Los ataúdes de Nicanor Parra, lecciones para medir el transcurso de la muerte
El mundo no se imaginaba que un alud con el nombre de Nicanor Parra se volcaría sobre él.
“Para eso se hizo la muerte. Para medir el transcurso del tiempo”
Nicanor Parra
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Nicanor Parra falleció a los 103 años de edad. Una edad bastante impresionante, pues si contemplamos las estadísticas la mayoría de los poetas mueren a temprana edad. Sin embargo, algo evidente es que Parra era un antipoeta, y como tal, formar parte del común de los mortales poetas no estaba en su personalidad ni en su genética.
Cuatro meses antes de su fallecimiento el antipoeta más longevo sobre la tierra había celebrado su cumpleaños con una vitalidad fuera de lo común. Lo había celebrado con la publicación de El último apaga la luz (2017), su último libro en donde el eterno candidato al Nobel ofreció una selección representativa de sus textos completos.
Quienes estuvieron cercanos al viejo Nicanor sabían que su hiperactividad apabullaba hasta los más jóvenes. Cuentan que todavía a los 100 años era capaz de recitar de memoria y cantar. Así, resistía estoico el paso del tiempo frente al mar, en la localidad costera de Las Cruces, en el litoral central de Chile. Sin lugar a dudas en ese lugar se encontraba una de las casas más famosas de Latinoamérica, una casa que no es grande pero tampoco es pequeña, pero que destaca en el paisaje. Como el propio antipoeta que supo destacar en el panorama de la tradición reciente de la poesía latinoamericana. En la puerta un graffiti rezaba: antipoesía. Tras esa puerta vivió hasta un año antes de su deceso. La muerte lo encontró en su antigua casa de La Reina, en Santiago, donde se había mudado para estar más cercano a su familia.
Cuentan que todavía a los 100 años era capaz de recitar de memoria y cantar.
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Con un título emblemático, El último apaga la luz es una especie de resumen de una las carreras literarias más destacas de la historia literaria reciente, la cual se caracterizó por robar la “gran poesía” y llevarla a pasear por el lenguaje cotidiano de la gente de a pie, como lo demostró a través de uno de sus libros más importantes Poemas y Antipoemas (1954). Esta trayectoria le valió, en vida, ser reconocido como toda una institución (idea que el mismo autor rechazaba).
Poeta, matemático, físico y académico chileno Nicanor Parra no sólo fue parte de la historia de la literatura chilena, sino que él mismo era la historia de una versión de Chile. Como lo sabía el mismo Roberto Bolaño, quien al regresar a su país, buscó encarecidamente al antipoeta como si Parra fuese sinónimo de Chile. Recordemos que entre ambos escritores se tejió una amistad profunda, Bolaño mantenía una relación muy tensa con la mayoría de los escritores de su país natal, pero veía en Parra a un maestro y a un amigo.
A través de sus poemas Nicanor Parra contó lo esencial, ni más ni menos: la tradición, el alma y la historia de las contradicciones de un país que ha sufrido tanto a través de sus revoluciones y contrarevoluciones. Y no sólo eso, a través de sus poemas también exploró los temas más esenciales de la vida humana: el sexo, la religión, la política y la muerte. En más de uno de sus poemas, Parra lanzó algunos apuntes sobre la disciplina de vivir, por supuesto, con una dosis violenta de humor. En su libro Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) recogemos un poema sobre el arte de vivir que vale la pena leer:
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I
Unos poquitos consejos de carácter práctico:
levantarse temprano
desayuno lo más liviano posible
basta con una taza de agua caliente
que el zapato no sea muy estrecho
nada de calcetines ni sombrero
carne dos o tres veces por semana
vegetariano soy pero no tanto
no cometan el error de comer marisco
todo lo proveniente del mar es veneno
no matar un pájaro sino en caso de extrema necesidad
evitemos las bebidas espirituosas
Escucha nuestro podcast
una copa al almuerzo suficiente
siesta de 15 minutos máximo
basta con la pérdida de la conciencia
hace mal dormir demasiado
no retener el aire en el estómago
porque se puede romper una tripa
abstinencia sexual en Semana Santa
sahumerio cada quince días
ropa interior absolutamente blanca
salvo cuando se muere la madre
dada la gravedad extrema del caso
recomiéndase luto riguroso
cuando a mí me tocó pasar por esa experiencia traumática
que no se la doy ni a mi peor enemigo
decidí vestirme totalmente de negro
tanto por fuera como por dentro
cosa que hago hasta el día de hoy
a veinte años de esa fecha fatídica.
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Sin lugar a dudas Parra fue un maestro en muchos sentidos. Además de la poesía y la antipoesía, fue un maestro en el arte de permanecer vivo coqueteando siempre con la muerte. Como el mismo Parra decía: “yo no hablo de crepúsculos, ni de damas recortadas sobre el horizonte, sino de comidas y luego de ataúdes, y ataúdes y ataúdes”.
