Reflexiones sobre el paso de la Caravana Migrante en México

¿O cómo permanecer unidos a pesar de los medios de comunicación?

La reciente caravana migrante que cruza México ha dejado visible varias y muy importantes características de nuestra realidad social. Por un lado, las crisis políticas, económicas y sociales, todas ellas humanas, por las que atraviesa la región latinoamericana y que tiene su punto más hondo en gran parte de la América Central. Así como el fracaso y la imposibilidad de los Estados periféricos de siquiera garantizar cierto nivel de seguridad o de bienestar social a través de políticas redistributivas o, en el peor de los casos, mediante la asistencia social, atender o dotar de ciertos servicios efectivos (incompletos, focalizados y faltos de calidad, si se quiere) a la población más vulnerable. Espacios seguros, empleo, salud, educación, vivienda y alimentos son derechos básicos indispensables para la vida digna de cualquier ser humano en este mundo. Una vez más, estas diásporas humanas demuestran la lucha por la sobrevivencia que resiste el hambre, la sed, caminos y climas adversos, enfrentando más violencias y el riesgo de muerte en el trayecto y, por otro lado, demuestra lo obscenamente exclusivo del capitalismo en su fase neoliberal y lo imposibilitados que se encuentran los Estados para dar respuestas en su marco.

Los miembros de la Caravana han sido permeados por múltiples violencias (físicas, psicológicas y espirituales, económicas, políticas, sociales y culturales) a lo largo de sus vidas. Despojos y pobreza, asesinatos y robos, violaciones, discriminación, marginación del mundo del consumo pero martirizados por la violencia de su deseo, y así han avanzado con sueños de un mundo mejor, el más posible dentro de sus conciencias y que muchos de ellos consideran, al igual que muchos mexicanos, sólo podría ser posible en Estados Unidos. A su paso por México, han encontrado múltiples tratos, muchos les han dotado de alimentos, agua, ropa, cobijo, servicios, todas ellas muestras de un cariño y una generosidad de un pueblo que se sabe vulnerable, que se reconoce humildemente en su historia y que reconoce los vaivenes y los giros inesperados de este mundo o hay quienes, más seguros, estrechan la solidaridad paralela a una conciencia política y social. No obstante, también se han encontrado con el trato contrario, la indiferencia y el engaño de las autoridades y de organismos internacionales, se han denunciado desapariciones de migrantes, secuestrados muy posiblemente por el crimen organizado, se han encontrado con el repudio de grupos de ciudadanos en distintos lugares del país, el más próximo ocurrido en Playas de Tijuana (siendo una ciudad fronteriza, por demás, de tradición migrante), discriminación, odio, ofensas y xenofobia en las calles y, sobre todo, en las redes sociales, reprochando “la amenaza” que significan, “lo sucios” que son, “lo malagradecidos”, “lo injustos”, “lo pretenciosos y ambiciosos”, el aspecto de “criminales y holgazanes” que tienen.

En efecto, han circulado por redes fotos de la basura dejada en sus campamentos, de los artículos donados olvidados a la intemperie, entrevistas que menosprecian la comida ofrecida, todo esto ha caído como una ofensa imperdonable para la vanidad del que dice haber apoyado sin pedir nada a cambio. Sin embargo, el migrante, va en completa incertidumbre, a pie o a raites, sin espacio, no puede cargar consigo todo lo que se le da, y en muchos casos las partidas son espontáneas, sin tiempo para recoger ni limpiar, habrá quién no pueda comerse lo que se le ofrece, pero también se debe a diferencias culturales y de gusto, ¿no será que también donamos de lo que queremos deshacernos, lo que nos sobra o lo que queremos sin saber qué necesitan? No justifico estas conductas, pero hay que circunscribirlas a un marco contextual y, al mismo tiempo, tener autocrítica de nuestra conducta. Más allá de esto, el migrante es resultado de un complejo entramado social y antes de condenarlos, tenemos que comprender las causas que lo construyeron como ciudadano antes y las que lo han arrojado a la migración después.

Estas noticias han operado como alud ideológico al difundirse descontextualizadas y al  hacer parecer “generalizable” la conducta del migrante a través del tratamiento que le dan a la información los medios de comunicación, notas sin intentos de explicación multicausal, ni crítica, ni empatía, olvidando y distrayendo a la sociedad mediante el condicionamiento “emocional” del verdadero problema estructural migratorio que está detrás y que responsabiliza a un sistema económico y a una participación del Estado en él, además, de las historias de vida y culturales olvidadas de cada migrante. Los medios de comunicación han alimentado el prejuicio, el desprecio y han servido de plataforma para los que exigen mediante la “limpieza”, el “talante de trabajador” (servil y explotable pues), la “apariencia física” (de gente sumisa y honorable) y la “gratitud que adula”, los criterios para aceptar al migrante, dejando a la luz una discriminación que intenta justificarse moralmente. Pareciera que el objetivo es distanciar sus historias de vidas, tan parecidas, de las nuestras. Apelando al miedo a lo diferente (pero de donde muchos venimos y negamos), al riesgo de perder lo poco, lo precario y con mucho esfuerzo conseguido en un sistema donde no hay lugar para ellos, ni para nosotros.

¿Quiénes ganan con este odio que distancia poblaciones con condiciones tan parecidas en un mundo en crisis donde las dificultades son cada vez mayores para no ser desplazados? Desde luego, las élites nacionales e internacionales, ya que separados y peleados entre nosotros es como nos tienen controlados. Los migrantes no son los responsables de nuestras condiciones económicas, son el efecto extremo de la desposesión económica y cultural de los pueblos con todas sus distorsiones, los migrantes centroamericanos son todos nuestros migrantes mexicanos, somos nosotros mismos y, a la vez, somos lo que no queremos ser o negamos haber sido, y por ello fracciones de nuestra sociedad los rechazan. Lo que desconocemos es que sólo abrazándonos entre nosotros será el único modo de no convertirnos en migrantes. ¿Imaginan la fuerza de una organización transnacional de migrantes o de trabajadores? Es eso lo que están evitando a toda costa, que nos solidaricemos, que nos reconozcamos entre nosotros mismos, que surjan en nuestras historias contadas adversarios comunes. Tienen miedo, otra vez, de que nos pongamos de acuerdo.

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