Me Too: arma de doble filo
El acoso, el abuso sexual y todas las formas que adopta la violencia de género, son parte de la realidad. Iniciativas como Me Too, han ayudado a hacer visibles este tipo de situaciones que se dan en distintos ámbitos de la vida. Situaciones en apariencia normales, que son parte ya del comportamiento de mucha gente, pero que son formas violentas de las relaciones humanas.
Las sociedades cambian y la forma en la que se crean vínculos entre las personas también. Dichas transformaciones van a la par de los cambios tecnológicos y económicos. La moralidad también sufre modificaciones. Y es poco fiable juzgar a la ligera si dichos cambios son buenos o malos por sí mismos. Lo que sí es verdad, es que hay una resistencia ante las nuevas expresiones y maneras de concebir las cosas. Y es hasta cierto punto normal caer en el error de creer que lo ya establecido es “lo correcto”. Apelar a las costumbres o las tradiciones, es un fallo constante.
Por ejemplo: no porque durante un tiempo determinado haya sido visto como un gesto de galantería, estar de pie día y noche afuera de la casa de una mujer con el afán de cortejarla, es en la actualidad una manera adecuada de mostrar interés en alguien.
Me Too ha ayudado a sacudir la costumbre y a poner el tópico sobre la mesa. Es indignante leer la cantidad de denuncias sobre acoso y abuso cometidos por hombres de todo tipo. Y más indignante todavía es inferir que la mayor parte de la violencia queda fuera del pequeño mundo de las redes sociales. Sin embargo es algo positivo que se discuta el tema. Hacer notar un problema que a veces pasa desapercibido por muchos, podría ser el primer paso para solucionarlo. Además, la inmediatez de las redes sociales para hacer públicos esos desafortunados eventos, puede favorecer a que los hombres intencionados en tales acciones, piensen más de una vez en hacerlo o no.
Asimismo es importante darle una dimensión justa a las cosas. La crítica es siempre un ejercicio necesario. A pesar de que la palabra ha adquirido una connotación negativa, el ser crítico es una cualidad que debe prevalecer. La crítica en su sentido más preciso, podría interpretarse como: separar, analizar, juzgar y decidir. Una manera de ser crítico con Me Too, es admitir que cada caso es particular. Las generalidades son imprecisas y se pueden valorar de forma poco clara.
Muchos opositores de la iniciativa Me Too lo han hecho desde perspectivas cuestionables. La más simple es culpar a la víctima; otra de ellas, es exhortar a la denunciante a entablar un proceso formal ante las autoridades. La primera solo puede ser fruto del prejuicio, la segunda, del desconocimiento sobre la corrupción e impunidad del sistema de justicia mexicano.
Por otro lado, la solidaridad entre mujeres al creer en el testimonio o acusación de alguien por el simple hecho de ser del mismo sexo, es también controversial. Asumir que algo es verdad solo porque quien lo dice es una mujer, no sería muy distinto a los dogmas de la religión, a los tabús sobre múltiples asuntos, los prejuicios y los convencionalismos.
El desenvolvimiento de una persona dentro de una sociedad, no necesariamente está ligado a su sexo. Es verdad que la inmensa mayoría de victimarios son hombres y la mayoría de las víctimas son mujeres, no obstante, creer que cualquier hombre es un acosador o un abusador en potencia, y que una mujer es una víctima potencial, solo ayuda a perpetuar tales condiciones y se pone en juego que, ante una falsa acusación, no haya manera de defenderse.
Muchas mujeres han expresado su desacuerdo con Me Too, tal es el caso del manifiesto firmado por más de un centenar de artistas e intelectuales francesas, en donde expresan por qué no apoyan al movimiento. Una de las razones es que se trata de una justicia expedita que ha cobrado “víctimas”, entre ellos a hombres que han tenido que renunciar a sus trabajos.
Hace algunas semanas viví una experiencia con Me Too. En el 2012 formé parte como organizador y participante de algunos eventos relacionados al activismo político. En tales eventos conocí a decenas de personas. De ahí nacieron algunas amistades y otras quedaron como simples conocidos.
