Salve, Cesar
Camina con la cabeza elevada y paso firme. Sabe que cada paso que da es un trozo de historia, lo que ignora es que avanza hacia su muerte. Entra al recinto y descubre la cara aciaga del destino. Por fin comprende las palabras que el centinela repetía mientras caminaban juntos entre el pueblo: “César, recuerda que solo eres un hombre”.
Sus asesinos penetran su cuerpo una y otra vez, hundiendo con más frecuencia y violencia el puñal, impulsados por el frenesí que provoca la sangre en los hombres. Casio fue el primero en atacar, por la espalda, asestó su golpe directo a la nuca. Casio siempre fue ambicioso y cobarde. César, en el trance de entender que se enfrentaba a su propia muerte, fijó sus ojos en Bruto y escupió una pregunta acompañada de aire y sangre: “¿Tú también Bruto?”. La traición siempre llega por dos flancos: por donde debe y por donde no se esperaba. Ninguno de los presentes sabía que acababan de firmar su sentencia de muerte y una larga y dolorosa guerra civil de la cual Roma se supo levantar, para convertirse en el imperio más poderoso y longevo de nuestra historia.
La escena se repite más de 400 años después de haber sido escrita por una de las más grandes plumas de la dramaturgia, en la que también fue una de sus máximas obras, La tragedia de Julio César. El Central Park, con su imponente grandeza, guarda en sus entrañas al Fausto, Hamlet, Romeo y Julieta. En esta temporada, “Shakespeare in the park” presenta a César y sus tragedias. Una de ellas, que además está fuera de la historia, es que César no es protagonista de su propia obra, muere en el tercer acto. Al iniciar la función sale César al escenario, el público se inquieta, hay algo extraño en él: lleva el pelo color naranja. Un dato que pudo haber pasado por alto, pero el siguiente personaje confirma la sospecha pues la esposa de César, Calpurnia, tiene un acento marcadamente eslovaco, ¿Trump y Melania? El murmullo en las gradas se hace más fuerte.
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James Hodkison de 66 años de edad, residente del Estado de Beleville, Illinoise, viajó más de 11 horas rumbo a Washington. Se sospecha que vivió en su camioneta por dos semanas, que un día simplemente se levantó y decidió dirigirse hacia un campo de béisbol en las cercanías de Washington DC. Descendió de su camioneta con maleta en mano. Preguntó, a una persona que estaba en el campo, de qué partido eran los congresistas que estaban jugando. “Republicanos”, fue la respuesta. Sabemos qué pasó después: sacó de su maleta un rifle semiautomático y abrió fuego, disparó en más de 50 ocasiones contra los , antes de ser abatido. Se dice que era un simpatizante de Bernie Sanders y que en su cuenta de Facebook se distinguió como un fuerte detractor de las políticas de Trump. Las dagas comienzan a alzarse.
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Shakespeare escribió La tragedia de Julio César en 1599, una época en la que se escuchaban rumores de una inminente guerra civil, debido al debilitamiento del reinado de Isabel I y su negativa a nombrar un sucesor a la corona. Hoy, tiempos violentos y de inestabilidad se respiran en la nación considerada un ejemplo exitoso de la democracia. En los pasillos de Washington y en todos los palacios presidenciales del planeta se murmura sobre del futuro inmediato del gobierno de Donald Trump. Julio César fue asesinado por Bruto, Casio y otros Senadores de la Antigua Roma, debido a la intención de César de convertir a la República en una monarquía. Se dice que Bruto estaba lleno de virtud, de amor y lealtad a la República, no así de Casio y del resto de los conspiradores. Todos fueron cómplices del asesinato con el que intentaban, unos defender al estado y sus instituciones, otros el estatus quo.
