La arqueología del viaje espacial

El fotógrafo americano Roland Miller ha pasado los últimos 23 años buscando los lugares que quedaron abandonados tras el final de la carrera espacial. Ha recorrido Estados Unidos y fotografiado las decenas de instalaciones de 12 localidades. Todo con un propósito: documentar la ruina en la que se ha convertido lo que fue, hace cinco décadas, grandioso. Su objetivo ha capturado desde pistas de lanzamiento, propulsores de cohetes hasta fortines espaciales e instalaciones de investigación. La mayoría de estos vestigios de nuestra historia reciente están en bases militares cerradas al público; otros ya han desaparecido. Miller ha recogido todas estas instantáneas en su libro “Abandoned in Place: Preserving America’s Space History” (Abandonados en el sitio: preservando la historia espacial de América, en su traducción al español), publicado el 1 de marzo por la Universidad de Prensa de Nuevo México.

Lanzamiento espacial con un cohete Hermes A-1 (Campo de misiles Arenas Blancas, Nuevo México, 2006)

“Tan pronto vi a ese coloso oxidado supe que tenía que fotografiarlo”, exclama Roland Miller sobre el complejo de lanzamiento 19 desde donde se gestionaron 10 misiones Gemini. Era 1988 y fue el principio de su propia carrera espacial. Miller trabajaba entonces como profesor de fotografía en un colegio de Florida, a escasos 10 kilómetros de la estación de fuerza aérea de Cabo Cañaveral. Tardó dos años en conseguir el acceso a las instalaciones. “Cuando mostré las fotografías que estaba haciendo a la NASA me dieron permiso para continuar el trabajo”, recuerda. Desde entonces ha dedicado toda su vida a recorrer estos lugares.

Propulsor de cohetes en el complejo Gemini (Cabo Cañaveral, Florida, 1991)

En 1950, Estados Unidos vivía un tiempo de esperanza. La Segunda Guerra Mundial había terminado, el mundo estaba recuperándose y era el momento de empezar a mirar el futuro. En particular, al espacio. Rusia, antiguo aliado, se convertía en competidor. El programa de exploración del espacio eclosionaba y los lugares de lanzamiento florecían alrededor de todo el país. A finales de los 50 y en los 60, ambas naciones lograron grandes cosas. Pero, en julio de 1969, cuando Estado Unidos lanzó a Apolo 11 a la Luna, el final de esta carrera hacia el espacio estaba cerca. A partir de ese momento, las instalaciones de lanzamiento dejaron de ser necesarias y, al cabo de dos décadas, la mayoría de cerraron, una tras otra. “Es impactante estar ahí, parado, en frente de edificios que representaron toda una época y que hoy están en ruinas”, confiesa Miller.

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Antiguo teleférico en el complejo de lanzamiento Apolo (Cabo Cañaveral, Florida, 2000)

Este anillo de lanzamiento se encuentra en el complejo 34 de la misión Apolo. “Es mi favorito”, asegura el fotógrafo Roland Miller. “La primera misión Apolo, Apolo 7, salió desde el complejo 34. Es también el lugar donde se incendió la cápsula del Apolo 1 y murieron Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee. Tiene algo espiritual este lugar. El pedestal de lanzamiento, con su gran círculo abierto mirando hacia el cielo, le da un aire de ruina arqueológica y astronómica”. Además de esta construcción, Miller recuerda especialmente las instalaciones de lanzamiento de la misión Mercurio o el lugar donde se encuentra el homenaje al transbordador espacial Challenger, que se desintegró 73 segundos después de su lanzamiento (causó la muerte de sus siete tripulantes y se convirtió en el peor accidente en la conquista del espacio).

Anillo de lanzamiento en el complejo de la misión Apolo (Cabo Cañaveral, Florida, 1990)

“No hay palabras para describir lo que sientes cuando llegas y ves sitios históricos de lanzamientos y pruebas. Algunos siguen siendo muy impresionantes, otros son tristes, algunos son inolvidables y otros muy espirituales. Estos sitios demuestran la naturaleza temporal de la vida, cómo algo que ha sido tan importante puede perder rápidamente su estatus y pronto ser abandonado”, reflexiona Miller. El fotógrafo atribuye a muchas de estas instalaciones referencias a otros grandes sitios arqueológicos: un parecido visual con las pirámides de Giza, con las ruinas Mayas de Yucatán, las griegas de Atenas o con Stonehenge en Inglaterra. Además, Miller valora la ingeniería y el diseño de estas instalaciones. “Son muy bonitos a su manera. También el contexto de la guerra fría en la carrera espacial es cautivante. Quizás es la combinación de todos estos atributos lo que hacen que estas instalaciones espaciales abandonadas sean tan irresistibles”.

Fortín en el complejo Apolo (Cabo Cañaveral, Florida, 1992)

Miller recorrió 12 localidades americanas, pero la estación aérea de Cabo Cañaveral en Florida ha sido la más recurrente en sus viajes. “En cada visita a Cabo Cañaveral encuentro nuevas perspectivas. La luz cambia, la atmósfera cambian y las propias estructuras cambian: se oxidan, se deterioran, desaparecen. No creo que me pueda cansar nunca de explorar estos sitios históricos”.

Sala de limpieza en el refugio universal de medio ambiente (Cabo Cañaveral, Florida, 2006)

Aparte de la fotografías, Miller asegura que la mejor parte de este largo proyecto ha sido la gente que ha conocido. “Esos hombres fueron al espacio, estuvieron en misiones impresionantes y siguen siendo humildes y humanos”, señala Miller. “Cuando hablas con ellos, te das cuenta de que sabían que lo que estaban haciendo era importante, pero no que supieran lo maravilloso que se iba a volver, especialmente 50 años después”. El fotógrafo subrayó en su libro (“intencionadamente”) la labor de cuatro personas: Sam Beddingfield, Harold y Carold Collins y Gunter Wendt, quienes trabajaron gestionando los programas espaciales. Cada capítulo está dedicado a los tres proyectos tripulados —Mercurio, Gemini y Apolo— y comienza con un retrato de estos hombres.


Panel de calibre de presión en la sala de control de motores del programa Apolo (Santa Susana, California, 1998)

“La única parte mala que veo a esta experiencia es que no empezara el proyecto 20 años antes. Si hubiera sabido que existían estos lugares a principios de los 70, me hubiera encantado fotografiarlos antes de que empezaran a demolerse”, confiesa Miller. Ahora, 23 años después, el libro de Miller está terminado. “El libro puede estar completo, pero yo voy a seguir haciendo fotografías para este proyecto tanto tiempo como se me permita. Especialmente en Cabo Cañaveral. Uno de los beneficios de haber estado más de 20 años en este proyecto es que he podido ver cómo todo cambia con el tiempo. Algunos, como el complejo de lanzamiento Atlas 13 en Cabo Cañaveral ha sido reutilizado”, explica. “Quiero seguir ahí para documentarlo”.

Catacumbas de la sala de control del motores del programa Apolo (Base de fuerza aérea Edwards, California, 1998)


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Con información de El País.

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