Poesía LGBTTI para celebrar el amor
‘Poesía LGBTTI’ es una categoría que funciona bastante bien para el mercado editorial y el periodismo cultural. No obstante, ¿podríamos afirmar que hay una poesía masculina, femenina, gay, lésbica o asexual? La respuesta es el inicio de un debate al que no debemos concederle mucha atención. La poesía, en todo caso, aborda muchas temáticas tan diversas como la condición humana. Una cosa es evidente, la reivindicación del amor en todas sus expresiones es necesaria. Y a lo largo de todo el siglo XX y principios del XXI esta ha sido una lucha que los poetas han encabezado, con el objetivo de romper la discriminación, la represión y la violencia de género.
A continuación presentamos una breve selección de poesía que celebra el amor:
A Francisco
Suave como el peligro atravesaste un día
con tu mano imposible la frágil medianoche
y tu mano valía mi vida, y muchas vidas
y tus labios casi mudos decían lo que era el pensamiento.
Pasé una noche a ti pegado como a un árbol de vida
porque eras suave como el peligro,
como el peligro de vivir de nuevo.
*
Leopodo María Panero (España, 1948-2014)
Aquella noche
La noche en que nos conocimos
yo empecé a perder
La cerilla explotó
y me quemó los dedos
manché mi blusa con el vino
Olvidé por completo el nombre
del mes y del día
Tanta turbacióm
sólo podía ser la prueba
de un deseo muy grande
tan grande
que ni tú misma
podías satisfacer.
*
Cristina Peri Rossi (Uruguay, 1941)
*
ENTRE TANTAS LIBERACIONISTAS QUE CONOZCO,
sólo tú
-de apariencia tan frágil-
Escucha nuestro podcast
has querido llevar a la cama
esos principios básicos de la teoría.
DEJEMOS
que el amor declare su santo nombre
en cada uno de nuestros tejidos, estratos emocionales
y apetencias más escondidas
antes de comprometernos por las dos leyes:
la tuya y la mía.
SOY PELIGROSA,
es cierto: siempre busco vengarme
de los dueños del capital, los burócratas,
los curas y las mujeres que abusaron de mi cariño.
Nancy Cárdenas (México, 1934- 1994)
La bufanda azul
Pálida, con el azul del alto cenit, brillaba otra vez con plata, brocada
en suaves, vertiginosos patrones, un material delicado, con oscuros bordes anudados, está ahí,
cálida desde los tersos hombros de una mujer y mis dedos se aproximan, acariciándola.
¿Dónde está ella, la mujer que la uso? El aroma de ella me sigue e intoxica.
Una languidez, un fuego disparado, corre a través de mí, y yo aprieto la bufanda debajo de mi rostro,
y trago en la calidez y lo azul, y mis ojos nadan en cielos de tinta fresca.
Alrededor de mí hay columnas de mármol y un pavimento cambiado, con un parpadeante sol.
Las hojas de las rosas vuelan y chocan contra ella. Debajo de los pasos de piedra un laúd tintinea.
Un tarro de jade verde arroja la mitad de su sombra sobre el piso. Una rana
de gran vientre salta a través de la luz del sol, y cae en la burbuja dorada de una cuenca,
hundida en mármol negro y blanco. El viento del oeste ha levantado una bufanda
en el asiento cercano a mí; el azul de la bufanda es un ultraje violento de color.
Ella la dibuja más cerca de ella, y se ondula bajo su ligera agitación.
Sus besos son afilados brotes de fuego; y ardo de regreso con ella, una joya
Dura y blanca, una flor en llamas; hasta que rompa en un puñado de cenizas,
y abra mis ojos hacia la bufanda, brillando azul en la luz de la tarde.
¡Qué fuerte los relojes suenan cuando una habitación está vacía y una está sola!
*
Amy Lowell (Estados Unidos, 1874-1925)
Eagles
No, yo no salí esa noche a la ciudad buscando amor,
el amor es una sustancia venenosa, que pocas veces,
te ofrecen o te venden. No, mi pecho no buscaba
la virilidad de otro pecho para sentirme a salvo
—yo había jurado no volver a creer en la ternura,
ocultar la absurda necesidad de que alguien acariciara
mi cabeza, disimular mi vidriosa mirada
de cachorro apaleado—.
No, mis manos —aún cubiertas
por la escarcha del invierno— no tanteaban lo oscuro
en busca de otras manos que me recordaran
los dedos breves, dorados preces tropicales,
con que mi amante me recorrían estremecer.
*
No, yo no creía en el amor aquella noche
mientras descendía a los sitios más sórdidos,
a los sótanos del alma.
