Los libros que gritan: Narrativas imprescindibles a dos años de Ayotzinapa
Ayotzinapa es una herida abierta. No cicatrizará mientras los perpetradores, los implicados y sus encubridores sigan libres. Dolerá en tanto que los estudiantes no aparezcan, ni tengamos acceso a la verdad, a la justicia, a la memoria y la reparación. A garantías de no repetición.
Hay libros que han logrado rescatar el testimonio de las víctimas, iniciando un proceso que abre espacios para la esperanza, la cercanía, la reflexión y la vida. Nos referimos al trabajo de Tryno Maldonado y Paula Mónaco Felipe, quienes a partir de una gran cantidad de entrevistas y de su contacto directo con Ayotzinapa, nos ofrecen reconstrucciones narrativas y documentales que destacan por su calidad, su precisión y su veracidad.
Tercera Vía los entrevistó para conversar sobre ello y explorar las más cruciales vetas de reflexión sobre los hechos.
ENTREVISTA CON PAULA MÓNACO FELIPE
“A través de Ayotzinapa podemos ver el verdadero rostro de México”
La periodista, activista, militante de H.I.J.O.S., nació en Argentina, donde sus padres fueron desaparecidos por la dictadura. Con un largo proceso de lucha en su país por la memoria, la verdad y la justicia, se acercó a Ayotzinapa, con el objetivo de documentar, de manera directa, la experiencia de las víctimas. De aquello resultó un libro que nos obliga a mirarnos como país, de frente, sin afeites ni retoques.
¿Cuáles fueron tus motivaciones para escribir “Ayotzinapa, horas eternas”?
La convicción de que la memoria es una apuesta a largo plazo, que puede ser cansada, pero que es muy importante en términos de los derechos humanos. Creo en la memoria como una forma de justicia, sobre todo en contextos donde la impunidad es la regla, como en México.
Por otra parte, mis dos padres son desaparecidos en la dictadura de Argentina, por lo que crecí en un contexto dictatorial primero y luego al comienzo de la democracia. Era un país y una época en que “justicia” era una palabra lejana, fría, vacía, como lo es hoy en México. En aquel entonces sentíamos lo mismo que se siente hoy aquí: que la justicia es inalcanzable, imposible.
¿Cómo fue tu proceso en Argentina y de qué manera lo vinculas a tu trabajo en México?
Toda una generación decidimos trabajar por la memoria, la verdad y la justicia en Argentina. Esos son los lineamientos de las organizaciones a las que pertenecía y pertenezco, y creo que también pueden ayudar a enfrentar situaciones como las que vemos hoy en México: la crisis de graves violaciones a los derechos humanos, los miles de desaparecidos, los más de ciento cincuenta mil asesinados en menos de diez años, etcétera. Todas estas situaciones que son terribles y que han orillado a que muchas personas en este país vivan sin vivir.
¿Trabajar sobre la memoria es una forma de evitar tragedias futuras? ¿No dependen las masacres y las graves violaciones de derechos humanos de la permanente libertad humana de herir?
Creo que pueden darse las repeticiones, que hay cosas que vuelven, pero sobre todo en países en donde nunca hubo justicia. Tenemos que entender que no solo se trata de que exista un proceso legal en donde personas sean condenadas y vayan a la cárcel, sino que tiene que ver con la más básica forma de justicia: acceder a la verdad.
Ahora bien: ¿Dónde están volviendo a ocurrir masacres? En México. No está pasando en otros países. Existe una venda que no hemos quitado de nuestros ojos. En otros países no hay ciento cincuenta mil muertos. No hay treinta mil desaparecidos. Eso está pasando acá, en el país que en 1968 vivió una masacre de estudiantes respecto a la cual no tenemos ni verdad ni justicia. El mismo que en 1969 tuvo su primer caso de desaparición política, la del profesor Epifanio Avilés. Sabemos que hay cientos y tal vez cerca de mil desaparecidos entre 1969 y 1971 en la sierra de Guerrero, que hubo otros tantos en el norte del país. Los responsables de esas desapariciones están libres, impunes y gozan de privilegios. El ex presidente Luis Echeverría vive en una mansión, protegido por el Estado Mayor, con jubilación, con sus gastos garantizados. Eso no está ocurriendo en todas partes. Está ocurriendo aquí. Hay que atrevernos a ver eso.
Creo que Ayotzinapa sintetiza mucho de lo que es México, y a través de ello podemos ver su verdadero rostro como país. Este libro es un espejo. Debemos atrevernos a mirarnos en ese espejo, para ver lo que nos gusta y lo que no; para cambiar es necesario que nos enfrentemos a las cosas que aparecen en nuestro reflejo.
En tu vivencia, ¿De cuáles estrategias puede valerse la memoria para lograr encaminar la justicia?