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Los artefactos para robar la poesía del Olimpo
Parra recibió el premio Juan Rulfo en 1991 por su “poderosa reafirmación de la capacidad innovadora de la moderna poesía latinoamericana”. Ese mismo año se encontraba traduciendo a Shakespeare, particularmente El Rey Lear, al lenguaje chilensis para el montaje de la Universidad Católica. O como él mimo antipoeta advierte “traduciendo no. Reescribiendo”.
Sobre su traducción de Hamlet, expresa: “el problema de Hamlet es, más que el regicidio, son los cuernos que le pone su madre Gertrudis, al padre. Que de ser cornudo nadie se escapa empezando por él mismo y que el que esté libre de pecado lance el primer pájaro, perdón, la primera piedra.” Ésta era su muy particular visión de El Rey Lear.
“el problema de Hamlet es, más que el regicidio, son los cuernos que le pone su madre Gertrudis, al padre. Que de ser cornudo nadie se escapa empezando por él mismo y que el que esté libre de pecado lance el primer pájaro, perdón, la primera piedra.”
Parra, reacio siempre a las entrevistas —con una aversión a la grabadora de voz— fue abrumado por una pregunta recurrente de los periodistas: ¿cuáles son sus diez libros favoritos? A lo cual respondía con sorna, “este es un tema crucial para mí”. Su respuesta era la siguiente: primero Shakespeare; segundo Dios, exista o no existe, y tercero: conversable. Conversable, es decir, sujeto a discusión.
En 2011, con 97 años de edad, Parra recibió el Premio Cervantes, prestigioso galardón de la lengua española, por haber realizado una incansable búsqueda en las fronteras de la literatura. Y es que en definitiva era un poeta completo, no sólo el autor de los antipoemas, dueño de la ironía y la mordacidad. También era un poeta lírico, compositor de décimas, sonetos y cuecas. Además, era un subversivo del lenguaje, de este impulso creador nacieron sus artefactos. ¿Pero qué son los artefactos?
Para responder a esta pregunta con un rigor intelectual, citaré al crítico literario chileno José Miguel Ibáñez Langlois, quien señala que se trata de “breves andanadas verbales, tan escuetas como lapidarias, tan desnudas como eléctricas, escritas —emitidas— a la manera del slogan publicitario o político, de la inscripción mural, del aviso luminoso, de la sentencia fulminante, del proverbio, del axioma científico, de la invectiva criolla. Artefactos se llaman estos trozos poéticos, resumidos y cargados al máximo, que en una época de prisa y estridencia quieren provocar, también ellos, con una o dos frases la conmoción sintética de libros enteros. Prueba de su eficacia es la facilidad con que van pasando de boca en boca, de cartel en cartel, no obstante su carácter inédito.”
Con sus artefactos Nicanor Parra inició una nueva etapa de la antipoesía. Eran los años setentas y los artefactos aparecían de todas las especies. Invectivas políticas: “USA/ donde la libertad es una estatua”. Reacciones políticas, como coloquialmente podríamos llamar reaccionario, (porque los artefactos explotan en todas direcciones): “La palabrita pueblo/ ya me pone la carne de gallina”. O los que salían de las entrañas: “A mí no me para nadie/ mi misión es salvar al mundo”. También los que manifestaban sentenciosas reflexiones: “Cultivar un jardín/ es ponerse la soga al pescuezo/ recomiendo vivir en pedregales”. O en forma de proverbios: “De boca cerrada/ no salen moscas”. O los que tenían un carácter más pendenciero: “Vergüenza nacional/ tuve que eyacular en el vacío”.
La misión de Parra era hacer bajar a los dioses del Olimpo. Esto lo logró con la publicación de Poemas y antipoemas, libro con el cual comienza la gran movida estética de Parra, en ese libro sentó las bases de la revolucionaria manera de poetizar que hizo eco en todo el mundo hispanoparlante. Tenía 40 años, era el año de 1954. Y el mundo no se imaginaba que un alud con el nombre de Nicanor Parra se volcaría sobre él. Parra tenía muy claro que la tarea era inmensa, pues tenía que diferenciarse de titanes del calibre de Neruda, Gabriela Mistral, Huidobro. Además de ser diferente tenía que estar a la altura, su voz poética tenía que tener la misma densidad. ¿Qué hacer frente a estos monstruos? “Por una parte hay que eludirlos a todos, y por otra hay que incorporarlos”, contestó alguna vez.
Pero los artefactos fueron la culminación de esta consigna. ¿Quién de todos los poetas anteriores a Parra había hecho alguna vez artefactos, no poemas, sino artefactos? Ninguno. Parra lo hizo en 1972.
Al respecto de sus artefactos el mismo antipoeta expresó: “Los artefactos resultan de la explosión del antipoema. Se podría dar una definición al revés. Decir, por ejemplo, que el antipoema es un conglomerado de artefactos a punto de explotar”.
Estos experimentos verbales —pero también visuales—, llamados artefactos, están basado en la idea de terminar con los “espacios literarios”, con la complaciente convención del poeta-que-escribe-poesía y del lector-que-lee-poesía, es decir, con la concepción tradicional de consumo de poesía. El consumo ya no sería con el libro sino con un artefacto que tenía como soporte material una bandejilla de pan. Los artefactos más famosos de Parra están dibujados sobre este tipo de bandejillas.