Cuando surgieron las tendencias #MeTooActivistas y #MeTooJalisco, una mujer que conocí en aquel tiempo, publicó en su muro de Facebook una lista de 4 hombres que ella “sabía” violentos y acosadores. En dicha lista aparecía mi nombre. Yo me enteré porque una amiga me lo hizo saber, pero mi reacción fue hacer caso omiso de tal acusación.
La publicación de esta persona no tuvo mucho eco. Incluso, fue cuestionada por otras mujeres que conocen y conviven tanto con ella, como con los sujetos mencionados. Ante tales cuestiones, ella optó por detallar los señalamientos. Sobre mí dijo lo siguiente:
“Jonathan Alcalá vive por mi barrio. Nunca tuvimos interacción, pero cada vez que me lo encuentro, me agarra la cara para que lo salude de beso. No éramos amigos. No hablamos jamás. Nos conocíamos de cara y por los círculos sociales comunes. ¿Por qué forzar el contacto físico con alguien en esas circunstancias?”
Entiendo que el contacto físico entre hombres y mujeres, en ocasiones puede llegar a incomodar. Sobre todo cuando hay cierta intención sexual no correspondida o una evidente lascivia. Sin embargo, nunca sucedió tal cosa. El problema radica en que es mi palabra contra la suya. No veo correcto disculparme por algo que no hice, pues de alguna manera sería aceptar dicha acusación. Ahora, pongamos la situación sobre el piso. Si esto fuese verdad: ¿encontrar a un conocido que saluda de beso, será suficiente para tacharlo de violento y acosador? Eso les corresponde a ustedes juzgarlo.
Llevando esto más lejos, ¿qué hubiese pasado si dice que abusé sexualmente de ella? No habría forma de comprobar mi culpa ni mi inocencia, más la acusación y el señalamiento estarían ahí, en redes, el lugar en donde me desenvuelvo como escritor principiante, en donde subo fotos de mis sobrinos, en donde convivo con amigos y familiares que están en otras ciudades, etc. Afortunadamente, los cuestionamientos que justo otras mujeres le hicieron, fue suficiente para que por lo menos en mi caso, decidiera borrar mi nombre de la lista, actualizar su publicación y poner esto en un comentario:
“Había un cuarto hombre en la lista, lo eliminé no porque no me haya molestado su conducta o no la considere acoso, sino porque no cabe acá y no tuve tanta interacción con él como para establecer un patrón. Pero es conocido por hacer declaraciones misóginas en redes y sé de otras que las ha acosado de forma más sistemática.”
“sé de otras” es una expresión tan abstracta, que da pie a suponer lo que cada persona desee. ¿Qué otras? ¿Quiénes? ¿Cuántas? ¿Cuándo? ¿En qué lugar? ¿De qué manera?
El tema quedó en el olvido, pero después de cierto tiempo creí importante relatar lo que pasó, no para intentar desacreditar una iniciativa, ni para crear suspicacia, sino para demostrar que cada caso tiene sus propias complicaciones y particularidades, y que no fui yo quien hizo algo para que se borrara mi nombre de una lista, fueron mujeres que conocen a ambas partes quienes lo hicieron, y mucho gracias a que no respondieron con “Yo te creo”, prefiriendo recurrir a otras formas de abordar lo que pasó.
Sé que lo anterior, lejos de sepultar el tema, puede incentivar a escudriñarlo, lo cual no me atemoriza, siempre y cuando todo juicio tome como base el uso de la razón y la evidencia fehaciente, porque es considerable pensar en que crear evidencia falsa de conversaciones, en las distintas aplicaciones de teléfonos inteligentes, no es nada difícil. Esto no lo digo como una precaución, ni mucho menos, ella misma dijo que los encuentros habían sido en la calle y que nunca hablamos ni interactuamos.
Me Too es sin duda alguna un reflejo de mucho de lo que pasa en cuanto a violencia de género se refiere. Ayuda a visualizar la punta del iceberg y a cuestionar las formas de interacción entre hombres y mujeres. Cada denuncia es diferente a pesar de que el contexto sea el mismo, y es siempre importante darle una justa dimensión a cada cosa. Tener presente que sí, el acoso y el abuso existen y son terribles; sí, que las víctimas sufren no solo la experiencia de la violencia, sino también las burlas, la impunidad y los cuestionamientos; pero que también, en ocasiones, y me queda claro que son las menos, habrán situaciones que estén más del lado de la difamación, que de la denuncia.