación así. Es nueva, inquietante y a la vez extremadamente excitante. Me dices tú, que es sólo transitorio, que a todo mundo le pasa alguna vez, que no hay nada de qué preocuparme y que confíe en ti, como siempre lo he hecho. Trato de entenderte y convencerme de que tienes razón.Ahora dime tú, cerebro mío, si todo está bajo control, dime por qué haces que me estremezca, me haces sentir una descarga que recorre cada centímetro de la piel, erizándola, como si se mantuviese alerta, expectante a lo desconocido. Incluso sé que tú estás confundido, no puedes mentirme a mí, que llevamos una vida juntos y así nos extinguiremos también. No sabemos cómo actuar ante ese par de mundos, estrellas, galaxias… llámales cómo quieras, pero ese par, nos está enseñando que lo inalcanzable está más cerca de lo que creímos. El infinito está en sus ojos.

La mirada, los ojos. Somos más de 7,000 millones de seres humanos en el planeta Tierra y no habrá dos personas que posean los mismos. Podrán ser muy parecidos entre sí, incluso engañan al observador más experimentado, pero son como nuestras huellas dactilares, no sólo por el hecho de que no hay dos iguales, sino porque también nos reconocen por los ojos, las miradas nos delatan. Vienen en tantas presentaciones: los hay grandes y chicos, rasgados u ovalados, y de una gama de colores que van desde el gris aperlado de un día nublado, hasta el verde de una laguna templada, pasando por tonos azules como el cielo del verano y sin olvidar el café, aquél que a más de alguno no ha dejado dormir por las noches, y no me refiero a la bebida.

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Dependiendo de la raza humana a la que pertenecemos, adquirimos ciertos rasgos en nuestros ojos que son inherentes, por ejemplo, es bien conocido que los hombres asiáticos poseen ojos rasgados, que los caucásicos tienen, por lo general, ojos de colores claros mientras que los negros o amerindios de colores oscuros. Todos y cada uno de los habitantes de este planeta poseemos características que nos definen en la individualidad, sin embargo, hay algo en nuestras miradas que es común a todos, sin distinguir condiciones sociales, étnicas, religiosas, económicas, etc. Nos une como raza humana y tiene una connotación mucho más espiritual. En la mirada tenemos la expresión viva de nuestro interior, de nuestra alma.

Nuestro cuerpo es un vehículo, una carcasa que protege lo más preciado que tenemos, aquello que nos mantiene vivos. Al comienzo de la historia de nuestro universo, todo comenzó en la más absoluta simplicidad, una densísima energía que se expandió en millonésimas de segundo, formando todo lo que conocemos ahora. El genio de la física Albert Einstein consiguió demostrar que la energía puede transformarse en materia y viceversa, por lotanto los átomos que forman nuestro cuerpo son los mismos que alguna vez formaron las primeras estrellas. Y dado que la energía no puede destruirse ni crearse, una ínfima parte de esa energía inicial, vive dentro de nosotros. Llámenlo como quieran, la chispa divina, un regalo de Dios… pero prefiero llamarlo ALMA.

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Es el alma el motor de nuestra existencia, esa diminuta mota de energía es la que mantiene nuestro corazón latiendo, nuestros músculos moviéndose y nuestros sentidos expectantes. Sin embargo, ¿será posible ver el alma? ¿Se puede medir? Sabemos que la energía se puede ver, el fuego es una expresión pura de ella, un rayo en una tormenta también lo es. ¿Medirla? La termodinámica lo hace, o al menos lo intenta, pero son temas tan complicados que es mejor no tocarlos. Pero el alma es una forma de energía que es totalmente desconocida, incierta e intrigante. Encerrada en esta armadura a la que llamamos cuerpo, el alma no puede escapar hasta que llegue su momento de abandonar y volver a ser parte de la energía universal. Y sólo hay una forma de escapar. No hay puertas, ni grietas, ni cremalleras en nuestro cuerpo. Pero hay un par de ventanas, al frente y bien arriba, decoradas con vitrales de distintos colores: los ojos.

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— ¡Ok! Ya lo estoy entendiendo. Lo que estamos viendo entonces a través de aquella mirada cautivadora, ¿es la expresión de su alma? Tiene sentido, pocas veces algo banal y cotidiano hace que nos sintamos inquietos, pero una mirada como esa, tan intensa, soñadora y sublime, bien vale la pena detenerse y perderse en el infinito de ella.

Es común que suela confundirse una mirada con un gesto, como las sonrisas, el entrecejo fruncido, el lenguaje corporal en general. No obstante, los ojos reflejan más que un estado de ánimo, expresan algo que no tiene palabras en la realidad. Es una emisión del verdadero sentir de nuestra existencia, de nuestra alma. Es por eso que cuando el alma se rebela y sobreviene la ira o la impotencia, es posible verlo en los ojos. Hay fuego en ellos y solemos decir: “tiene una mirada que parece que echa chispas”. Incluso hasta en nuestro cuerpo lo podemos ver, cuando estamos furiosos nos tornamos de un color rojizo, como si nos calentáramos al rojo vivo. Son prescindibles tantas señales, basta con ver los ojos para sentir una amenaza o una invitación cordial.

La tristeza y la melancolía son sentimientos que jamás podrán pasar desapercibidos. Cuántas veces no hemos observado las miradas tristes, ausentes, frías; son esos momentos en los que el alma está más apagada, sin suficiente combustible para arder y volver a brillar con intensidad. Podemos decir que está en un receso, en un instante de reflexión. El corazón ha sido dañado, es por eso que hasta sentimos que nos duele, que cada latido es un gran peso para nuestra chispa divina, dado que no posee la suficiente fuerza para echarlo a andar como se debe. ¿Qué observamos en esas miradas? Un alma apagada, con un tenue brillo que no necesariamente es por la energía que irradia, sino por los recuerdos que están a punto de emerger por esas ventanas hacia el mundo exterior. Dicen que los recuerdos están hechos de agua y que muchas veces nos salen por los ojos. Nosotros los conocemos como lágrimas y son necesarias para purgar al alma de todos los pesares que se han ido acumulando. A veces lloramos tanto que decimos que nos quedamos con los ojos secos, es momento entonces de continuar adelante, de recuperar motivos para hacer que esa energía regrese a la vivacidad y ser felices… (Parte 1)

 

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