Industria automotriz mexicana en vilo: Trump vuelve a aplazar un mes la aplicación de aranceles

¿Será que está pensando ya en las consecuencias de sus actos? De último momento, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido pausar por 30 días la aplicación de un arancel del 25% sobre los automóviles importados desde México y Canadá. La decisión, presentada como un “gesto de buena voluntad”, en realidad parece más un juego estratégico donde la industria automotriz es el peón y la política comercial es el tablero.

El anuncio, hecho por la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, dejó en claro que esta exención temporal responde a conversaciones con los gigantes automotrices Ford, General Motors y Stellantis. De acuerdo con Leavitt, se trata de evitar “desventajas económicas” para los fabricantes. Sin embargo, el alivio es tan efímero como una promesa de campaña, ya que los aranceles siguen programados para entrar en vigor el 2 de abril.

Pero, ¿qué llevó a Trump a conceder esta indulgencia momentánea? Por un lado, la presión de los fabricantes, que han advertido que un arancel de esta magnitud no solo incrementará costos, sino que desestabilizará una cadena de suministro norteamericana altamente integrada. Por otro, el factor político: la Casa Blanca dejó entrever que el futuro de estos aranceles dependerá del compromiso de México y Canadá en temas que van desde la migración ilegal hasta el combate al tráfico de fentanilo. En otras palabras, la industria automotriz ha quedado atrapada en una negociación donde lo que menos importa son los autos.

El impacto económico de un capricho arancelario

Para México, cuya industria automotriz representa casi una tercera parte de sus exportaciones, la incertidumbre generada por estas medidas es cualquier cosa menos trivial. Solo en 2024, el país exportó 2.7 millones de vehículos a EE.UU., lo que equivale a más de 165.000 millones de dólares en ventas. Con una dependencia del 80% de su mercado en el norte, cualquier modificación abrupta en las reglas del juego puede traducirse en despidos masivos y un golpe severo a la economía.

La Industria Nacional de Autopartes (INA) ya había advertido que la imposición del arancel podría generar un sobrecosto de 30.000 millones de dólares anuales para el sector. Gabriel Padilla, director del organismo, señaló que este impacto se trasladaría directamente al consumidor, encareciendo los precios de los vehículos en el mercado estadounidense. Es decir, la intención de proteger la manufactura local podría terminar afectando directamente a los bolsillos de los propios estadounidenses, que ya enfrentan una inflación persistente.

Para agravar la situación, la consultora S&P Global Mobility advirtió que, de aplicarse los aranceles, la producción en Norteamérica podría reducirse hasta en un 33% en apenas una semana. Con un modelo de producción altamente interconectado, donde las autopartes cruzan las fronteras hasta ocho veces antes de ensamblar un vehículo, la imposición de impuestos a cada etapa del proceso es una receta perfecta para el desastre.

El enigma de la negociación (o el arte de estirar la cuerda)

Si algo ha quedado claro con esta medida, es que los aranceles no responden únicamente a criterios económicos, sino a una lógica de presión política. El secretario de Comercio de EE.UU., Howard Lutnick, lo dejó claro al condicionar cualquier exención permanente al avance de México y Canadá en la lucha contra el tráfico de fentanilo. Un trueque curioso: coches por drogas.

El presidente de México, Claudia Sheinbaum, ha respondido cerrando filas con el sector empresarial y advirtiendo que no cederá a presiones unilaterales. La mandataria ha convocado una asamblea masiva en el Zócalo de Ciudad de México para anunciar medidas en respuesta a la ofensiva comercial de Trump. Aunque aún no se sabe si estas represalias serán de naturaleza arancelaria, política o meramente simbólica, lo cierto es que la relación comercial entre ambos países se encuentra en un punto de alta tensión.

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Mientras tanto, los fabricantes de automóviles han optado por la prudencia, evaluando si vale la pena intentar convencer a Trump con promesas de inversión en EE.UU. o simplemente asumir que cualquier acuerdo puede cambiar con un tuit presidencial. General Motors, Ford y Stellantis han mantenido una postura diplomática, aunque algunos informes sugieren que ya consideran estrategias para minimizar pérdidas si el arancel entra en vigor en abril.

¿Qué sigue? Más incertidumbre, por supuesto

El aplazamiento de los aranceles no es una solución, sino un parche temporal que deja a la industria automotriz en un limbo. Aunque el diferimiento de un mes permite a los fabricantes ganar algo de tiempo, la falta de claridad sobre el futuro de la política comercial de EE.UU. sigue siendo un problema mayor.

Con elecciones en el horizonte y una economía que sigue enfrentando desafíos, Trump parece estar utilizando los aranceles como una moneda de cambio política, donde la industria automotriz es solo un peón más. La gran pregunta es: ¿qué pasará el 2 de abril? ¿Se mantendrán las exenciones? ¿O veremos una nueva ronda de improvisaciones arancelarias?

Por ahora, la industria automotriz solo puede hacer lo que mejor sabe: seguir produciendo, cruzar los dedos y esperar a que el próximo tuit de Trump no les arruine la semana.

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