“Toda la literatura existente tiene un tinte fantástico”: Jonathan Minila en entrevista
Para dar cuenta de sus obsesiones narrativas Jonathan Minila (Ciudad de México, 1980) ha publicado Alto contraste (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2018). Libro que ofrece a los lectores once cuentos que oscilan entre la cordura y la demencia. En este vaivén inquietante, quien tome este libro entre sus manos se sumergirá en distintos universos, explorados con profundidad desde la mente de los personajes involucrados. Minila nos conduce por las obsesiones de sus personajes a través de un estilo narrativo que toma con fuerza al lector y lo zarandea al mostrar que la realidad cotidiana —esa delgada línea de la percepción humana— está compuesta por los más extraños y perturbadores elementos fantásticos.
Tal y como lo explica el propio autor, “Alto contraste no responde al nombre de ninguna de las historias —comúnmente sucede que uno de los cuentos bautiza al libro—, en este caso no es así, se trata de un término fotográfico. Alto contraste es una técnica donde se realza el contraste entre las sombras y la luz.” De tal manera, cada uno de los cuentos que componen este libro expone el claroscuro de la vida diaria: la lucha entre lo cotidiano y lo fantástico dentro de la mente de quienes cuentan sus historias. Esta pugna tiene como resultado el desasosiego, la zozobra, la incomprensión, y la crisis existencial.
Las circunstancias de cada cuento son distintas, aunque están emparentadas casi imperceptiblemente por un hilo que teje un entramado de situaciones extrañas. Iniciamos con el desamparo total de un ser que contrata una familia para pasar una fiesta decembrina, conocemos la historia de un hombre enamorado de la nariz de una mesera, la vida de quien ha contraído matrimonio con una vieja máquina fotocopiadora, y el deseo de un misterioso personaje de ser degollado en una peluquería antigua, estos son sólo algunas de las historias que presenta el libro.
La lucha entre lo cotidiano y lo fantástico
Para adentrarnos en la mente del autor y conocer sus obsesiones, conversamos en exclusiva con Jonathan Minila sobre la literatura fantástica —un género desde cual escribe pero que no asume como una etiqueta sobre su literatura—, la década de los ochenta a los noventas que marcó a una generación, los sueños fantásticos de esa generación y los autores de culto que han marcado su escritura, entre otros temas.
¿Qué diferencia a Alto contraste de tus libros anteriores?
Mi libro anterior se llama Todo sucede aquí, publicado por la editorial Cuadrivio. Es de cuentos, también, pero de un corte totalmente fantástico. En él suceden situaciones, cosas extrañas (sí, en los libros suceden las cosas), como el ataque de unas sillas hacia un grupo de personas que asisten a una cena, una mujer que da a luz a una planta… En éste y otros de mis libros anteriores mantuve un interés más inclinado a las reglas habituales de la literatura fantástica, quizá incrementando el desequilibrio, lo absurdo, las pesadillas; buscaba narrar sucesos que inquietaran a los lectores, únicamente. La pregunta que me hice entonces fue: ¿en dónde pasa todo esto? Para mí los cuentos son visitas breves a mundos que tienen su propia lógica, donde pueden pasar cosas que ahí son verosímiles. Sin embargo, quería saber por qué mis personajes se internaban en ese universo a veces tan terrible, a veces inquietante, extraño. Me interesé en la mente, en la locura, leí sobre neurociencia, sobre enfermedades mentales, y prolongué la línea narrativa, más atrás y más profundo del momento en que un hecho irrumpe en la realidad de los personajes para trastocarlo.
¿Por qué decidiste partir desde el género fantástico para contar lo que necesitabas?