La memoria no es la única herramienta. Tiene que ir acompañada de procesos sociales, de procesos de participación, de procesos de asumir como propio lo que está pasando. En Argentina existió un movimiento de organizaciones de familiares que nunca bajó los brazos: madres, abuelas, familiares, hijos, que hemos caminado a la par, pese a las diferencias generacionales y las distintas formas de pensar. Además, hubo un gobierno que tuvo una clara disposición a eso, a la memoria, la verdad y la justicia. Pero sobre todo, se conformó una sociedad que pudo mirarse a sí misma. La situación empezó a cambiar cuando los desaparecidos dejaron de ser exclusivamente de sus familias, como si se trataran de un asunto privado.
Hay que entender que el sistema es perverso y no se va a juzgar a sí mismo. Al ver genocidas libres y comprobar la existencia de un pacto de impunidad en las leyes para que así fuera, empezamos a hacer escraches. Se trata de ir pacíficamente a sus casas, con sus fotos, y señalar “Aquí vive un genocida”. Al comienzo éramos veinte personas, luego cien. En el año 2005 en el escrache a Videla había diez mil personas. Esos ya no eran solo familiares de los desaparecidos. Años depués, se reabrieron los juicios. No hay que subvalorar la memoria: es la gotita que puede quebrar la piedra.
¿Consideras que se cumplen los objetivos de tu libro? ¿Cómo ha sido su recepción?
Creo que mi libro sirve para que quienes no han tenido mucho conocimiento de un caso lo puedan abordar desde lo más cercano e intenso, como lo es un libro, para ir más allá de la noticia en el periódico. Es la excusa para seguir hablando del tema, para encontrar nuevas aristas, para seguir buscando la verdad sin perder de vista la necesidad de justicia. Ayuda a ponerlo sobre la mesa y preguntar: ¿Qué vamos a hacer con esto?
Mi libro se basa en cerca de cien entrevistas. Todas las palabras escritas ahí tienen como sustento una grabación y la autorización de las personas que las respaldan. Cumple en ese sentido como documento.
Este libro esta hecho sólo con voces de víctimas y sobrevivientes. Eso siempre se busca deslegitimar desde el poder. Se siembra la duda, se dice que son versiones “tergiversadas”. Yo creo que las víctimas nunca tienen razón para mentir. Por mi parte, más que una escritora, soy un vehículo que ayuda a transmitir las voces a esas personas, para que otros conozcan su historia.
¿Qué pistas sugieres seguir para una lectura política sobre Ayotzinapa de cara al futuro?
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Recuerdo una revista cuyo nombre es “Caras y Caretas”. Creo que a partir de mi libro, y de otros que se han escrito al respecto, podemos ver quiénes son caras reales y quiénes son caretas en esta historia. Conforme pasa el tiempo, queda más claro la estrategia que jugó este gobierno, de casi un juego de ajedrez, de mover piezas para un fin que parecía estar planeado desde el primer día: el silencio y la impunidad. Lo vemos en el tiempo que tardó el presidente en dar la cara a los familiares y en cómo los recibió, en la dinámica de las siguientes interlocuciones con el gobierno, en los momentos en que se realizan las tres principales conferencias de prensa por parte de las autoridades, en que hubo formas claras de desviar la atención y desmovilizar mediante el uso de la violencia contra el movimiento en momentos específicos. Si miramos desde una postura no publicitaria del régimen, se desnuda eso: quiénes son caras, quiénes caretas.
ENTREVISTA CON TRYNO MALDONADO
“Como generación seremos juzgados por cómo reaccionamos ante la tragedia de Ayotzinapa” Tryno Maldonado
El escritor, editor y activista habla para Tercera Vía sobre un libro no planeado, que se fue escribiendo en su vida diaria en Ayotzinapa, a donde se mudó para impartir talleres de narrativa. Para el autor, la emergencia que vivimos exige tomar medidas urgentes: “Organizarnos y luchar. Salir a la calle. Eso es lo que se requiere si pretendemos desmontar este Estado corrupto y criminal y expulsar de una vez por todas a la mafia que ha gobernado al país durante décadas”.
Tu libro “Ayotzinapa: el rostro de los desaparecidos” es un documento periodístico -se basa en testimonios directos- pero también es un ejercicio narrativo. ¿Cómo fue el proceso de su escritura?
Nunca tuve planeado elaborar un libro completo sobre el caso Ayotzinapa; mucho menos investigar y recabar los testimonios suficientes como para elaborar una reconstrucción de los hechos de la noche del 26 de septiembre tan detallada como terminó siendo. El objetivo a mi llegada a Ayotzinapa fue impartir talleres de narrativa para que los mismos alumnos generaran memoria a partir de su experiencia. Así fue que me uní al movimiento casi desde el principio, en 2014. Comencé a lavar trastes, ayudar en la cocina del campamento, a barrer el piso, a cargar víveres, a participar en las brigadas… Mientras tanto, fui publicando perfiles de los 43 muchachos desaparecidos en mi columna en la revista Emeequis. Los familiares fueron confiándome sus historias y eventualmente los normalistas sobrevivientes también. Así que llegó el punto en que contaba con unos 125 testimonios de más de una hora cada uno, un rompecabezas de información.
