¿Somos feministas?
Tenía ganas de escribir sobre el feminismo, como si cualquiera “pudiera” hacerlo, al menos intentarlo, en un mundo donde las etiquetas, la moda y las descarnadas competencias femeninas permitieran a una mujer común que no pertenece a ningún grupo activista o de investigación hablar sobre el tema, decidirse y prometerse llegar a un punto exitoso en el apoyo al tema y al menos desempolvar las teorías que lo alcanzan y lo abundan. También, debo decirlo, en un momento histórico donde se debe exigir el rigor que el tema amerita. A pesar de observar en algunas de las organizaciones esta forma abstracta de discriminación en el ambiente público y privado me permito no ahondar en lo negativo y parto de la curiosidad propia de las que caminando por la calle, sin cámaras o medios a nuestro alcance, hemos empezado a entendernos desde dentro, desde nuestros conceptos y desde nuestras propias omisiones reconociéndolas. Ellas somos muchas en todo sentido.
No encarno para nada las características específicas que se establecieron para poder ser asimilada como patrón en el feminismo de la sociedad. Me lo dijeron con otras palabras una noche que no olvido. Discutíamos relajadamente en un bar el tema del “derecho a decidir” y una “feminista” me dijo que el “haberle tenido dos hijos a un hombre” (Insulto inmediato) correspondía a una posición política; pensé que lo decía de manera filosófica y quise seguir comentando el tema a fondo, pero no, ella aniquiló el análisis, ella decidió que mis partos se debieron a la carrera del padre de mis hijos. Esa mujer no tenía idea de la vida que tuve ni cómo fue que llegué a decidir traer al mundo a esas dos criaturas. Ella me etiquetó, me silenció, como se etiqueta por traer el pelo largo o las uñas muy cortas, por usar tacones bajos o tener las caderas de algún modo, por lo que sea que no sea algo trascendente y comprobado, así son las etiquetas. En resumen, “soy casada”, “tengo dos hijos”, punto menos para merecer el título de feminista. No lo digo yo, lo implican muchas. ¿Me equivoco? Quizás. Reconozcamos que así pasa y así se excluye, de manera leve, sutil, no menos cruel que de otras maneras.
Me agradan los cuerpos masculinos, las piernas de los futbolistas, las manos de los meseros, los codos en movimiento de los pianistas, los pies de los nadadores. Me gustan los perfiles de los gimnastas, las piernas cruzadas con el zapato colgando de los lectores en un café, la concentración implacable y atractiva de los que corren hacia el metro sin mirar a ningún lado para que no se les haga tarde, las barbas despreocupadas, las espaldas al aire, las panzas infladas de los hombres delgados, el cuerpo entero de los bailarines clásicos, los cabellos rizados del que va en la patineta, el pantalón ajustado del que corre por el puente hacia su universidad, el cuello erguido del ciclista y el dedo índice reposando en el papel de los que escriben largos documentos. Me gustan los discursos que enarbolan las mujeres pero me gusta más cuando las manos de los hombres las aplauden. Amaba el anillo de mi abuelo repicando contra su escritorio mientras me ayudaba con la tarea. Me gustan los hombres, me caen bien ¿Por qué sería feminista? ¿Acaso se puede? Es pregunta ¿Por qué le interesaría mi visión a las voces del feminismo nacional o mundial? ¿Qué de interesante tiene? Nada, lo entiendo. Lo entiendo de verdad.
A los hombres les aprecio, les corrijo, les peleo, les tiento, les reto, les cobijo, les tengo rabia y amor, les tengo paciencia y un gran cansancio, los critico en comunidad y en privado. Adoré a mis ancestros, de los que se dice eran machos empedernidos pero nunca me dañaron conscientemente, amé la imagen grandota de mi padre, futbolista apasionado aunque solo lo tuve dos años de mi vida porque se fue de esta tierra seguramente también acusado justamente de un machismo inconsciente. Me hubiera gustado sentarme con él a discutir este tema sabiéndolo y palpándolo en todas sus dimensiones y cuestionarlo. Adoro a los hombres que se han cruzado por mi vida, incluso los que hoy por edad o por desinterés siguen viendo en la mujer una estatua de fortaleza congelada sin derechos y sin sentires, solo puedo perdonarles sin justificar ni defender su desdén pero hay que seguir construyendo la historia que se necesita para el futuro.