Para mí toda la literatura existente tiene un tinte fantástico. La vida misma lo es. Siempre he navegado en ese sentido. Encuentro la vida como un nido de cosas absurdas, extrañas, donde los seres humanos nos engañamos constantemente para soportar el peso de la existencia. A veces camino por la calle y no puedo evitar pensar que todo es creado por el hombre, todo es una especie de ficción en la que ninguno de nosotros existe en realidad. Al salir de nuestras casas entramos en un mundo que creemos comprender pero que es un invento. Funcionamos como una especie de extras para los otros. Somos desconocidos, fantasmas. En la literatura fantástica encontré la fórmula para “exorcizar” esto, o mejor para intentar entenderlo, para tratar temas que me interesan. Desde muy joven tuve el acercamiento a la literatura fantástica. Para mí narrar desde la visión fantástica era adentrarme en la mente cotidiana, quizá suene de alguna manera contradictorio, pero, a veces, la vida diaria se vuelve una carga de elementos fantásticos. Estos elementos —analizados muy bien por Tzvetan Todorov— irrumpen en la realidad para quebrarla y trastocarla constantemente, con lo cual se crea un universo paralelo que arrastra personajes y circunstancias: nosotros. Para mí la vida es esto. Por eso me interesa narrar situaciones cotidianas trastocadas por elementos inquietantes. Tratar temas que están en la mente de todos. El vacío, por ejemplo, la dominación de la materia, la soledad.
En algún momento a la literatura fantástica se le ha llamado literatura de la imaginación, desde mi perspectiva esto es un error, porque toda la literatura en general requiere de imaginación. Por más realista que pretenda ser está requiriendo de un ejercicio de la imaginación. ¿Qué más puede ser la realidad sino una simulación fantástica?
En los últimos años se ha formado una especie de boom de la narrativa fantástica, sobre todo en las nuevas generaciones de narradores. ¿Por qué crees que está sucediendo esto?
Antes los libros de Francisco Tario tenían que pasar de mano en mano, con fotocopias, por lo cual era muy difícil que llegaran a más lectores. Más atrás, pienso a mediados del siglo pasado, el medio literario que estaba muy influenciado por la posrevolución, así que todos los autores que se difundían eran de corte realista, hablaban del México contemporáneo. Sin embargo, si lo vemos, también estos autores “realistas” buscaban por momentos otras formas para expresarse, tocaron lo fantástico, estaba Juan Rulfo, claro, pero también Carlos Fuentes que por un lado hablaba de la realidad, y por el otro tenía historias como Aura o cuentos como “Chac Mool”. Octavio Paz además de sus ensayos sobre la mexicanidad también tenía cuentos como “Mi vida con la ola”. Mientras estos autores estaban experimentando, al mismo tiempo autores como Francisco Tario creaban a partir de otros parámetros literarios. Por cierto, en algún momento Tario fue vecino de Octavio Paz. Así que en aquellos años estaban pasando estas dos cosas al mismo tiempo, pero no había difusión porque los medios, las editoriales y la crítica, que siempre ha sido muy conservadora, no tomaron en cuenta el género fantástico por considerarlo poco serio. Eso vino después, con una generación más arriesgada.
¿Te interesa sostener la etiqueta de literatura fantástica sobre tu obra?
No, aunque de alguna manera es lo que escribo. Las etiquetas no me gustan, en general. En Alto contraste he intentado experimentar con formas narrativas distintas. Podría decir que, aunque no lo parezca, me acerco cada vez más a la realidad, a mi realidad, a la realidad de los infiernos mentales, de ese lado contrastante de la vida. El lado del desequilibrio, le diría yo. Casi siempre el cuento fantástico parte del instante en el que ya fue quebrada la realidad, mis cuentos juegan mucho con ese instante, con los instantes previos, pero también con aquello que no se ve, lo que pasa dentro de las personas. Ahí todo se vuelve inquietante. Nunca sabemos quién está a nuestro lado, cómo percibe la vida, qué está sucediendo. La realidad es imposible, tendría que lograrse el conjunto de todos los puntos de vista, pero eso jamás sucederá. Así que por eso la vida siempre será extraña, incomprensible. Por eso en mi narrativa más que el suceso fantástico, que aunque está presente sin duda, me interesa mucho contar la realidad de los personajes: quiénes eran, quién son, cómo va transcurriendo su día… De alguna manera abordo este realismo desde la mente de los personajes. Me interno en su mente y veo la realidad tal cual, la realidad cruda; y entonces pasa que un día normal, visto desde la mente de los personajes, tiende a teñirse de aquel “color” fantástico.
