Lotería tapatía (Sexta parte)

¡La FIL!

La FIL es el lugar donde la cultura y el caos hacen las paces: por una semana se alza una fugaz y animada república dentro de Guadalajara, un espacio donde vale la pena perderse para encontrarse. En mi caso, después de curiosear y escuchar un par de conferencias, decidí pasear sin un destino fijo, bajo la premisa de que la vagancia es los cien metros del espíritu. En eso estaba cuando, de pronto, al pasar de la avenida Cronistas a Novelistas, la vi. Era ella, sin duda alguna: ¡La Reina de la FIL! Tenía un peinado de moño alto con flequillo, ojos color tabaco (y no me patrocina ninguna marca de cigarros) y lucía un piercing en el ombligo. Era la clase de amor que uno no sabe que sueña hasta que lo tiene enfrente.

Me alegré de ser periodista, porque da licencia para hablar con cualquier persona y preguntar lo que sea. Así que me acerqué y entablé una conversación espontánea. Me dijo que asistiría a la conferencia: “Relaciones tóxicas en la literatura”. Le respondí: “Espero que no tomes apuntes”. Le causó gracia, pero reviró: “Tienes cara de que puedes ser ponente en ese panel”. ¡Auch! Amor a primera ironía.

El humor es al romance lo que la música es al baile. Deambulamos entre los pasillos repletos, tejiendo una conversación zigzagueante que fue menos de cultura erudita que de bromas y flirteo. Nos detuvimos en el Salón del Cómic. “Tus chistes son estilo Mafalda; los míos, puro Condorito”, le dije, para aprovechar que este año hubo homenaje a este protagonista del humor gráfico. La Reina de la FIL soltó una risa cristalina, se humedeció los labios y se pasó el pelo por detrás de la oreja. Jaque mate.

Salimos a comer churros y a tomar un café. Luego nos pasamos a los destilados. La tarde pasó corriendo a nuestro lado. En un punto, le pregunté: “¿Cuántas veces crees que las personas se enamoran al día en la FIL?”. “Lo suficiente como para que sea parte del programa oficial”, me respondió. “Quién diría que la FIL puede ser más peligrosa para el corazón que para el bolsillo”, rematé.

Se hizo tarde, pero nos quedaban ganas de hacer algo más, así que asistimos como falso público a un evento con “autor presente” al que nadie había llegado. Le dije a la Reina de la FIL que era un acto de solidaridad literaria, y ella convino que la literatura necesita héroes anónimos, pero sospecho que solo queríamos disfrutar un rato más de esa alegría sin futuro que dan las complicidades que ocurren fuera del guion.

Nos despedimos con un beso en la mejilla. No le pedí su contacto, quizá porque soy un romántico, o tal vez porque era casada. Espero verla el próximo año, y, quién sabe, que entonces ya sea soltera. Revisé los datos de asistencia y son poco esperanzadores, pues en un mundo de 857,315 asistentes, ¿qué probabilidades hay de volvernos a encontrar? Quizá la Reina de la FIL es como esos libros que,si regresas al día siguiente, ya no estarán ahí, o terminarán en las manos de alguien más, cuyo único mérito fue haber llegado primero. Pero el destino es caprichoso; tanto, que incluso se puede encaprichar con mi felicidad. En cualquier caso, ya tengo una razón para seguir viniendo todos los años.

¡La gentrificación!

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En Guadalajara, la gentrificación es la ficción de la transformación de la urbanización en función de la inversión. Es optimización de la explotación; la modernización mediante la expulsión. Privatización por especulación y marginación por comercialización. Es revalorización: apropiación y segregación; exclusión y precarización. Es la normalización de la desregulación y la erosión de la habitación para su capitalización. Es la institucionalización de la fragmentación y la proliferaciónde la intoxicación: la gentrificación es COLONIZACIÓN.

Mi especulación sobre la especulación propone hacer una inversión ideológica de la inversión económica, para que la inflación no desemboque en la manifestación y represión de ciudadanos en depresión que tendrán la impresión de que la libre expresión es pura especulación.

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