Emma Godoy #VocesVioletas
#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.
Emma Godoy (Guanajuato, 1918 – Ciudad de México, 1989) fue una escritora, locutora, filósofa y humanista mexicana. Su carrera literaria comenzó en 1940 al colaborar en la revista cultural Ábside. Fue asesora de la Sociedad Mexicana de Filosofía, presidenta honoraria del Ateneo Filosófico y miembro de la Academia Internacional de Filosofía del Arte.
Su obra abarca disciplinas como el arte, la historia y la religión. Esta última es parte de la tradición literaria mexicana junto a obras de Carlos Pellicer, Gloria Riestra, Alfredo R. Placencia, Alfonso Junco y Joaquín Antonio Peñalosa, entre otros. Fue galardonada en 1979 con el Premio Internacional Sophia, otorgado por el Ateneo Mexicano de Filosofía, y con el Premio Ocho Columnas de la Universidad Autónoma de Guadalajara.
El 25 de marzo se cumplieron cien años del aniversario de su natalicio. Para conmemorar esta fecha, compartimos una breve selección de su obra poética:
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Cuando se siente el auténtico amor
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El amor sólo se da en hombres y mujeres mentalmente maduros.
Es un temple de ánimo que requiere una personalidad muy sólida,
muy consciente, muy responsable.
Así que ni aún muchas personas mayores suelen experimentarlo,
pues no basta tener edad cronológica suficiente, hay que tener edad
mental completa.
No te fíes por lo tanto de un sentimiento que parece amor, pero que
tan solo es su caricatura, y que se te marchitará cualquier día de éstos.
En la adolescencia todos hemos creído estar enamorados, pero han
sido sólo espejismos.
Para saber amar es necesario que aprendas a hacerlo tú mismo, es tu interior, en
tus sentimientos. Imagina siempre que llevas el amor
como un perfume para la persona que será tuya, para la persona que
esperas …
No frustres tu anhelo de amor con amoríos. Nada tan enemigo del
amor como los “amores”. El corazón se malgasta, se desperdicia, se
pudre. No eches a perder tu corazón si es que quieres llegar a ser
feliz algún día por amor.
Hazlo madurar en tu interior, esperando sólo a una persona. Reflexiona,
se responsable, razona y siente; siente la verdadera escencia de
lo que es, para que mañana sea y puedas vivir el significado de ese
sentimiento maravilloso.
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Sinfonía litúrgica II
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En el atrio los árboles arpegian
◊◊◊◊◊ sus somnolientas arpas
y las aves sencillas
pintan un fondo de aguas
al caramillo alegre
del divino Pastor de la parábola.
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◊◊◊◊◊ Arde el templo a la voz del caramillo.
Es todo el templo casa
de oro, por Ti, Pastor, Verbo del Padre,
que tuviste nostalgias
de una oveja perdida.
Por ti, rescatador de la esperanza,
las agudas trompetas
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acribillan luceros con sus lanzas
sacudiendo la vida:
¡Toda carne será resucitada!
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Y responde en lo alto desprendida de arcángeles,
de Tronos, de Virtudes –polifonía de alas,
contrapunto celeste-.
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Señor, Tú eres la guerra
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Señor, Tú eres la guerra.
◊◊◊◊◊ Cuando llamas, mi Dios, es clarín bélico,
carros de Aminadab en avalancha,
tu boca de silencios.
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◊◊◊◊◊ Cuando llamas, Señor, ¿quién te resiste?
Flauta de Jericó suena en tu asedio,
y al hombre que miraste tomas a sangre y música,
en vilo de cantares y en tormento.
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Mataste mis rebaños con sólo tu caricia.
Asolaron la viña tus voces de salterio
quemando las cabañas de mi gozo
y estrangulando el pájaro bermejo.
Envenenaste el agua que bebía en los labios amados
y sembraste de púas aquel pecho
donde mi sien dormida te olvidaba
coronada de huertos.
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◊◊◊◊◊ ¿Cómo osar olvidarte, cuando Tú no te olvidas…?
Y hoy demandas lo tuyo con un grito en silencio.
◊◊◊◊◊ ¡Cuando clamas, oh Altísimo,
vuelcas en la ciudad todo el infierno!
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◊◊◊◊◊ Ahora es la tiniebla, la ceguera de Saulo.
Para mirar la luz hay que estar ciego.
Para que alce la torre campanas y palomas,
cercenar a cuchillo muchedumbre de sueños,
acribillar las rosas,
comer el pan de despojo y desierto.
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¡Ay, Amo incomprensible, tienes nombre de guerra!
Haces luchar al hombre cuerpo a cuerpo
con sus propias entrañas
y devorar sus dioses y sus huesos
hasta quedarse en sombra devastada.
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Sólo entonces lo pueblan tu Potestad de Fuego,
y el Trono de la Cítara,
y el Principado de Oro, y el Serafín de Incienso.
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Pero a mí no han bajado esas Antorchas,
ni en el tacto del alma al Vencedor presiento.
Soy ya un herido campo de batalla,
¡no abandonen su presa las Milicias del Cielo!
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Oigo gemir la ruina;
oigo a mis muertos
que me piden sudario y algún surco en la tierra.
Inútilmente claman los recuerdos:
insepulto ha de estar lo que no es tuyo,
atrás, a mis espaldas, en el yermo.
Mis manos que mañana transpasará la música,
no tocarán lo muerto.
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¡Es el Señor que pasa!
El Sinaí y su pueblo
no pueden soportarlo
¡Quien soporta al Eterno!
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¡Es el Señor que pasa
Y en el hombre azorado
estalla el universo!
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