Casi siempre el cuento fantástico parte del instante en el que ya fue quebrada la realidad
Un libro de George Steiner que me gusta mucho, y al que siempre me refiero, es Las diez posibles razones para la tristeza del pensamiento. En este libro el autor reflexiona, entre otros temas, en una de esas razones: la imposibilidad que tenemos para entrar en la mente de los otros y conocer exactamente lo que están pensando. Esa es otra imposibilidad para que la realidad exista. Por eso me obsesiona entrar en la mente de mis personajes, y de esta manera cambiar la perspectiva de la historia, me interesa ver cómo con este cambio de perspectiva la realidad cotidiana adquiere atisbos de locura. Para ejemplificar esto, menciono uno de los cuentos de Alto contraste titulado “Su nariz”. Se trata de un hombre —que ya no sé si es común y corriente— enamorado de la nariz de una mesera. Todo el cuento está narrado desde su visión del mundo. Es un hombre cualquiera que se obsesiona con la nariz de esta mujer, eso de alguna manera tiene un tinte de literatura fantástica, casi de terror, pero si lo vemos con puntualidad, también es muy realista porque no está pasando nada extraordinario, salvo que enamorarte de la nariz de alguien sea algo extraordinario, lo cual no creo, porque en realidad enamorarte de la parte del cuerpo de otra persona es un fetichismo muy cotidiano… o no sé. De cualquier manera, nunca podemos saber lo que están pensando los demás.
Hablar de literatura fantástica es hablar de reglas estrictas que hay dentro del subgénero. Yo creo que a veces me estoy saltando esas reglas y ya no sé en dónde queden clasificadas las historias que escribo, las de Alto contraste y otros libros; ya encontrarán su lugar.
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¿Te consideras un escritor arriesgado?
No. Solo escribo lo que me obsesiona. Siempre estoy buscando eso. Es la forma en la que ando por el mundo. Es mi forma de percibir la vida. Se me facilita. Es mi voz. Es lo que tengo que decir. Eso es quizá lo más difícil cuando comienzas a escribir. Encontrar eso que quieres contar y hacerlo sin miedo. Escribir no para otros escritores, o para la crítica, sino hacerlo para aquellos que pueden entenderte. Cuando uno logra eso, encontrar su voz, hacer caso a sus obsesiones, entonces comienza a ficcionalizar en un nivel más profundo. Creas un lector posible; a ese que Forma parte de la creación. Lo dice Enrique Anderson Imbert. Cuando escribes, en el mejor sentido del término, estás ficcionalizándote a ti mismo (la persona se convierte en escritor, el escritor cede la responsabilidad a un narrador) pero también al otro, a quien te lee. El riesgo quizá esté entonces en el destino del cuento mismo, en que logre llegar a esos lectores. Es ahí cuando hay que pasar diversas barreras, como los intereses editoriales, la distribución, la promoción, y “los demasiados libros”. Pero hay que seguir. Una vez que uno ha logrado hacer esto, es difícil detenerse. Es mi exploración del género.
¿Por qué escribir cuento?
