Los gatos son bombas molotov contra la incertidumbre: poemas de Xitlalitl Rodríguez Mendoza

Los versos de Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, Jalisco, 1982) atentan contra la cotidianidad. Tormentas de incertidumbre y revelación, sus poemas parecen ser escritos desde el arrebato de un misticismo casi animal. Los gatos y el desasosiego forman una combinación poética que logra expandirse hasta lo más recóndito de nuestra conciencia. Esta joven poeta y editora ha publicado los libros de poesía Polvo lugar (La Zonámbula); Datsun (Punto de partida, UNAM); Catnip (La Ceibita, Tierra Adentro) y Apache y otros poemas de vehículos autoimpulsados (Mono Editores / Conaculta). Ha sido becaria del Fonca y obtuvo el Premio Nacional de Novela y Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2015, en la categoría de poesía. Actualmente es editora de la revista Vice en México.

 


Luego volveremos sobre ello

Leche negra
noches blancas
nieve oscura
es el clima de un
viajero sin la brecha
mullida del hambre.
El hambre es de los que mueren
en los canales
nocturnos de la
incertidumbre.
En cambio,
un bandido
en la nieve
echa más luz
que una molotov
en la Oficinal Oval.
Edith lo ama
y nunca volveremos sobre ello.
Lo sabe usted,
Robert Walser,
porque sabe que
el amor no es más
que una bengala quebradiza
bajo el zapato de un niño.
Edith lo ama.
Y sólo volvió
a la blancura de la joven
salina con sus ojos
muertos bajo la nieve,
con el costado roto por
la vida en la calle.
Edith lo ama, Robert Walser.
Usted nunca volvió sobre ella
ni sobre los vidrios rotos
de un hospital abandonado.


 

*

Datsun pensaba que las palabras esdrújulas escondían una debilidad de su significado. Por eso eran larga y ornadas. Difíciles de memorizar. Así, las criptógamas y las fanerógamas que se contoneaban como matronas por las páginas de las enciclopedias, le parecían viejas anodinas. Aunque su empirismo lo había llevado a confirmar que sólo había plantas con o sin flores, su exploración se limitaba al reducido número de metros cuadrados de su casa y a un par de calles que recorría en traslados cotidianos. Los vasos que escondía en su clóset con rastros de leche o de tejuino eran pequeños insumos a su ánimo. Algo en ellos le recordaba un ademán congénito, una acción repetida en las cavernas de sus manos. No era como cazar a un mamut, sino más bien como haber girado una rueda por primera vez para servirse de ella. Y girarla de nuevo, por primera vez, en cada ocasión consecutiva: al lavarse la cara, al echar talco por el piso para deslizarse hasta partirse la cabeza, al brincar de una cama a otra como en un circo de resorteras, al cortarse el tupé con las mismas tijeras chatas que usaba para las agujetas. Los vasos olían como dos axilas y Datsun se preguntaba si en ese mundillo habría aves microscópicas engrosando el agua con su batalla de caquitas tibias y plumas. ¿Qué tal si ya había conjuntos elementales preparando sus nucleoides para una tragedia? Tal vez una hermosa procariota arrastraba una catástrofe al cultivo en donde hacía alto.

O tal vez no, nada de eso pasaba durante  las largas horas en que Datsun intentaba atrapar sílabas tónicas para su tarea de español.


*

Las plantas con flores son presas ocasionales para el gato. Cuando las garras del felino se aprestan para hacer rugir la calidad de su evolución, el crisantemo se sacude en las turbulencias de un cielo ocupado. El gato gira y lame su tibio corazón de mamífero, prepara su vientre, donde cientos de paracaidistas fundarán su nueva patria.


*

Lencería fina
o -incluso- cutre
vestidos de ancho vuelo y una
correcta disposición de bagatelas
son lujos de los que uno debe prescindir
cuando vive con un gato.
Pero el cabello
-y esto es irrefutable-
debe lucir alto
montado sobre la nuca
y listo para saltar.

_____

_____


*

Soy Murka, sobreviviente del sitio de Stalingrado. Madre de ocho gatos. O lo que es lo mismo: de ocho muertos. Llevaba información de posiciones enemigas a soldados rusos, mientras ellos vigilaban sus últimos minutos de vida al otro lado de la calle. 1942 fue un invierno duro. Tan duro como el cadáver de un niño sin nombre asesinado por la ametralladora Maxim. Y por debajo, y por encima, yo transportaba restos de algo importante, algo como el fin del día, como un ronroneo, como una lengua áspera entre los dedos armados, como una alerta de vigilia, pero vigilia al fin.

 


El arenero de la Infanta Sinalefa

Previo

Lo Público: El caso de los contratos de protección

Siguiente

La desolación y la muerte en la obra del pintor Francisco Goitia