Los familiares fueron confiándome sus historias y eventualmente los normalistas sobrevivientes también
Por lo tanto, la estrategia de imponerle a ese mar de información un orden narrativo parecía la más sensata. No sólo porque soy narrador, sino porque hasta entonces no contábamos con una narración ordenada que diera contrapeso a la “mentira histórica” del gobierno de Peña Nieto. Más que “prestar voz” a las víctimas, me gusta pensar que este libro fue un trabajo colectivo de confianza y respeto con los familiares y sobrevivientes de Ayotzinapa. Dentro de la retórica impuesta por la “guerra contra las drogas” –e incluso dentro de las tradición literaria de la así llamada “narcoliteratura”– no se les presta voz a las víctimas: son consideradas “bajas colaterales”. Lo que ocurre en mi libro es que esas voces rompen el silencio.
La producción editorial -también la musical, gráfica, teatral, etc.- sobre Ayotzinapa ha sido copiosa. ¿Qué otros textos, imágenes o expresiones artísticas te parecen importantes para leerte, dentro del amplio proceso de hacer memoria del que forma parte tu libro?
Siento muy lejana, aunque igualmente valiosa, hay que decirlo, las obras de artistas o incluso antologías sobre Ayotzinapa en cuyo proceso no fueron requeridas las familias ni los normalistas. Es válido, repito, y abona al movimiento, pero al haber estado tan involucrado emocional y moralmente con las víctimas que ahora son como mis segundas familias, los leo como ejercicios distantes. Mi libro, en cambio, siento que dialoga y se complementa con trabajos como el de mi amigo John Gibler o el de Paula Mónaco, que han estado muy cerca de las familias y los normalistas desde el primer día. Pienso también en el hip-hop de mi amiga Obeja Negra, que también vivió en Ayotzinapa durante los meses más complicados del conflicto. Además de las fotografías de Emily Pederson. Todos estos trabajos fueron elaborados simultáneamente con mi libro: incluso varias entrevistas o momentos que después pasaron a ser parte de nuestra obra los vivimos juntos. No digo que toda la vasta producción que se ha creado en todo el país y en el extranjero para exigir justicia por nuestros compañeros desaparecidos sea menor, sólo hablo de aquellos trabajos que se gestaron a la par que el mío codo a codo con el movimiento, y que por lo tanto tienen un nexo empático mucho más fuerte.
Escribes: “vivimos en el tiempo de la rabia”. Si tu trabajo previo a este proyecto era fundamentalmente narrativo, ¿Cómo experimentaste el pasaje de la ficción hasta el realismo más atroz?
¿Cuál es el perfil del lector a quien va dirigido tu libro?
Cualquier persona que sea medianamente empática y medianamente sensible. Cualquier mexicano o mexicana que esté harta de la mafia de criminales que ostentan el poder. Cualquier lector o lectora que se interese en conocer quiénes eran los 43 muchachos desaparecidos por el narco-Estado mexicano más allá del fetiche hiper-simbolizado del número 43.
Es un hecho que Ayotzinapa interpeló a capas sociales que generalmente no participan, e incluso, produjo solidaridad desde lugares y sujetos inesperados. Empero, solo algun@s asumieron la tarea de escribir un libro al respecto -tu incluso te mudaste varios meses para allá-. ¿A qué atribuyes este quiebre, este llamado a la escritura?
Es un reflejo lógico. Tarde o temprano, como generación, iba a ocurrir eso: dejar de ser activista de escritorio y pasar a la acción. La injusticia y la impunidad que ha traído el PRI a México con su regreso así lo demandan. Sobre todo si, como yo, te consideras de ideas libertarias. La acción en este caso en lo que hablará por ti, no los comentarios de Facebook ni tus columnas. Las redes sociales nos permiten muy bien organizarnos. Para eso son una estupenda plataforma. Pero la lucha, el segundo paso, sólo podemos darlo fuera del ámbito virtual. Es la congruencia que México demanda ahora. Como generación seremos juzgados por cómo reaccionamos ante la tragedia de Ayotzinapa. Y no me gustaría que los mexicanos del futuro dijeran que nos quedamos tuiteando desde la comunidad de nuestros sillones para apaciguar nuestra conciencia. Dar un paso adelante es muy fácil. Construir redes humanas en el ámbito comunitario en vez de meras redes virtuales, mirarnos a la cara, reconocernos. Organizarnos y luchar. Salir a la calle. Eso es lo que se requiere si pretendemos desmontar este Estado corrupto y criminal y expulsar de una vez por todas a la mafia que ha gobernado al país durante décadas. La política de masas construida por el PRI hace décadas nos volvió una sociedad acrítica y agachona, donde cada ciudadano es un censor o un policía potencial incluso en redes sociales. Seamos críticos, atrevámonos a pasar a la disidencia en el pensamiento y en las acciones. Generemos memoria. Pero sobre todo, hay que actuar. Actuando y no solo quejándonos sobre lo que ocurre en nuestro entorno inmediato: Ayotzinapa es el ejemplo más doloroso de la profunda simbiosis de crimen organizado con el Estado mexicano.
CRÉDITOS
Narrativa: César Alan Ruiz Galicia Diseño web: Francisco Trejo Corona Ilustraciones originales: Jonathan Gil Fotografías (Paula Mónica Felipe): Annick Donkers