El cuento es un género que me gusta mucho. Me gusta leerlo y también escribirlo. Me parece el formato que me permite contar las cosas que me gustan, del modo que me gusta. Me interesa su mecanismo interno, todas las posibilidades que tiene, la forma en que puede involucrar al lector. Y su amplitud, que no está en relación con la extensión. A pesar de lo que se cree, es un género muy importante, aunque parece relegado por las grandes editoriales. Contar historias es algo que hacemos todos, todos los días. De alguna manera todos los seres humanos narramos constantemente pequeñas historias: qué nos pasó en el día, qué nos está aconteciendo, qué nos preocupa… Es el género más antiguo, fue la forma que utilizamos como humanidad para transmitir información, para comunicarnos. Eso le da una fuerza muy potente. La novela es un género más reciente. El cuento tiene una amplia tradición y unas reglas muy precisas, y al mismo tiempo muchas posibilidades. La novela se completa con información a veces sobrada, en el cuento todo tiene que ser un mecanismo de relojería para lograr la contundencia necesaria. Es importante lo que se dice, lo que no se dice. En México tenemos una tradición de grandes cuentistas de los que podemos nutrirnos: Juan José Arreola, Juan Rulfo, Elena Garro, Amparo Dávila, por mencionar sólo algunos.
¿Cómo sobrevive un cuentista contemporáneo frente al mercado editorial?
Aunque muchas veces el medio editorial de las grandes transnacionales no abra sus puertas a los libros de cuentos, el lector sí tiene interés en este género. Estoy convencido de que el ritmo de vida que tenemos —sobre todo en las grandes ciudades— permite acercarnos al cuento y sobre todo al cuento corto. La velocidad de vida que llevamos apenas nos da tregua para disfrutar de una historia en un trayecto o tomando un café en algún lugar. En este sentido las novelas requieren de más tiempo para la lectura, y los libros de cuento nos permiten leer y digerir historias de manera mucho más cotidiana.
¿Cómo fue el proceso de escritura de los cuentos que componen Alto contraste?
El cuento más viejo tal vez sea de hace unos seis o siete años. El más reciente de un año, quizá. Algunas de estas historias salieron en medios donde colaboro, “Hasta parecemos familia” lo publiqué en Laberinto de Milenio, “Corte de garganta en una vieja peluquería” apareció en la antología Colección Lados B de la editorial NITRO/PRESS.
Cuando hablé con Antonio Ramos Revillas, editor de la Universidad Autónoma de Nuevo León, consideramos la posibilidad de sacar un libro de cuentos, entonces al reunir estas historias me di cuenta que había coincidencias entre ellas y que podían funcionar muy bien como un producto total. Una de estas coincidencias son los personajes, los cuales están constantemente en la orilla de la locura, al borde de la demencia, y desde esta perspectiva narran sus historias. De tal manera, estos cuentos hablan sobre las obsesiones de los seres humanos, y la incomprensión de estas obsesiones por la sociedad.
Son cultos que suceden en Alto Contraste
Alto contraste no responde al nombre de ninguna de las historias —comúnmente sucede que uno de los cuentos bautiza al libro—, en este caso no es así, se trata de un término fotográfico. Alto contraste es una técnica donde se realza el contraste entre las sombras y la luz. Este título me interesaba mucho porque son cuentos donde sucede exactamente este contraste.
¿De qué influencias abreva tu narrativa?
Hay varios autores que yo leí cuando escribía estas historias. Uno de estos autores es Francisco Tario. Él hace un novedoso cambio en la perspectiva de los narradores, algunas de sus historias son narradas desde la perspectiva de un perro, o desde la perspectiva de un féretro, por ejemplo. También están autores como Amparo Dávila, Juan Rulfo, Mario Levrero, Italo Calvino, Leo Maslíah, Borges, Cortázar. Entre los más contemporáneos están Bernardo Esquinca y Edgar Keret. Y autores clásicos como Edgar Allan Poe u Horacio Quiroga…
Cuando uno escribe hace una gran mezcla de influencias, de la cual, de pronto, va saliendo tu propia voz. En este sentido, cuando uno comienza a escribir es inevitable estar imitando algunos autores que te gustan mucho. Incluso, a veces, hasta uno puede estar homenajeando a ciertos autores sin darse cuenta.
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