¿Por qué sería feminista? Se me ocurrió un día pensar que a las marchas organizadas para combatir el machismo y reclamar por la violencia hacia la mujer deben ir los hombres y encabezarlas con ellas, hablar y tomar el micrófono con ellas y deben plasmar su posición, retroceder en el tiempo y observar como yo a todos los hombres de mi vida y cuestionarlos, acusarlos. Incluso deben mirar y esculcar en el alma de las mujeres que los acompañaron y verse en ellas, pedir y hacerse el perdón por todo lo que han hecho y omitido. Somos humanos que nos podemos moldear frente a un espejo y cambiar los argumentos que hemos vertido en nuestro hígado, somos la rabia que nos aterra y detiene pero podemos ser también la generosidad que nos calma y nos hace activos ante cualquier llamado. El llamado es obvio, palpita en todas partes.
¿Por qué sería feminista si admiro a tantos hombres como mujeres? ¿Por qué? ¿Por qué sería feminista si mi competencia en este tema tiene que ver con felicidad, si mis peleas con ellos se han basado en replicar, informar, pedir e insistir en que se vuela más alto tratando de ser feliz que tratando de ser dominante? Explico, insisto, peleo porque el mundo es de todas y de todos, pido que dejen espacio a sus dudas, que emprendan otros caminos que les permitan dejar de sentirse tan comprometidos con la omnipotencia y el ego, que dar la mano no significa caer y que una bofetada dirigida a una mujer mata años de desarrollo.
Mis preguntas como mujer que anhela igualdad, el reconocimiento de un pasado cruel y un presente omiso van por otro lado: ¿Se preguntarán ellos lo mismo que yo? ¿Podrán los hombres ser feministas sin hacerse las preguntas que yo me hago? ¿Cómo pueden ser feministas si no miran de lejos todos los temas, ni todas las coyunturas, ni todos los gritos actuales? Muchos tampoco miran de cerca en sus ambientes de trabajo o en sus casas ¿Las feministas declaradas se miran de cerca en sus círculos más breves, en la fila del supermercado? ¿Las feministas vierten el mismo entusiasmo de un discurso en revertir el dolor de su vecina maltratada? ¿Las mujeres comunes lo hacemos? ¿Los hombres piensan en la mirada triste y frustrada de la mujer que les vende los cigarros en la esquina a las 11 de la noche? ¿Agradecerán su trabajo?
Suma el reconocer que existen mujeres que siempre estamos en crisis porque contamos con la manía de hacernos preguntas, de observar al otro, y más veces que menos la intuición le gana a todas las teorías que veníamos estructurando. No corro con los rumores ni vestimentas de moda, no tengo más poses que las que intento quitarme y amo retratarme para poder encontrar lo que he perdido en mis luchas y lo que no he visto en otras con determinación. Me observo por mis omisiones más crueles frente a mujeres que vi luchar sin descanso ante el maltrato y la desolación del odio. Quiero indagar más, quiero ver lo que no he visto en las demás mujeres, quiero no volver a evadir nada de sus situaciones, quiero quitarme un concepto que me estorba demasiado, que me martilla el pensamiento todos los días ¿Somos las mujeres tan machistas como se cree? ¿Son las feministas machistas? No lo sé. Me lo pregunto.
En un momento muy íntimo y poco analítico de mi vida me erigí como madre, hoy entiendo que por el impacto que sufrí al serlo en una sociedad como la nuestra, quizás en mi cerebro y en mi corazón se fue evadiendo toda posibilidad de mantenerme firme en todos los campos de la justicia de género. Olvidé por completo el tema, me dediqué con obsesión a cuidar de dos niños que no me demandaban más de lo que yo quería dar, que no me pedían tanto como yo decía y que no me necesitaban la mitad del tiempo que yo suponía, al punto de dejar en un cajón el interés por mi carrera algunos años. Nadie me exigió tamaña locura, pero ninguna mujer, ninguna feminista cercana, ninguna amiga “común” (así nos llaman a las mujeres que no pertenecemos a ninguna organización ligada al feminismo) me explicó los terrenos que estaba perdiendo y las grandes cascadas de ventajas injustas que estaba vertiendo en otros y las oportunidades que perdía. Cometí un grave error, olvidé los conceptos básicos de la igualdad al ser madre, quizás nunca los supe, o quizás estaba construyendo un futuro para averiguarlos, pero fue ahí donde empecé a sentirme lastimada por la vida, por la sociedad, por los vecinos, por los amigos y por mis propios familiares. Fue ahí donde entendí que al mundo lo dirigían las ideas de los hombres y que además de gobernarlo lo podían vivir en extrema libertad y con todos sus sentidos y placeres pues las mujeres nos dedicamos a cosas más mundanas “por elección” (dicen) pero lo que no se pregunta casi nadie es que hay cosas que no se deciden en el universo cultural y que pasan como agua corriente debajo de nuestros pies y jamás vemos la tragedia que va remando con ella. La tragedia de la desigualdad imperante, triste, rastrera y falaz que nos persigue a todas y a todos por todas partes. ¿Por que no mirarnos más de cerca en nuestras comunidades? ¿Por qué no nos tratamos de igual a igual con todas nuestras mujeres?
