Vivir en 21 de abril

Cada comunidad simbólica crea sus propias efemérides. El “universo Springsteen”, por ejemplo, se regodea en fechas, peripecias y engranajes que dotan de contenidos y esencias a una comunidad que mira al mundo desde su propio idilio, desde su propio mito redentor de lo que el propio Bruce sentencia como “un mundo tan duro y confuso”.

El 21 de abril de 1981 sucedió, en el Palau de Saint Jordi, el primer concierto en la peninsula Ibérica. Pocos meses después del “Pacto de la Moncloa” que prometía la libertad y la democracia, un emergente héroe americano aterrizó en Cataluña para mostrar que la juerga no está peleada con la reflexión sobre las contradicciones del aspiracionismo liberal.

Si le creyéramos a quienes aseguran haber estado allí, estaríamos hablando de al menos dos conciertos en el Camp Nou. Lo que si es indiscutible es que a partir de ese momento la relación entre Bruce y el público español resultó en un maridaje tan extravagante como enigmático para los registros del rock and roll.

Todas las crónicas de aquel día son más o menos como la de Gonzalo de la Figuera en la revista actualidad de aquel año:

Con una puntualidad inusitada, allí estaba él. El mejor concierto de rock que se haya visto en España (no podía ser de otra manera) acababa de comenzar. Resulta difícil resumir en unas líneas el cúmulo de sensaciones que vivimos aquella histórica noche del 21 de abril. La pasión, la fuerza y la universalidad del idioma rocanrolero se dieron cita durante más de tres horas, tres inolvidables horas en las que se puso de manifiesto que Springsteen es la representación más visceralmente viva del espíritu del rock”.

Loquillo y los Trogloditas inmortalizaron la fecha con la canción “21 de abril” y ayudaron a comprender la dimensión emocional de aquel encuentro con una de la voces que mejor acompaña los ratos de frustración de quienes saben que, “aunque educados como perdedores”, no tienen otra más que levantarse o morir:

Quiero que vivas tiempos interesantes, que borres los años perdidos junto a mí, quiero la fuerza te acompañe, quiero que sonrías como aquel ¡21 abril!”.

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A partir de entonces no pocas cosas han pasado. En 1991 se comenzó a editar el fanzine independiente en español “Pont Blank” que hoy sobrevive en la red y, que entre otras actividades, organiza un tour a cuanta referencia geográfica sirva para entender el universo Springsteen. Lo mismo y más hace el “Stone pony fan club”, cuya página da cuenta de la calidad del seguimiento que hacen del “Jefe”. Convicción pura. En correspondencia, en la legendaria gira “Wrecking Ball” del 2012, Bruce cantó de “The River” en honor a Nacho, el fan de 20 de años que murió de cáncer días antes de poder verlo por primera vez, y dedicó “Jack of all Trades” a “los indignados y a todos los que están luchando”.

En recuerdo a aquella fecha Loquillo dijo hace poco: “Springsteen es un monstruo, pero es un hombre que te gana con el físico, con el inapelable repertorio y con una fiereza en el escenario que te aplasta. La energía que desprende es única. Recuerdo la última vez que lo vi en San Sebastián, con 50.000 personas en el estadio, lloviendo a cántaros; no se iba nadie, y tuvo los santos cojones de tocar tres horas y media con el agua y el viento de frente. Después ves a los U2 con la falla plantada en medio del escenario y dices “¡dónde vais con eso!” El rock ‘n’ roll es otra cosa. Springsteen consigue que hasta el tío más crítico tenga que callarse. Es inapelable y encima es la hostia. Siempre está en su mejor momento. Lo del tío este es muy fuerte, muy fuerte [Ríe].”

En 2016 Bruce tocó en Anoeta (San Sebastían), en el Camp Nou (Barcelona), y en el Santiago Bernabeu (Madrid). En los tres estadios agotó entradas y durante esa semana su sola presencia ocupó primeras planas y determinó platicas y noticias por todo el territorio.

Poder seguirlo en esta última gira ahí fue la oportunidad de constatar que del 81 a la fecha muchas anécdotas e historias se han acontecido. Ha sido la oportunidad de comprobar que de ese tipo de complicidades se trata el rock and roll. Se trata de seguir la vida de alguien a cada paso, pues cada paso suyo puede ser la novela de nuestros días. De que cada frase lo mismo nos acompañe en la cantina del solitario que en las comunidades “góspel” que rezan por la dignidad. De subir al escenario miles de veces sabiendo que cada una puede ser la última: o se deja la piel o se queda debiendo. De saber, quien escucha, que, o ponemos la salvación en cada pieza, o nos sumergimos en la banalidad convencional. 

Se trata de saber que las palabras de Bruce, las del rock and roll, acompañan para hacer la vida mucho más sencilla y llevadera. De sonreír como aquel 21 de abril.

*Extracto del artículo publicado originalmente en letrasexplicitas.com en Septiembre de 2012.

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