“Por muy mal que ande el mundo siempre se habla de amor”: Roberto Acuña en entrevista
La poesía amorosa tiene en Roberto Acuña a uno de sus más sólidos herederos. Esto se demuestra en el poemario Tarde en recordar (Universidad de Nuevo León, 2017), compuesto por alrededor de veinte poemas que expresan con la más alta sensibilidad lírica el amor filial.
Es cierto que, en términos generales, la poesía sólo tiene dos grandes temas: el amor y la muerte. Sin embargo, son los buenos poetas quienes logran renovar estos temas en cada poema. Roberto Acuña pertenece a este tipo de poetas, porque conoce el amor y el oficio poético. Sobre todo, conoce el amor al oficio poético. Así lo declara:
“No conozco escritor que no ame escribir, que no sienta esa sed por trazar algo, lo que sea. Sí, se sufre, hay mucha angustia, pero la literatura toda está llena de amor, como todas las artes, el amor es creación. Quizá por ello nos paguen tan poco y eso cuando nos pagan, porque el escritor, el de a devis, no puede dejar de escribir, está maldito, es un dios idiota.”
Amar el oficio poético implica también conocer la tradición a la que se pertenece. Por esta razón, Acuña es lector de grandes poetas del amor como Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer y Rubén Bonífaz Nuño, de quienes ha tomado las armas y la angustia.
En este sentido, la poesía de Tarde en recordar es de una manufactura impecable, sin hablar desde el lugar común ni caer en la cursilería propia de los que no conocen la tradición ni el oficio, el poeta ha escrito sus versos con la seguridad de aquel que siente capaz de hablar por primera y por última vez de esa emoción humana. Esto es lo que hacen los poetas, sin grandes aspavientos, hablar de amor con una ternura prístina. Para hablarnos más a profundidad de su libro, la poesía amorosa, sus obsesiones y la tradición poética mexicana, Roberto Acuña charló en exclusiva con Tercera Vía.
Tarde en recordar es un poemario de amor, pero ¿qué tipo de amor habita en estos poemas?
El amor a los padres. Los primeros textos son luminosos porque tratan de mi madre, de esa luz que le ha dado consuelo y esperanza a mi vida. Esos poemas para mí son flores sobre un día nublado. Es un pequeño homenaje por todo lo que me ha dado, no por ello dejan de ser poemas porque ni descuido la forma ni el sentimiento me gobierna a la hora de escribir, sí la esencia de lo que significa mi madre en mi vida. Los segundos tratan del amor ido, el de la memoria, el de la infancia, es algo muy Proustiano en cierto sentido, hay melancolía, sí, pero también hay muchas incertidumbres, muchos caminos que nunca quise recorrer hasta el día en que decidí escribirle a mi padre. El amor está lleno de dudas, de senderos por descubrir, de espacios de silencio que queremos comprender o al menos llenar y entonces el amor crea, imagina, rememora y religa el presente con el pasado, porque toda ida tiene su retorno y es en ese camino en que el amor ilumina la vida o una parte de ella que está tan viva en nosotros porque la hemos alimentado de lo que fuimos y de lo que seguimos siendo. Amamos lo que hemos tenido y por eso lo recordamos e imaginamos, uno no ama lo que nunca ha tocado, eso es adoración y ésta es siempre ciega. El amor se construye o germina igual que un fruto, su sabor depende del modo en que lo hayamos cuidado. La adoración es arbitraria y despótica, no así el amor, y el amor no es lo mismo que el deseo, que conste.
¿Existe la poesía de amor? ¿O toda poesía será siempre de desamor, es decir, del deseo que no se cumple, o que llega tarde?
No podría existir el desamor sin el amor, el prefijo “des” por sí solo no hace un concepto, para desamar se necesitó forzosamente amar, el desamor es parte del amor, nadie ama para siempre porque no somos eternos y cambiamos minuto a minuto, psíquica y físicamente. Es una parte de lo que es el amor, en las Coplas de Manrique dedicadas a su padre hay amor, yo no encuentro el desamor, sí la desesperación, la impotencia de no poder hacer nada contra la muerte. Todo muere, incluso el amor, pero la muerte también es parte de un ciclo. La creación tiene dos polos el Eros y el Thánatos, estas dos fuerzas son creadoras a su manera, la primera desarrolla la potencia de los seres y la segunda, al terminar la vida de un individuo o cualquier ser viviente, fermenta la tierra para una nueva, abona el campo para que un nuevo árbol se dé.
¿podría desligarse el amor del desamor, podría el desamor florecer por sí sólo?
