Esther Zimmer: La bióloga al que le arrebataron el Nobel pero salvó millones de vidas
Si el gremio científico no hubiese sido contaminado por el sexismo que define a nuestras sociedades modernas, cientos de reconocimientos, incluyendo decenas de premios Nobel, estarían en manos de mujeres ejemplares como Esther Miriam Zimmer (Bronx, Nueva York, diciembre, 18, 1922- Noviembre 11, 2006), una científica americana especializada en microbióloga y pionera en genética bacteriana.
Entre sus grandes logros se encuentra el descubrimiento del virus lambda que infecta a las bacterias; lo que fue muy útil para el estudio de la recombinación genética, la regulación génica y como el proceso de hacer ARN a partir de ADN comienza y se detiene. Este hallazgo también supuso un gran avance para la virología y la genética molecular.
Esther fundó y dirigió el Centro Plásmido de referencia en la Universidad de Stanford, donde estudió una gran cantidad y tipos de plasmas, siendo reconocida como un genio en el laboratorio.
Fue miembro de numerosas sociedades científicas; en 1956 la Sociedad de bacteriólogos de Illinois le entrego el Premio Pasteur (junto con Joshua Lederberg) y fue presidenta en del capítulo Sigma IX en Stanford, entre otros.
La historia de Esther es extraordinaria y por lo mismo darla a conocer es una gran forma de celebrar el Día Internacional del Biólogo y la Bióloga, al mismo tiempo que nos ayuda a visibilizar los problemas a los que se han tenido que enfrentar las investigadoras en esta y otras áreas de la labor científica.
Empezó a trabajar en el Jardín Botánico de la ciudad como investigadora, pasó allí un año. Pero el trabajo no le entusiasmaba mucho, así que se tomó el tren y se fue a Palo Alto, California, para estudiar el campo emergente de la genética en la Universidad de Stanford. Estaba muy ajustada de plata, trabajaba como empleada a doméstica a cambio de casa y comida. Para hacer unos pesos extra también lavaba ropa a pedido. “Una vez tuve que comer las patas de rana que usamos para unas pruebas en el laboratorio”, contó alguna vez Esther sobre esos momentos de pobreza. Aún así, en tres años terminó la maestría en genética.
Esther Zimmer tuvo numerosas dificultades y falta de reconocimiento por el hecho de ser mujer. Cuando apenas había mujeres en Stanford, ella era profesora del Departamento de Microbiología e Inmunología. Y para ganarse una posición en la investigación, tuvo que aceptar trabajos con una cualificación inferior a la que ella poseía.
Junto a su primer marido, Joshua Lederberg, desarrollaron el método de transferir colonias bacterianas a una placa Petri; el cual sigue empleándose considerablemente en la actualidad. Pero, como era de esperarse en un gremio que siempre se ha caracterizado por su misoginia, solo a su marido se le reconoció por el Nobel en 1958.
Siendo un jóven microbiólogo Joshua Lederberg se le acercó con la excusa de debatir sobre el moho que estaba estudiando. Cinco meses después, en diciembre de 1946, se casaron. Joshua era tres años menor que Esther, tenía el mismo, o quizás incluso menor nivel académico que su esposa y ya era titular de cátedra. Su trayectoria por la universidad había sido mucho más amena, su beca más abultada y su futuro más prometedor.
En 1947, Joshua recibió una oferta de trabajo más interesante y la pareja se mudó a Wisconsin. Él era titular de cátedra y ella, después de una intensa aplicación, recibió una beca del Servicio de Salud Pública para su doctorado. Lo terminó en dos años. Con honores. Durante la próxima década, los Lederberg se convertirían en una pareja poderosa en el campo de la investigación genética y en el transcurso de su matrimonio de 20 años, publicaron dos artículos juntos, la mayoría centrados en la herencia genética de las bacteria.
En 1951, el mismo año que publica su tesis doctoral, Esther Zimmer, de 29 años, descubrió el fago lambda. Un hito de su carrera como investigadora: un fago es un virus que infecta una bacteria. Hasta ese momento se pensaba que siempre al infectarla la mataba. Esther descubrió que, en algunos casos, en vez de matarla le pega su ADN. Así fue que desarrolló la capacidad de transmisión de genes e inauguró el campo de la terapia genética.
Esther ganó el Premio Pasteur de la Sociedad de Bacteriólogos de Illinois en el año 1956, pero curiosamente fue el primer premio compartido de la historia. Se podría pensar que se trató de un acto de justicia porque había firmado sus investigaciones junto a su marido Joshua, pero las condiciones laborales y los sesgos de género en la historia de la ciencia nos permiten asumir que dicha decisión se debió a la resistencia de premiar a una mujer, por más valiosas que fueran sus aportaciones en bacteriología.
Si se piensa que esta hipótesis es exagerada, solo hay que pensar que tan solo dos años después, Joshua Lederberg, junto a sus colegas George W. Beadle y Edward Lawrie Tatum, recibió el Nobel por descubrir cómo se reproducen las bacterias. Simple y categóricamente, lo premiaron por un descubrimiento de Esther y cuando recibió el premio ni siquiera la mencionó.
Se separaron al año siguiente y se divorciaron en 1966. Esther conformó un grupo de mujeres divorciadas en Stanford. En ese momento Esther le había dicho a una amiga que el Nobel había sido muy destructivo para el carácter de su esposo, se había creído esa grandeza inflada: “Es un idiota, pronto ambos seremos olvidados”.
Quiźa sea cierto, hay grandezas que no trascienden mucho a sus pequeños círculos, el campo de la ciencia suele ser poco reconocido por la sociedad en general y mucho menos cuando quienes destacan son mujeres. Pero en Tercera Vía, queremos homenajear con este pequeño texto a esta importante bióloga y su legado, que más allá de reconocimientos y premios tendenciosos, ha sido fundamental para salvar millones de vidas en las últimas décadas.
Con información de Cosecha Roja, Mujeres ConCiencia y Heroinas.net