Mi carne era mi enemiga. Mi carne ciega
me empuñaba —vieja sibila— hacia el más ligero placer,
hacía los fétidos desguazaderos
en los que sólo nos movía la fiebre y el deseo.
Atraído por esa viscosa mezcla de vida y muerte
que es la sangre, yo bajaba los escalones del infierno,
enrarecido laberinto en el que devorábamos
y éramos devorados.
*
Me provocaba náuseas aquella orgía,
aquel sonar de mandíbulas que, en círculos concéntricos,
se ensanchaban a mi alrededor: mis ojos panearon
en el mar de luz negra hasta aferrarse
a la roca que ofrecía tu sonrisa.
*
Una extraña imantación —que provenía de ti—
me arrastraba hacia el vertiginoso centro: ruedo
que en su intermitencia volvía más hermosa y lasciva
a los cuerpos sacudidos por blandos orgasmos
y a las bruñidas cadenas, que sostenían,
a la altura de nuestros ojos, la perfección
de la satisfecha presa que se dejaba asaetear.
Júbilo, ahogado murmullo de júbilo coronado
de vinos y ungüentos olorosos la madrugada. Yo,
siguiendo tus pasos con cauteloso vuelo
—lanzarse tras las huellas del leopardo
creyendo que somos fuertes y que nuestras garras
pueden apartarlo de la podrida piel del mundo—.
Yo, lamiendo resignado los sitios de tu cuerpo
que los otros marchaban con su baba engañosa,
con su semen infértil, con los frascos
que olfateaban como hienas
para hacer mas salvaje su apetito. Yo,
que busqué entre tantos labios los tuyos;
que encontré en la luz negra de aquel bar
la rosa dulce y enferma de tus besos,
y me detuve en ella
en el instante de entrelazar tu lengua
con la mía, sin saber, que también tus labios
escapan en busca de los míos.
Y en alardosa acrobacia
me sorprendí colocando mi sexo a la altura de tu boca
sin dejar de repetirme: no, yo no salí esta noche
para buscar amor, el amor es una sustancia
venenosa... pero en verdad deseando
salir contigo a la superficie, abrazarte allí
donde Madrid se hace más respirable y luminoso.
*
Otra vez más carencias y el recuerdo
de un tiempo lejano al que seguía atado,
me tendieron sus trampas
y en un idioma que apenas entendía, te propuse
dejar los restos de aquella frívola noche
sólo para los dos.
*
Atrás quedaron el humo,
los serpentinas del sudor, los insectos de la música
agitando sus alas entre hombre deseosos. Atrás
la caricia estéril, la pasajera aventura de los bares.
Mientras nos desnudábamos con sorpresa y temor,
nuestras ropas fueron exóticos pájaros
ardiendo hasta el amanecer
en tu mínima habitación. No importaron
las amaneradas voces ni las importunas camareras
que recorrían los pasillos del hostal.
Tú estabas tumbado entre mis piernas
o yo entre las tuyas —no lo recuerdo—
como naciendo los dos, como vaciándonos
uno dentro del otro.
*
Sí, éramos dos águilas
vaciándose incluso de sus muertes y soledades;
recuerdo que fue en mayo y Madrid,
cómplice y ambigua, extendía a nuestros pies
su más lujoso disfraz de primavera.
*
Nelson Simón (Cuba, 1965)
MOREIRA
“Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endu-
recido al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente
una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y
se besaron en la boca como dos amantes, sellando con
aquel beso apasionado la amistad que se habían profe-
sado desde pequeños.”
*
Gutiérrez
*
Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese
espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:
de ese despojo, de esa cornamenta
*
esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre
*
Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?
Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?
El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,
esas flores azules de las zanjas?
Ventruda campanilla!
Restallaba!
Si no
*
hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan
burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las
dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el
clítoris-en los nervios musgosos del estribo
*
Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,
tronchos
*
– era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre
andamios temblequeantes y casi ponzoñosos
*
El amigo Francisco
El amigo Giménez
*
El amigo Julián
*
con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos:
esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y
cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que
desprendido
de las plumas del ñu hedia en la planicie
superficial, en balde
*
-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,
se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,
a pocas millas de la tumba
*
“a vos te dejo – dijo – el pañuelo celeste con que me até las bolas
cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;
y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de
comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la
hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:
y se los come la luz mala
*
“y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que
ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir
del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan
grupas hacia la comadreja; y se los come
*
“y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de
plata, si lo encontrás es tuyo”
*
Néstor Perlongher (Argentina, 1949-1992)