Es improbable que Donald Trump esté pensando en convertir a Estados Unidos, la nación que representa el sistema democrático mundial, en una monarquía; pero su locura atenta contra el liderazgo mundial de su país y ese es un fuerte motivo para pensar que algunos senadores y líderes morales de esa nación estén considerando —incluso preparando— un impeachment . Trump no sólo ha desafiado y vituperado a la normalidad institucional de su país, también lo ha hecho con los medios de comunicación, jueces federales, la Suprema Corte y con su antecesor, Barack Obama. Ha faltado al respeto y en algunas ocasiones humillado a varios presidentes de distintas naciones con sus intensos apretones de manos; llamó inútil al alcalde de Londres, después de los atentado terroristas en ese país; compartió información confidencial de seguridad interna con representantes del Kremlin; despidió al director del FBI James Comey, por no asegurarle “lealtad” y continuar con las investigaciones
de la intervención de Rusia en el pasado proceso electoral en el que fue electo —no por la mayoría del electorado, sino por la conformación del sistema electoral de su país en colegios electorales—, poniendo en riesgo la independencia del FBI. Podríamos seguir enumerando todos los escándalos y errores en la incipiente administración, pero estoy seguro que eso dará para futuras publicaciones y decenas de libros de este peculiar presidente. El punto es que Trump está poniendo en riesgo al estado, sus instituciones y, por supuesto, al estatus quo.
Jared Kushner, Steve Bannon y compañía representarán un papel en la obra del imperio, ya sea de centinelas o verdugos. Bernie Sanders, un social-demócrata que tanto Demócratas y Republicanos tachan de “radical” comparte el amor por su patria semejándose a Bruto. Los líderes republicanos, McCain, Bush y el resto de los halcones de Washington, pueden desempeñar el rol de Casio y facilitar un juicio contra el presidente. La tragedia de Trump es que ridiculizó al gobierno estadounidense y llevó su discurso a un extremo tal, que su permanencia en la presidencia es un riesgo para su propio país.
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Orson Weelles escenificó en 1937 una puesta en escena en la que Julio César fue interpretado por un militar vestido con un uniforme que asemejaba al Duce y que era una severa crítica al fascismo que inundaba Europa en plena Segunda Guerra Mundial.
John Wilkes Booth, actor estadounidense que asesinó al presidente Abraham Lincoln, poco tiempo atrás del magnicidio, participó en una puesta en escena del Julio César de Shakespeare en Nueva York. En su diario escribió que las decisiones que tomó estuvieron inspiradas en la historia de Bruto.
La producción de la puesta en escena de “Shakespeare in the park” ha sufrido recientemente el retiro del patrocinio de Delta Airlines, argumentando semejanzas del personaje de César con el actual presidente de los Estados Unidos. Uno de los productores declaró, en una de las presentaciones: “nadie somos dueños de la verdad, todos somos dueños de la cultura”.
Tiempos violentos se respiran no solamente en Estados Unidos, sino en todos los rincones del planeta. La lucha por la democracia, la paz y nuestra supervivencia como especie está en juego; esa es la razón por la que, quienes creemos en la libertad y en la nobleza del hombre, estamos obligados a recurrir a la inteligencia y la sabiduría —no la violencia—, para ganar esta batalla. Citando las últimas palabras al ex presidente chileno Salvador Allende, pronunciadas poco antes de morir en el golpe de estado ejecutado por Augusto Pinochet y orquestado por los Estados Unidos: “Más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para la construcción de una sociedad mejor”. O como Franklin Delano Roosevelt respondió al dilema de qué se debía hacer con los soldados nazis capturados. Se dice que Stalin apuntó por “matarlos a todos”, que Winston Churchill propuso simular un juicio y condenarlos a la orca. Roosevelt fue contundente: “Les haremos un juicio justo y ahí su suerte será sellada”. Stalin replicó: “Estás consciente que ellos no hubiesen hecho los mismo con nosotros”. Franklin Delano remató: “Esa es la diferencia. Y esa es la razón de nuestra victoria”. La anécdota puede ser real o no, pero el planteamiento es más válido y vigente que nunca.
Alberto Galarza
Tw / @EsRojoMx