Esa desigualdad se ve y se siente en cualquier elevador cuando nos miran el cuerpo y lo esculcan cuestionándolo, en el trabajo cuando nos juzgan por pelear nuestras ideas y nuestro sueldo, en las aceras cuando nos empujan como si no existiéramos, en el transporte público cuando nos sentimos débiles para pelear por la silla vacía, en la universidad por tener que sacar las mejores notas y no poder ser delegadas de grupo, porque algunas eligen humanidades y no ciencias, algunas por ser madres, otras por decidir no serlo, otras por ser hermosas, otras porque deben serlo, otras porque les fortalecen las artes, a otras la academia. Casi en todos los ambientes nosotras pisamos el suelo fangoso e hipócrita de la “igualdad” en un sentido bastante fantasmagórico, en un sentido casi muerto que no existe realmente. Se asoma pero arrasa con toda la dignidad que nos ha costado años endurecer.
Ahí andan los fantasmas apareciendo cada tanto, unas cinco veces al día y nadie nos avisa, nos detiene, nos ayuda, tenemos la culpa extendiéndose por todos lados porque algunas reaccionamos con más lentitud que otras, porque hay unas que no se han enterado que son humanas y que poseen algún valor. Porque hay mujeres gritándonos aún que no somos de un lugar o de otro, que no pertenecemos a un grupo o a otro.
A mi me criaron fabulosas mujeres, muchas no estuvieron ni están conscientes de su valor, otras lo tenían y lo tienen más que claro, algunas tejen sueños con ligera tranquilidad, las envidio, otras cosen historias muy felices con mucho esfuerzo, algunas hacen dinero para repartirlo entre varios, otras estudiaron para enseñar historia, otras supieron del placer de la vida, otras tantas descubrieron antes que yo que la vida trataba de cosas distintas al trabajo y las responsabilidades, muchas otras se cuestionan poco porque llevan en su naturaleza la libertad que hoy muchas estamos investigando. Las mujeres de mi vida son muchas, son todas, algunas ni saben que son la razón de cuestionarme, las más débiles siempre han salido adelante y la que menos esperabas saca al aire el mejor talento para reponerse ante las desdichas de la sociedad y las más fuertes, las que abundaron e hicieron memorables cambios no conocieron la palabra “feminismo” porque lamentablemente pecaron de ingenuas y sus dolores se fueron secando en el hielo de algún lugar detrás del corazón, en alguna capa de piel que aún la ciencia médica no ha descubierto. Ese tiempo se nos fue.
Admiro a las feministas de ayer y de hoy, les tengo un respeto inimaginable, he tratado de acercarme a ellas y la única forma que he tenido, la más natural, la más sincera es verles desde cerca, leerles, apreciarles, agradecerles y poder asistir a los eventos donde se nos permite estar, esos que convocan en nuestro nombre pues las multitudes nos hacen más iguales. Es una verdadera lástima que en las cercanías, las vecindades, los eventos privados, en medio de las alabanzas entre “pares” y los aplausos que van y vienen hayan perdido, en algunos casos, la posibilidad de mirar con compasión y sin superioridad a tantas que caminamos día a día con ellas de referencia.
Nosotras debemos hacer de esta lucha un largo respiro de paciencia colmado de situaciones diarias que remendar y no olvidarlo a ninguna hora, debemos hacerlo en la comunidad, a pocos metros de distancia para poder levantar los ríos esos que se nos escapan por los pies a cada rato.
¿Somos feministas?