Ingrid Valencia #VocesVioletas

#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.

Ingrid Valencia (1983) es autora de los libros de poemas La inacabable sombra [Literalia Editores, 2008], De Nebra [La Ceibita / Conaculta, 2013], One Ticket [Trad. al francés por Odelin Salmeron, La Grenouillère / Literalia Editores, 2015], Taxidermia [Ediciones El Humo / Conaculta, 2015], Un círculo en otro sol [Trad. al inglés por Don Cellini, Ofi Press, 2016], Poemas [libro arte, edición de la autora, 2017], Al día siguiente [en prensa, 2015] y Blue Holes [en prensa, 2014]. En 2016 obtuvo el II Premio Internacional “Pilar Fernández Labrador”, de Salamanca, España, por su libro Oscúrame, publicado en español y portugués, uno de los poemas del libro está traducido a varios idiomas.

A continuación presentamos una breve selección de su obra poética:


 

Los días

I

Miro el polvo, los días,

_____

_____

la jaula de las calles,

las monedas, los rostros.

Reconozco la lluvia

en esta ciudad abierta,

en este puente gris,

en este andar

de los que pierden

el cuerpo entre cenizas.

Estoy donde se agita el viento

y escucho la distancia,

los pasos de la gente,

la infancia al centro de una plaza


al centro de una caja,

de una carta con mi nombre.

 


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II

Estoy adherida al silencio

de los árboles

cuando mecen la noche.

Camino entre ojos

que se cierran,

que regresan,

que habitan las zonas

espectrales de una cuna,

Las imágenes brotan.

Los ojos se iluminan de horror.

Ojos que olvidan.

Ojos que niegan

la proyección de sombras,

de troncos esbeltos

al fondo de un escenario,

de un pasillo,

de los años gastados

que se prolongan.

 

III

Ojos que se detienen

en la grieta, en el cuello

de las tardes.

Ojos que entierran

las luces, las marcas

los vacíos, la carne.

Yo los miro en el polvo,

en los días,

en la jaula de las calles

y escucho los sonidos,

el comienzo del recorrido,

el futuro de la ciudad

dentro de fuentes enmohecidas.

Son los ojos, son las pieles

el espectáculo, el triunfo

de aproximar la luz,

la mirada que toca

incluso lo que ya no está,

lo que desaparece.

 

(Oscúrame, 2016)


 

Las flores muertas del insomnio

 

Las flores muertas del insomnio

crujen junto a la mano de un pianista

que entrelaza los líquidos más fugaces,

diáfanos en el soplo, en la aguja

de las llaves que abren

los cuerpos de la voz.

Las flores muertas del insomnio

me saben a Bach,

a la sal y la ceniza,

a puentes que cuelgan,

a contrapuntos solares.

 

(Oscúrame, 2016)


Nido

 

La cascada encendida,

el trote de un caballo blanco,

los pasos del celador,

los dedos en las cuerdas,

el contrapunto.

Una pléyade, un techo,

unos tonos que comienzan

a repartir los golpes

de lo inevitable,

los zapatos húmedos

de la cadencia, de la espiga,

de la ciudad del humo,

de los graves y agudos

en el salón del torso.

Una acorde mayor

incita a las manos

a cruzarse,

a salir

de donde crecen

los pájaros.

(Oscúrame, 2016)


 

Toco la ventana por dentro

 

Toco la ventana por dentro,

el sitio de la fuente que abre

los paladares del mar.

Escupo las manos.

Amo la escena de un puente

con huecos.

Me veo en la canción

de un muerto con amigos.

Dicen que corra, que abra

la ventana y grite de la sal,

que busque un rincón en el aquí

conmovido por las sílabas.

Encuentro algunas de las cosas

enterradas,

el gesto de avanzar

hacia lo blanco,

Oculto el arma, la saliva.

Hoy miro por dentro de la ventana,

cruzo la sala, la asepsia, el beso.

Las manos arden sobre la mesa.

(Un círculo en otro sol, 2016)


 

Si te cansas de mirar el bosque 

Si te cansas de mirar el bosque,

regresa a los muros del cuarto vací­o.

Allá­, donde eres anterior a la silla,

a la esquina quebrada por la luz

y en aquello que te nombra en mitad.

Allá­, donde no eres sino el pulso

y la bienvenida de un horizonte.

Mira el pañuelo que ondea a solas

en el centro de lo que aún yace

invadido por andamios fluorescentes.

Escucha el gesto de la caja,

el de tu cuarto vacío,

cuya lentitud en su abrir grita

cada una de las islas que sumergiste

y ahogaste al cerrar la puerta.

Siéntate en un piso dibujado

con el gis de cada calle que explota.

Debajo de ti también está la humedad

con el tiempo equivocado

que impregna tu estar de pie.

Si te cansas de la tierra de esta silla,

expulsa la cúspide enterrada,

recuerda tu costra y al aire que te atraviesa

con sus innumerables cartas de alfiler,

ya acostumbradas al goce

de quien crece por dentro aun sin nada.

 

(La Plaza Roja de Moscú, inédito)

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