Primavera

La primavera es el periodo más horrendo del año porque sitúa a los hombres en su justa dimensión de inferioridad.

En ella se precipita una estimulación orgiástica al interior del reino de los insectos, provocando que los seres humanos, presuntos y autodesignados amos de este Planeta, vivan amenazados por esos seres que además de ser trillones y de tener habilidades increíbles, son infinitamente superiores a nuestra especie mal manufacturada.

En ella también se manifiesta con violencia un colorido pero sofocante calor, que provoca una improductividad y una depresión entre los miembros de la sociedad que debería considerarse como un problema de salud pública global.

Distintas civilizaciones han hecho frente a este problema de distintas maneras. En al-Ándalus inventaron la siesta para resguardarse del calor hiriente y seguir siendo productivos durante la tarde, práctica que los invasores españoles posteriormente institucionalizaron por perezosos en el país que inventaron a partir de un encuentro sexual casual entre un rey y una reina, y que ahora presentan como un aporte cultural e incluso como una curiosidad turística. En México, donde se reinventa todo, se creó un ingenioso sistema para ahuyentar insectos voladores, principalmente mosquitos, que consiste en colgar una bolsa de plástico transparente llenan de agua, pero cuya efectividad real aún es puesta en duda. La Italia del Siglo XIX ideó los refrigerios alcohólicos como una alternativa para esquivar física y mentalmente los efectos de la canícula, esta práctica persiste hasta nuestra era y ha evolucionado hacia un muy productivo mercado de refrigerios alcohólicos.

La humanidad, a pesar de su ilegítima condición de emperatriz de la Tierra, está condenada a fracasar en su propio reino, tanto por su inferioridad genética, moral e intelectual frente a los insectos, como por su indefensión ante el incólume Soberano Helios. Además de este fracaso histórico en términos de administración del poder sobre el Planeta, la humanidad está condenada a sufrir irremediablemente por su intrascendencia, por su efímero y pasajero tránsito frente a los verdaderos colosos y amos del Universo: los insectos y el Sol.

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