La poeta mística Alda Merini, entre el amor y la locura

La parte más significativa de la obra de la poeta italiana Alda Merini (Milán, 1931 – Milán, 2009) tiene sustento en el elemento místico. Dentro de su expresión poética, la cual, por supuesto, expone asimismo otros temas —muchos de ellos de raíz auténticamente cristiana— como la piedad, la fe y la crueldad; sin embargo, son cuatro temas los que destacan como esenciales: la locura, la soledad, el sacrificio y el amor. Esta cuarteta, representa el germen de su obra desde su vida.

A muy temprana edad Alda Merini visitó hospitales psiquiátricos. Es probable que en aquellos internamientos el delirio místico apareciera como el camino que la conduciría a convertirse en una de las más destacadas poetas del siglo XX. No ahondaré en aspectos biográficos, que pueden revisarse en la autobiografía editada por Luisella Veroli bajo el titulo Delito de vida, y publicada en una bella edición, como todas las de Vaso Roto, en traducción de Jeannete L. Clariond.

Desde sus primeros poemas publicados en una antología salida a la luz en 1949, Merini destacó por su voz en la que resonaban la fragilidad, la intuición y la lucidez de su expresión poética. Pero es el amor el tema que con mayor plenitud se manifestó en su poesía. El amor como revelación del cuerpo, y simultáneamente, del nombre de Dios.

Esta visión de amor, una perspectiva personalísima, convierten a la poeta en un autor imposible de identificar con otras tendencias poéticas de su generación o de generaciones cercanas. En el panorama literario del siglo XX no hay nadie que tenga la misma tesitura, ni los mismos temas ni las mismas búsquedas. Quienes se han dedicado a estudiar la obra de Merini, advierten que los rasgos distintivos se encuentran en sus propios contrastes, es decir “habría que buscarlos en la fusión de impulsos religiosos y eróticos, cristianos y paganos”.

Emilio Coco, uno de los críticos literarios que se han acercado a esta obra, sentencia que Merini es “heredera de una línea antimoderna escasamente acreditada en Italia”. Sola como una isla en medio del mar, la poeta canta en compañía únicamente de ángeles. Su música dedicada a Dios, por cierto que ella tocaba el piano, y se compusieron algunas canciones a partir de sus textos, tiene como indispensable centro el amor: una conciencia que advierte la presencia de lo divino y del conocimiento divino.

Este amor, aunque esencialmente místico, colinda con lo erótico. Dicha dualidad, en apariencia antagónica, es otra de las características fundamentales de la obra de la poeta. Este rasgo sitúa a la italiana en otra línea —que si bien no es moderna, como ya mencionaron los críticos— la reclama como miembro de una tradición muy antigua. Una tradición en la cual el elemento místico y el erótico coinciden. En esta tradición milenaria, ambos elementos existen, de manera latente, uno en el otro.

Para definir el fenómeno místico hay que acotarlo, puesto que es un tema muy vasto y que puede explorarse desde diferentes perspectivas. En términos generales, el misticismo es un impulso poderoso que eleva en un rapto al religioso a unirse con Dios. Es así como el místico establece una relación cercana a la Divinidad o el Amado. En palabras simples, el místico está enamorado de Dios y es (a su sentir) amado por él. En Alda Merini la poesía amorosa y la poesía mística se entrecruzan. Los términos eróticos se transfiguran en términos místicos y viceversa. Ha advertido el suizo Denis de Rougemont (estudioso del amor en Occidente): “todo erotómano es un místico que se ignora”, y también vale lo contrario, todo místico es un erotómano.

Merini concentra en su poesía lo sacro y lo profano como formas complementarias de vivir y de sentir. Los dos caudales crean una expresión poética que, se ha dicho, se alza hasta el contacto con lo angelical. El ángel, dentro de su obra, es el perfecto símbolo de esa aparente contradicción: el alma y el cuerpo, que resuelve Merini en la experiencia mística. Misma que posee un rasgo que a muchos asombra: trasciende todo límite. Rebasa y colma toda creencia religiosa, todo fundamento teológico apresado en dogmas. La revelación mística no se ajusta a las categorías morales, las derrumba yendo más allá de cualesquiera pensamientos y lenguajes. Ello no obstante que el esfuerzo de los poetas, de la poeta, sea traducir la revelación en palabras.

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Alda Merini lo logra por medio de una que llamaríamos libertad absoluta, como los otros grandes poetas: San Juan de la Cruz, Rabindranath T. Tagore o Sor Juana Inés de la Cruz. Algo une a todos ellos. Vistos con atención en realidad hablan un mismo lenguaje, aunque cada uno de ellos pertenezca a espacios y épocas distantes entre sí.

No importa si se trata de un místico cristiano, sufí o hindú, todos hablan del Amado y los mismos estados del alma: éxtasis y dolor, búsqueda y encuentro, sequedad y vacío, o bien, desbordamiento interior. Pero en Alda Merini hay un estado particular que protagoniza su trilogía literaria compuesta por los libros La carne de los ángeles, Cuerpo de amor y Magnificat, este estado como ya mencioné es il sogno d’amore.

Un sueño que puede entenderse en el siguiente poema, que dada su brevedad y contundencia, reproduzco íntegro:

Hay hombres y mujeres que sueñan el amor.

Ellos lo sueñan en forma de ángel, como una

caricia extrema.

Pero algunos lo hallan de modo perverso.

Incluso un demonio en la tierra puede convertirse

en ángel y confiscar por un instante todos los

bienes de una muchacha, toda la poesía de la vida.

                Recuerdo el periodo de la adolescencia, cuando


la curiosidad del sexo se convertía en la curiosidad

de la palabra.

Recuerdo la adolescencia, esta antorcha

de ruiseñor que brotaba de mis senos tiernos,


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y el enorme deseo de encontrar el amor

como primera forma de espiritualidad, primera

forma de viaje.

                Y el deseo de dejar la casa paterna para

dar alcance a los encantamientos del límite.

                En aquel límite un ángel había depositado

el huevo del conocimiento divino.

El sueño del amor es el nombre reconocible con que Merini llama a su experiencia de la revelación. Como San Pablo, que fue tirado del caballo por la aparición abrupta de la Luz Divina, Merini es arrobada por el sueño de amor.

El Cantar de los Cantares ha sido el manantial de donde beben los poetas occidentales, pero ella ha creado también su propio manantial, de donde es posible beban o bebamos los poetas actuales.

 

 

 

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