Anahí G.Z. #VocesVioletas
Anahí G.Z. Estado de México, 1996. Periodista egresada de la carrera de Comunicación en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM). Ha publicado artículos de opinión, reportajes, ensayos, crónicas, cuentos, poemas y reseñas en diversos medios impresos y digitales, entre ellos: El Universal, El Sol de México, Nota Random, Radio Pánico, Proyecto Kahlo, Revista Aion y Revista Literaria De-Lirio.
A continuación presentamos una breve selección de su obra poética:
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Viaje a mi centro
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llámame mujer
adora estas piernas que duelen
el eco que trepa sabiéndose amargo
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ojalá mi voz fuese la de otra
no este remedo de estrofa casi escondida en el verbo mudo
no estos intentos por mirar desde la ventana cuando me alejo
con el cabello empapado y las palabras cuchilla
ójala pudiera doblarme el vientre extirparme el útero
dejarlo todo en una caja de cartón bajo la cama
confundirla con mis zapatos y el polvo infantil
ojalá se abatan todos mis dientes
para amanecer extraña
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tengo estas manos llenas de cal
arrastro mi espacio para fingir fe
dentro del suelo me reconozco
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Escucha nuestro podcast
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dónde está el asesino para helarme
labio a labio partirme el cuello
trozo a trozo insinuarme suya
dónde está para hacerme su trofeo
dónde está el que mata el que viola
dónde sus ojos
su vocablo
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el ave desviste al cuerpo
vuela bajo mis dedos
como esperando la respuesta
que le devuelva las plumas marchitas
su pico traspasa el pellejo de mis rodillas
canta
anuncia
yo entrego los ramajes que le quedan a mi boca
el sombrío recelo de ser cadera inhalarme pie traducirme espalda
la cabeza retiene al aire en los cabellos
la boa se abre a la vida
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bailaré sobre los huesos del jardín
sobre mi ombligo donde miro a la mariposa que se finge ojos
a la curva inminente entre mi oreja y la barbilla
bailaré para bautizarme eterna
para nombrarme siempre
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encuentro los despojos de mi aroma
la hierba se levanta sobre las pérdidas
rostro transmutado al blanco y negro
danzante en un poste de electricidad
me abro el estómago para mirar el nido
de los cardenales desplumados
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Peau
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Mi piel se vuelve grisácea en los codos,
blanca en la cadera,
morena en el mentón.
Mi piel es cadencia
de perlas diminutas
que simulan un fragmento de cristal azabache.
Mi piel acartonada cuando emprendo un viaje
en la noche que se eriza al sentirse sola,
casada con el sismo animal,
con mis dedos uno a uno.
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Mi piel es granada en la frente,
sudorosa en los límites cardiacos;
los poros se agitan para entender
la frialdad del camino a casa:
el callejón, la gata en el zaguán,
los cables con sus palomas chamuscadas,
la pobreza acariciada por error.
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Mi piel es un invento
que construyó el poder cutáneo,
melancólico desde su silla reseca
con su apariencia de Dios avergonzado.
Semblantes sombríos
se preguntan por sus córneas
sus pies
su nuca
y las cicatrices que han pagado
por adornar los pliegues.
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El mal penetra como aguja en los cuerpos
acechados por el clavo de la podredumbre.
Los soles rasgan canciones paganas
de timbres hermosos, de semblantes marcados por el hierro.
Cuidado que los egos se orinan.
Cuidado que el Djembe se inflama entre las sombras.
Cuidado con el bebé sin nombre;
sus labios recuerdan a la tierra
cuando enloquece y se asfixia por ladrar.
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Sangre a la sangre,
mi piel es el olvido.
Ahora
es la rabia,
es el suelo.
Mi piel es olvido tuyo.
¿Quién la angustia
cuando de muerte se habla?
¿Si las pupilas se abisman,
quién la traga?
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En mi piel,
en mi alma,
en todas las bocas del cuerpo
escuché al espíritu de mi vieja raíz
y su chirrido en los bordes de la rendición.
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Bendita la belleza oscura.
Bendito el sonido desengañado de su canto.
Benditos los que lloran sin bajar el rostro.
Benditos por hablar la lengua de sus ancestros.
Benditas las marcas en sus espaldas,
los cayos en sus manos,
el jugo de su sexo.