Pienso en Pellicer y en sus sonetos de Hora de junio, ¿podría desligarse el amor del desamor, podría el desamor florecer por sí sólo? La orfandad, la ternura, la inocencia, la desesperación, el vacío que sentimos al leer esos poemas es posible gracias a que el amor abrió las nubes de ese verano, dejó viva la herida de la carne, la sombra encendida del agua de otro cuerpo, la fuerza telúrica de otra alma.
Si de algo trata mi poemario es del amor que pervive más allá de la muerte, lo dijo Quevedo y lo dice Rilke. Somos nosotros quienes tenemos la obligación de recordar a nuestros muertos, de eternizarlos, de sobrellevar el amoroso lazo que hay entre ellos y nosotros, de cargar con nuestros fantasmas. Si alguien escribe del desamor es por amor, nadie escribe de cosas que no le importan, porque si no le importaran ni siquiera se daría cuenta de ellas.
Ante las circunstancias actuales que vive el país, y la coyuntura política que acabamos de vivir, ¿es el mejor momento para hablar de amor?
Por muy mal que ande el mundo o por muy bien que ande siempre se habla de amor, el amor es, como ya dije, Eros, creación. No hay un momento en que sea inoportuno el amor, un abrazo al amigo, unas palabras de consuelo a la amiga, un beso al hermano o a la madre o al padre. El amor nos fortifica porque nos saca de nuestra soledad e individualidad. Cuando amamos somos más que nosotros solos. El amor siempre es suma, crea amistades, compañías, complicidades, crea, eso es lo importante.
En México tenemos una tradición de poesía amorosa bastante sólida y con muchos lectores, tenemos a grandes poetas del amor como Sabines o Bonifaz Nuño, ¿qué piensas de esta tradición?
Es que no se puede escribir más que de la muerte o del amor, esos son los dos grandes temas del hombre. Todo poeta, por lo regular, empieza a escribir sobre el amor, Rilke diría que no lo haga, para escribir sobre ese tema se necesita mucho tiempo para dejar de caer en el lugar común, pero hay algo en ese sentimiento que nos arrastra, que nos exige subordinación, que nos hace tender la pluma como los dedos a la carne del ser amado para tratar de comunicarnos, piel con piel, palabra a palabra.
¿Cuáles son los poetas que más se relacionan con tu poética y cómo dialogas con ellos (por supuesto, no tienen que estar vivos esos poetas, el dialogo es metafórico)?
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Ya cité algunos en el párrafo anterior. Me repetiré un poco, tengo cuatro que siempre están allí: Villaurrutia, Sor Juana, Bonifaz Nuño y Velarde. No sé el modo preciso en que se relacionan con mi escritura, es inconsciente ese proceso, pero son a los que más leo y leo y leo. Hay más, como Lizalde, en una época fue muy importante para mí, quería ser un tigrillo y bueno, terminé en oso dormilón; Baudelaire me fascina, pero a veces me cansa, quizá la época en que vivimos, nos acostumbramos a respirar mierda con suma facilidad que ya no nos sorprende la decadencia de sus gatos.
Soy un poeta de interiores, de cuartos, no puedo pensar más allá de mí, envidio a Pound, a Eliot, a Pellicer y a León Felipe, entre otros muchos que saben dar un esbozo de lo universal o de lo humano, armonizar un canto general donde estemos todos. Yo apenas puedo hablar de mí, mi poesía en ese sentido es un confesionario muy Velardiano, donde el león y la virgen se dan su Zodiaco, parafraseo a Villaurrutia que también le encantaba Velarde y esas penumbras de hospital que muchas veces terminan a la intemperie como ese tipo que ve la felicidad de otros por la ventana o que se pone el menos gastado de sus dos trajes para ir a una fiesta donde lo dejarán plantado, porque no sabe bailar y es triste, allí me conecto con Bonifaz, por ese yo lírico que me describe paria, tuerto para el amor, ya no tanto, pero en una época me sentía así, quería ofrecer mi mano al que la necesitara ―aún lo hago―, y de Juana qué decir, la amo, no encuentro poeta más inteligente y completo en toda nuestra lírica y vaya que hay monstruos como Gorostiza, pero Sor Juana sabe hablar del desamor y las alquimias del amor y después tratar del mundo y de sus cosas, de la muerte y sus misterios de una manera en que todo su arte e ingenio parecen ser sólo cosa de inspiración, pero mangos, allí hay trabajo, hay una poeta que conoce casi todos los secretos de la escritura, y digo casi, porque es humana y ni modo de endiosarla, ella misma me lavaría la boca con jabón. Siempre que la leo me enseña algo, para mí la escritura de Juana está llena de sabiduría donde mi torpeza se aquilata y a pesar de todo salgo fortificado, me siento más listo por leerla. Me gustaría decir que de esos cuatro poetas tengo mucho, pero mi escritura dista mucho de ser reflejo de esos monstruos. Hay más, muchos, no dejo de leer poesía pero creo que hoy sólo me quedaré con ellos.
