La mudez y la sordera de la muerte: poemas de Eliseo Diego
Eliseo Diego (Cuba, 1920- México, 1994) es considerado uno de los más destacados escritores de Hispanoamérica. Su visión artística se desarrolló tanto en la prosa (narrativa y ensayo) como en la poesía. En este ámbito la crítica lo ha señalado como un poeta de versos precisos de los que emana una enigmática aura de onirismo y realidad. Su primer libro de poemas En las oscuras manos del olvido trasmite la carga magnética de un ser humano que aborda la muerte como el último instante del sueño de la vida. Preocupado por la trascendencia espiritual, Diego es un escritor intemporal al que se debe acudir, al menos, una vez en la vida. A continuación presentamos una brevísima selección de sus poemas:
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Culpa
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No tengo yo la culpa de mí mismo
y aunque la cargue toda ya no es mía
de modo que no sé cuando me juzgo
si responderme deba o me resigne
a ser mi luz o mi tiniebla diarias.
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Alguien nos llama y vas y le respondo
ni sé yo desde quién ni cómo y cuándo
tan rápida es en mí la muchedumbre
que allá en el corazón va sucediéndonos
y cuál es cuál quién sabe y poco importa.
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No tengo yo la culpa de ser este
que apenas dicho cede el puesto al otro
ya desapareciendo en el que arriba
y así entre todos vamos arrumbándole
la culpa a último —al que no se queja.
Pues mira tú: es verdad
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Pues mira tú: es verdad: no acaban nunca
la mudez y sordera de la muerte
ni su infinita indiferencia helada.
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¿Qué importa entonces que destroce a un niño
con su pico voraz el hambre y corte
la menuda conciencia en pleno azoro
de no saber por qué la sombra es grande?
Cada cosa que hacemos dura apenas
lo que dura el rocío en la mañana
y el resto es el silencio de los astros.
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Con todo, mira tú, cada sonrisa
deslumbra como el sol y el universo
en torno a la justicia va girando
como un tiovivo misterioso y puro.
Cada niño que borra el desamparo,
cada tortura a que el avaro accede,
lastima a la galaxia más lejana.
No tienen más conciencia que la nuestra
y nuestro pobre corazón es suyo
y quien muere por otro en sol renace.
Comienza un lunes
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La eternidad por fin comienza un lunes
y el día siguiente apenas tiene nombre
y el otro es el oscuro, el abolido.
Y en él se apagan todos los murmullos
y aquel rostro que amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene.
La eternidad ignora las costumbres,
le da lo mismo rojo que azul tierno,
se inclina al gris, al humo, a la ceniza.
Nombre y fecha tú lo grabas en un mármol,
los roza displicente con el hombro,
ni un montoncillo de amargura deja.
Y sin embargo, ves, me aferro al lunes
y al día siguiente doy el nombre tuyo
y con la punta del cigarro escribo
en plena oscuridad: aquí he vivido.
Subiendo la escalera
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Alguien está subiendo la escalera
¿no es extraño el crujido de las cosas?
tan extraño que en casa no haya nadie
la casa más extraña que la luna
zumba la mosca terca contra el vidrio
nunca y jamás en cada cuarto duermen
alguien está subiendo la escalera.
*
Tiembla de frío el frío con el alba
la luna curiosea en los rincones
juegan dos sombras la gallina ciega
mira el silencio el vano de la cómoda
no está el ratón en su no estar tan suyo
sin un susurro se ha escurrido el viento
está subiendo la escalera nadie.