Pequeña crónica de una solidaridad inaudita

Ramiro no tiene una pierna, pero eso no fue ningún impedimento para convertirse en uno de los primeros en llegar a ayudar. “Se necesitan manos, yo las tengo”, dijo Ramiro a los compañeros de brigada con el ímpetu en la mirada y la fuerza en los brazos que sostienen las muletas. La solidaridad de los mexicanos tiene en Ramiro a uno de sus exponentes más valiosos, dicen por ahí. Pronto, como es sabido, su fotografía circulará en las redes sociales como uno de esos seres dotados de una fuerza conmovedora.

De esa solidaridad es de la que hablan cuando refieren el terremoto del 85, la mítica solidaridad mexicana, que es la misma que ahora ha renacido con la desgracia, la que ahora se alza como una voluntad inaudita que anida en los escombros. La solidaridad que se necesita, y la que rompe barreras más allá de cualquier condición física o social. Es el tiempo de la primera brigada, la del 19 de septiembre, a poco menos de 12 horas del trágico sismo, cuando ya se conocen la mayoría de los edificios derrumbados, se tiene noticia de algunas de las personas atrapadas, y se posee la fatal certeza de las primeras víctimas.

Es el tiempo de la zozobra, pero no hay lugar para ella, al contrario, parece como si los mexicanos hubieran sido vacunados contra la inacción. Es el momento en que los capitalinos miran a los ojos a la desgracia y con el ánimo exacerbado buscan a sus heridos, y a los que, lamentablemente, han perdido la vida. Es momento para una sola cosa: buscar. La búsqueda es caótica pero los esfuerzos por vencer la desorganización son monumentales. La noche ha caído con todo su plomo, y ante esto, sólo queda ampararse con lámparas que han sido donadas por algunos y proporcionadas por los militares y por Protección Civil. La oscuridad reina, y con ella también la incertidumbre. En el corazón de muchos de los que se han congregado para levantar los escombros y buscar vida entre ellos, pesa el dolor de no tener ninguna certeza. Pesa tanto esa incertidumbre, pero no es un lastre, jamás lo será, es solamente algo que se lleva en el corazón, muy en lo profundo, como una espinita, lista para olvidarse. Aquí no hay tiempo para pensar en eso, solamente hay tiempo para vencer el tiempo, entre más horas pasen es más difícil encontrar personas con vida, los segundos cuentan y son tan valiosos que nadie pretende desperdiciarlos.

Lo que no pesa es la generosidad, ofrecer y ofrecerse como una consigna que es al mismo tiempo, un instinto humano. Una generosidad que se repite, y se magnifica, en cada uno de los sitios afectados en la Ciudad de México. Hay un Ramiro en las colonias Narvarte, Del Valle, Condesa, Roma, y más al sur, en Tasqueña, Coapa, Xochimilco y Tláhuac. En cada uno de los puntos más críticos de la ciudad, un Ramiro está ahí para ofrecernos sus manos. Es el caso de Juan José, quien está en el edificio que se derrumbó en Álvaro Obregón 286, él no tiene muletas, pero desde su silla de ruedas está al pie del cañón, recogiendo piedras y cascajo, recogiendo esperanza.

Es la una de la madrugada, los voluntarios y los brigadistas son un equipo sólido cada vez más coordinado, si alguien le preguntara a cualquiera de las personas que están ahí trabajando en la remoción de escombros si está cansado, todos dirían que no. Alguien levantaría el puño para pedir silencio, porque ha escuchado un corazón latiendo, ha escuchado un gemido o un grito, ha escuchado la esperanza. Todos se callan. Se sabe que hay más de veinte personas bajo la masa de concreto compactado, algunas de ellas ya se han comunicado con sus teléfonos celulares. Gracias a ese tuit o a ese estado de Facebook, estarán con vida, porque la maquinaria pesada no entrara hasta no tener la certeza de que ya no haya ninguna persona con vida. Otros han sido localizados por binomios caninos, otros han sido localizados gracias a la suerte. Para la suerte sí hay tiempo, pero no mucho, se necesita suerte y también energía, solamente que una de estas cosas depende del ser humano y la otra no.

Los perros ágiles se meten dentro de las ruinas y olfatean, su olfato es privilegiado y sin ningún temor ni fatiga se esfuerza por oler, porque sólo a través del olfato podrán encontrar a una víctima. Todos depositan su esperanza en esa nariz. Pero no es el único objeto en que se deposita la esperanza, todo objeto, persona o voluntad es beneficiario de esa esperanza que se desborda como un torrente lleno de energía. Mientras los trabajos de rescate son coordinados por el Ejército, la Marina y Protección Civil.

Cientos de voluntarios más han llegado, es sorprendente, pero no hay tiempo para ese tipo de sorpresas, sólo hay tiempo para una cosa: para seguir buscando.

 

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