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Ciudad
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La ciudad selva,
protegida por los colmillos de una gata
que lame con su fastidio de víctima solar:
nunca es suficiente saliva para mi nuca,
mis piernas aspiran el moho
de una calle que es el sexo herido.
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Desde las cloacas emigran manos
en busca de piel callada;
han comprendido que el mutismo salva
del aguijón de la palabra.
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En las avenidas los espectros
dejan sus cuerpos bajo las ruedas de un tractor.
Cada espacio dislocado.
La peste es el cauce natural
del látigo que sangra.
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Nos llega el espanto de vivir
cuando la esperanza en la muerte se acaba:
sobre sus caminos de sal el gusto se desmorona,
caen las piernas al panteón,
se rinde el infierno dentro de nuestras gargantas.
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ll
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Una mujer
se sienta con un lirio en la boca,
deja sus senos saltar,
rebotan los pezones y gotean;
la leche resbala como si quisiera gritar
el nombre del feto que se le pudre en el vientre.
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Ciudad-lagarto con tus hijos subterráneos,
cántame cuando las hojas me arranquen la cara,
cántame a la hora de los párpados sin raíz,
cántame ciudad mía, enferma,
los hematomas en tu rostro me dicen
lo que tus coladeras callan.
Cántame para saberte hendida en mi superficie,
para entenderme eterna en tu moho,
tu sismo,
tu hedor,
tu vicio,
tu interminable cuerpo contraído.
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lV
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Los hilos rojos se deslizan por los pies de quienes sostienen la respiración en aras del cansancio. ¿Cómo se mata la ruina en la carne propia? Ningún susurro satisface la duda ajena, esclava sumergida en la boca del misil. Las callejuelas braman, eximen al homicida. La ciudad y su alarido retumbante: el cine del barrio vacío, las estéticas en el lugar de los parques. No hay nada. Reviven las lombrices, el alacrán que mira desde el techo con la incertidumbre de su propio veneno. Las carreteras amanecen antes que el cielo, la virgen del cerro decora a los indios con flores anaranjadas. Choquizotlahua, luz en las mejillas de todos los desgraciados que no acaban de entender el destino: la guerra está en mi vejiga, en nuestras uñas, en la puerta, en el sudor. Ocultamos el deseo de patear, de golpear, de escupir. Silentium copulare. Muerdo mi labio en exvoto de culpa. Cuido mis pasos porque soy humo y el asfalto lo es todo.
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Sublimación
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Que sea Santa Teresa y su éxtasis perenne
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Dios eyaculó en mi boca;
su semen me llevó hasta las estrellas:
noche de cielos copulantes,
de fantasmas que amordazan soledad.
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Una sensación de Ya no perenne
ya no ser
ya no estar
ya no existir
ya no saborear mis manos sin reconocerlas,
ya no sentir mi piel como ajena.
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Fue el coito,
lo sublime,
la rendición de la tristeza
frente al remolino.
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Dios me tocó los senos;
su saliva mojó mi garganta,
inundó mi hígado,
me volvió hoyo de incoherencia.
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Desglosamiento de palabra por palabra,
dolor tras dolor,
incertidumbre frente a la vida que no alcanza.
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Dios se hizo uno con mi vagina:
paraíso espermático,
rabia fálica en eyaculación santa.
Nadie descansaba,
todos cayeron insomnes sobre mi espalda.
Hasta la tierra hacía el amor;
el orgasmo asfixiaba con secreciones:
un orgasmo de rendición
un orgasmo a la muerte.
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Dios paseó su lengua
sobre mi cuerpo.
Su lengua rasgaba poros,
me inyectaba de pájaros que picoteaban mi vientre.
Se desarraigó el martirio de los días;
la fundición de mi llanto
con los ojos de una gata.
Una mariposa se posó en mi rostro,
se comió mis labios y huyó volando.
Dios me amó,
me enseñó la nada:
luego me abandonó.
Me dejó con el cuerpo desecho,
con el alma cercenada por lo etéreo.
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Insuficiente,
salvaje,
adormecida por el dolor de volver,
de sentirme de nuevo,
de vivirme
otra vez.
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Dios me hizo el amor y luego se fue,
llaga a llaga.
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