Sin ellas no hay Luna
Se acaban de cumplir 50 años de la llegada del humano a la Luna pero antes de que Neil Armstrong caminara en su superficie, un grupo de mujeres profesionales en el área de las matemáticas –conocidas como computadoras humanas– usaron lápices, reglas de cálculo y máquinas de sumar para escribir las ecuaciones base para el lanzamiento de cohetes y astronautas al espacio.
Entre ellas se encuentran un grupo de mujeres afroamericanas excepcionalmente talentosas, algunas de las mentes más brillantes de su generación. Originalmente relegadas a enseñar matemáticas en escuelas públicas segregadas del sur, fueron llamadas a servir durante la escasez laboral de la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria aeronáutica de Estados Unidos se encontraba en extrema necesidad de alguien con conocimientos. Repentinamente, estas profesionales tenían acceso a un empleo digno de sus habilidades y respondieron al llamado del Tío Sam, se mudaron a Hampton, Virginia, y al fascinante mundo del Laboratorio Aeronáutico Langley Memorial. A pesar de que las leyes Jim Crow de Virginia les obligaba a estar separadas de sus homólogos blancos, el grupo de mujeres afroamericanas –computadoras del oeste– ayudó a Estados Unidos a alcanzar una de las metas más deseadas: una victoria decisiva sobre la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y el dominio completo de los cielos.
Si en mayo de 2016 le pusieron el nombre de Katherine G. Johnson a las nuevas instalaciones informáticas en el Centro de Investigaciones de Langley que la NASA edificó en la localidad virginiana de Hampton, no fue precisamente por nada. En el verano de 1918, Johnson tuvo la fortuna de nacer en el seno de una familia, la de los Coleman de White Sulphur Springs, que valoraba la educación de sus hijos por encima de todo; no en vano, su madre era maestra; así que contó con la oportunidad de dar rienda suelta a sus capacidades para el estudio de las matemáticas.
Para que ella y sus hermanos pudieran seguir su escolarización, se trasladaron durante cada curso a Institute, pues en el Condado de Greenbier de Virginia Occidental, al que pertenecía White Sulphur Springs, no ofertaban secundaria para afroamericanos. A los quince años se matriculó en la Universidad Estatal de Virginia Occidental para aprender todo lo que pudo sobre matemáticas, empujando incluso a algún profesor a crear asignaturas específicas para ella, y en 1937, a su mayoría de edad, se graduó con summa cum laude. Luego, en 1938, fue la primera mujer afroamericana que realizó estudios de posgrado en la Universidad de Virginia Occidental, ubicada en Morgantown, habiendo puesto fin allí a la enojosa segregación.
Y precisamente a Morgantown se trasladó la familia de Dorothy Vaughan, nacida en Kansas City, Misuri, en 1910, para que continuase su educación secundaria. Más tarde, gracias a una beca y a su propio y decisivo esfuerzo, se graduó en Matemáticas a los diecinueve años en la Universidad de Wilberforce, Ohio, en 1929, institución a la que sólo asistían afroamericanos; y rechazó los estudios de posgrado en la Universidad de Howard, en la ciudad de Washington, para ayudar a su familia durante la Gran Depresión trabajando como profesora, igual que Johnson y Mary Jackson. Y no fue hasta 1943 cuando empezó su carrera como matemática y, tiempo después, programadora en el Langley Research Center de lo que unos años después sería la NASA, al que llegó Jackson en 1951, y Johnson, en 1953 bajo su supervisión en los cálculos de trayectorias de vuelo.
Hampton era la ciudad natal de Jackson, que había venido al mundo en 1921, así que su asignación al Departamento de Guía y Navegación no le supuso una mudanza como a las otras dos. Se había graduado en Matemáticas y Ciencias Físicas en el Instituto Hampton en 1942, y tras diversos empleos, se integró en el área de cálculos segregada, que Vaughan supervisó como pionera desde 1949 sin el cargo y la remuneración correspondientes durante varios años. En 1953, Jackson se unió al equipo del ingeniero Kazimierz Czarnecki para estudiar el efecto de vientos que casi doblan la velocidad del sonido sobre los aparatos en el Túnel de Presión Supersónico, y su jefe la alentó a que continuase su formación para convertirse en ingeniera aeroespacial, cosa que logró en 1958 tras vérselas con la segregación racial en los centros educativos de la misma Hampton.
Así, Jackson fue la primera mujer afroamericana ingeniera de toda la NASA, donde trabajó en diversas secciones. Le otorgaron más de una decena de galardones y reconocimientos por su labor y pudo ayudar a otras mujeres a estudiar y ascender como ella. Vaughan, su amiga y supervisora durante un tiempo, preparó a sus compañeras para la transición desde los complejos cálculos que efectuaban a mano hasta la programación y el uso de computadoras electrónicas, de cuya división formaron luego parte gracias a ello. Johnson estuvo poco con ellas porque pronto fue reasignada, y así calculó la trayectoria del primer vuelo espacial tripulado por un estadounidense, Alan Shepard, en 1959 o la ventana de lanzamiento, las fechas óptimas para el mismo, del Programa Mercury en 1961.
Fue necesaria para verificar los cálculos de la órbita de Glenn a bordo de la Friendship 7 en febrero de 1962, ejecutados por computadoras, que más tarde utilizaría ella misma. También se encargó de los cálculos de la trayectoria de vuelo a la Luna del Apolo 11 en julio de 1969, y las instrucciones y cartas de navegación de respaldo para que el malogrado Apolo 13 regresara a la Tierra en abril 1973 también fueron obra suya. Y, además de haber publicado 26 artículos científicos en su campo, ha sido acreedora de múltiples premios, como la Medalla Presidencial de la Libertad en 2015, y fue incluida el año pasado en la lista elaborada por la BBC de las cien mujeres más influyentes del mundo. No me digáis, pues, que Johnson no merecía su nombre en un edificio del Langley Research Center de la NASA, inaugurado en 2009 por el 55 aniversario del vuelo de Alan Shepard.
Con información de Afroféminas, Hipertextual y MujeresConCiencia