¿Qué piensas de la poesía actual que se escribe en México, y de las modas que predominan en la poesía mainstream?
No pienso nada, si es sólo moda se quedará allí, cuál es el caso de hablar de algo que por su esencia es perecedera. Hay poetas muy buenos como Alejandro Tarrab, es buenísimo, Futuro F. Moncada es selváticamente hipnótico, Julieta Gamboa, lean Sedimentos; otros muy jóvenes como David Meza o Clyo Mendoza, lean Anamnesis, no se van a arrepentir; creo que la poesía latinoamericana y mexicana va bien. Cada época tiene los poetas que merece.
¿Cómo te enfrentas al oficio creador en una sociedad, como la mexicana, en la que todo está dispuesto para que los individuos no se dediquen al arte?
Pues doy clases de literatura, necesito cubrir primero mis necesidades básicas, después escribo, para mí el espíritu va después de lo fisiológico siempre. No me enfrento al oficio, él me salva, es el que me permite tomar distancia y acercamiento con la realidad. La palabra tiene mejores sentidos que los míos, me ayuda a afrontar la sociedad que me tocó en suerte. La escritura resguarda mi humanidad, me ayuda a amar al otro, a ser empático con él.
No dejo de escribir ni dejaré de escribir, aunque primero tengo que comer, no me gusta malpasarme
Me gustaría vivir de la escritura, sí, a quién no le encantaría vivir de lo que realmente le gusta hacer, pero como es imposible, al menos ahora –tengo esperanzas como todos los mexicanos-, hago algo que también amo, hablar de literatura, compartir lo que yo he encontrado en ella. No está mal, lectura y escritura van de la mano. Además, el dar clases ha sido la forma en que he podido retribuir algo a mi país, también lo intento con la escritura, pero es más inmediato el ser maestro y es muy gratificante formar un vínculo con alguien más. Me enfrento a la realidad con el arma que he afilado hasta ahora ―aún le falta mucho: la palabra. Sobrevivo como escritor, quisiera que mejoraran las condiciones del artista y del maestro, quisiera también ser mejor escritor porque me gustaría comunicarme de una manera más precisa y más íntima con el otro, por lo pronto doy lo mejor de mí en ambos oficios. No dejo de escribir ni dejaré de escribir, aunque primero tengo que comer, no me gusta malpasarme. En conclusión, yo sin un buen desayuno desconozco hasta el alfabeto, como dicen: panza llena escritor contento.
¿Cuáles son tus obsesiones creativas?
Ni idea, hablo de la muerte y del amor y es como decir nada, me obsesiona mi país, me molesta la violencia y a veces no puedo dejar de escribir sobre acosos y violaciones, pero también soy un escritor de cuartos de hoteles o habitaciones pequeñas, me gusta escribir sobre mujeres en cuartos o cuando están abstraídas en ellas a lo Edward Hopper. Antes escribía mucho sobre sexo, sigo haciéndolo, igual algún día escribo un buen texto sobre aquellito. Me obsesiona una ventana mientras llueve, mi perro, el hombre de los tamales de mi barrio cuyo pregón se parece más a una mentada de madres que a una invitación al desayuno. Me obsesionó la muerte de mi padre y por ello ese poemario que tienes en las manos, me sigue obsesionando pero es distinto, he apretado un poco las tuercas de la reconciliación y el cariño, me obsesiona la infancia y los girasoles y los niños jugando a matarse, no sé por qué; me obsesiona la lluvia, ¿ya lo dije?, a veces me dan ganas de reír y a veces de fumar y ni fumo y otra sólo de mojarme, quizá porque soy cáncer y tengo miedo de terminar así, enfermo del mal de mi siglo. Tengo miedo de la enfermedad y de los hospitales y de los ataúdes abiertos, qué necedad de ver a un hombre muerto, es impúdico, la morbosidad es demasiado pornográfica, me obsesiona el sexo, ¿ya lo dije?, también las tortas de tamal, pero el tamalero siempre mienta madres con la palabra “tamales” y así no me gusta empezar el día, me gusta la música callada y la soledad sonora y las quesadillas de chicharrón, también son una obsesión, y el café, pero uno bueno, nada de cosas quemadas, bastante tengo conmigo.