El misterio del polvo

El polvo es uno de los más grandes misterios del mundo. La palabra “misterio” está devaluada por culpa de la religión católica que de manera contradictoria masificó sus misterios con fines propagandísticos. El misterio, que viene de la lengua griega, se refiere a algo arcano, hermético, es decir, que es distante y difícil de entender y acceder por la mayoría. El cristianismo ha destruido casi todo durante dos milenios mediante la mentira, y la principal herramienta que han usado para mentir es precisamente la lengua.

Dejando atrás el legado de mentira de esa facción efímera, el polvo es un misterio porque ante el ojo humano resulta inconcebible su omnipresencia y sempiterna estadía en este mundo.

Gracias a la ciencia, hoy sabemos que los ácaros, también de origen griego y que son arácnidos milimétricos antiquísimos en la Tierra, propablemente la especie más antigua que existe, son los responsables de la sempiterna presencia del polvo, dado que sostienen una relación endógena con él, se alimentan de él y lo generan a través de sus excresiones. Usando una expresión corriente, se puede sostener que los ácaros y el polvo son uno mismo. Estos seres increíbles son, obviamente, más antiguos que la especie humana, que es un vergonzoso suspiro en la historia del Universo y una raza infinitamente inferior genética, moral e intelectualmente frente a los insectos.

Estos seres excepcionales se alimentan de la materia orgánica y de las cosas que posee la gente. Debido a que el ser humano tiene un notable complejo de inferioridad, se dedica a acumular cosas: adornos, libros, revistas, basura, comida, más basura, muebles, alfombras, cojines, aparatos eléctricos, mascotas, ropa, mesas, piedras, cruces, cosas absolutamente inútiles que son el ecosistema ideal para que los ácaros y millones de familiares suyos se reproduzcan y produzcan polvo por todos lados.

El polvo es responsable de la mayoría de las enfermedades pulmonares que sufre el ser humano. Este ser idiota, gracias al uso de la razón que no sabe usar, se ha dedicado a culpar de estas enfermedades, desde la moralidad, a muchas otras cosas, sin querer reconocer que la gente se muere de enfermedades pulmonares gracias a la guerra secreta de los inteligentísimos insectos contra los humanos. Por ejemplo, según una publicación del Environmental Science and Technology, el polvo contiene cierta cantidad de arsénico y plomo, originado por la presencia de agua estancada y otras externalidades del entorno, que, a pesar de su uso de la razón, el ser humano idiota cree que no le afectan directamente.

El polvo, como los insectos, tiene un carácter democrático. No importa si uno es millonario o pobre, alto o chaparro, hombre o mujer, niño o anciano, perro o gato. El polvo siempre estará ahí para perturbar la paz. Es cierto que, si alguien vive en un fraccionamiento gigante mal urbanizado con ínfulas de ciudad, será más vulnerable al polvo, pero su carácter democrático es innegable. Las maneras en que el polvo afecta la vida del humano son infinitas: además de provocarle enfermedades pulmonares que se niega a reconocer, impide sostener una calidad de vida digna, ensucia las manos, genera una sensación desagradable, desmoraliza y lastima el ánimo.

El polvo no es perenne, el polvo es sempiterno. El único ser capaz de destruir al polvo es el Rey Soberano Helios, otro archienemigo del ser humano. El Sol, con sus lejanos pero inmarcesibles rayos, es capaz de destruir partículas de polvo en el Planeta Tierra, y en el espacio exterior es capaz de aniquilar a su equivalente espacial, pero el polvo se reproduce incesante e infinitamente gracias a las capacidades excepcionales de los insectos y a la estupidez sin precedentes del ser humano. No deja de ser curioso que los más grandes enemigos del ser humano sostengan otras relaciones superiores en donde el hombre ni siquiera es espectador, sino un insignificante estorbo.

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