La idea de parra era detonar la idea tradicional de “cultura”, y en esta idea entra las usanzas poéticas. Por esto, Parra quería acabar de una buena vez y para siempre con toda impostación de voz, con todo esfuerzo de “composición”. Y en esta destrucción, entraban también sus sus propios y corrosivos antipoemas. En los cuales ya buscaba la depuración del “estilo”, de la “expresión”, y otros “mitos” de los poetas clásicos y románticos.
Vuelvo a las observaciones del crítico chileno Ibáñez Langlois: Para Parra la poesía, desde el momento en que concibió su primer artefacto, “consistirá en libres descargas vitales, y la misión del poeta no será tanto escribirla, como detectarla allí donde se produzca, en boca de cualquiera, en la conversación ordinaria al hilo de la vida real. La poesía no habitará ya en ‘los poemas’, ni siquiera en los antipoemas, sino al contrario, en la vida silvestre y casi anónima del lenguaje: dondequiera que éste, en estado salvaje, coincida bruscamente y sin retóricas con la realidad mentada, ya sea en un discurso político, en una canción popular, en un aviso económico, en la interjección de un analfabeto, y sobre todo en esos ‘grafitti’ donde una juventud rebelde estampa su protesta sobre los muros del establishment : ‘La imaginación al poder’, ‘la muerte no tiene futuro, etc.”
En este sentido, la intención de Parra era detectar los enunciados poéticos que nacían del mundo cotidiano. El antipoeta tomaba estos enunciados y los insertaba en el marco “poético” de un artefacto. Es el habla viva de una sociedad quien produce anónimos poemas al pasar, al desplegarse en sus eventuales sujetos. Es la misión del antipoeta consagrar esos eventos antes de que se consuman en el tiempo.
El artefacto, de tal manera, habla a través de la palabra reducida a su mínima expresión. Se trata entonces de una pura descarga verbal, depurada hasta coincidir del todo con el aquí y el ahora de una realidad. Es la eficacia verbal en su más pura expresión. O como algunos críticos han advertido, Parra no estaba haciendo más que una especie de “poesía pura” pero al revés:
“Pues bajo ese concepto poético se trató de expurgar el poema de toda anécdota, de toda referencia exterior o residuo de contenido, de todo material no transfigurado en la alquimia verbal, en el sistema inmanente de los signos poéticos. Y aquí se trata de lo inverso: de dejar en el poema una realidad a secas, una anécdota, un sentimiento o un objeto en sí, sin residuos de elaboración formal. Un enunciado puro: ‘Ordeñar una vaca/ y tirarle la leche por la cabeza’; ‘Desde el año 1927/ a la fecha/ no han transcurrido más de cinco minutos’.
Pero los artefactos de alguna manera, son la radicalización de sus poemas y antipoemas. Los artefactos sólo llevan al límite los conceptos que había planteado en sus libros anteriores: concentración verbal máxima, la desaparición del hablante lírico, la asunción del prosaísmo puro y de las subculturas periodísticas, comerciales, políticas, etc.
La radicalización llega a tal grado, que para muchos críticos, de la comparación entre los artefactos y los antipoemas, éstos últimos adolecen de características que el mismo poeta adjuraba: la impostación de la voz y el acento lírico. Para decirlo de una manera muy simple, los artefactos devoraban a sus primeros antipoemas. Pero esto no quiere decir que los artefactos son lo mejor de Parra, esto sería emitir un juicio bastante angosto. Lo único que podemos decir es que los artefactos eran absolutamente radicales, por explosivos e implacables.
En tal caso, los artefactos eran el resultado de una exploración poética rica en posibilidades, y acorde sin duda con amplios fenómenos culturales del día, como el auge de una sensibilidad audiovisual instantánea, y el menosprecio de la palabra escrita. Esta exploración no siempre arrojó hallazgos de valor, aunque hubo entre estos artefactos enunciados poéticos memorables, más allá de toda circunstancia, a la manera casi intemporal de la poesía sentenciosa —epigramática, votiva, epitáfica— de latinos y medievales, que leemos hasta hoy con admiración. Los mejores artefactos, los más logrados, son excelente poesía, pues condensan el golpe de ingenio, el humor concentrado, la sobriedad verbal, la paradoja, aún el lirismo puro: “El viento/ mueve las cruces del cementerio/ como si se tratara de un trigal”; “Un secreto al oído/ mis anteojos no tienen vidrios”.
En resumen, los artefactos son los fundamentos poéticos de Parra llevados al límite, y ejecutados con un alto sentido de riesgo.
Hay un dato que siempre me ha llamado la atención acerca de algunos de los artefacto de Parra. ¿Por qué pone un corazón como un personaje malogrado? El mismo Parra señaló en un programa de televisión: “Para evitar todo autoritarismo, que es el vicio más negro de toda disquisición lingüística, lo que hago es dibujar a este personaje. El es el personaje que está rindiendo el homenaje.” ¿El homenaje a qué? La respuesta simple, el homenaje al paso del tiempo.
1 comentario
Es notable todo lo que usted escribe.