Poemas de Jaime Augusto Shelley para enfrentar la desgracia
Ante la desgracia, la poesía es una vía para recobrar la fuerza. Si la desesperanza se apodera de nuestro espíritu, basta con saber que otro está ahí para tendernos la mano solidariamente y ofrecernos unas palabras de aliento. A continuación presentamos una breve selección de poemas de Jaime Augusto Shelley que son precisamente eso: unas palabras solidarias ante la violencia, la represión, y el caos que se apodera de nuestras comunidades.
Carta
San Cristóbal, Tuxtla, calle San Antonio. La tertulia, las botellas rodando, le libro asido firmemente por la mano (quizá lo único firmemente asido), la voz recitando entrecortada a Pablo, al viejo Nicolás, al buen Nazim. Voces irradiando una quimera.
Voces de argonautas débilmente detenidas por apenas el grosor de las paredes. Amor en las palabras, fe en las palabras: lo demás quedaba goteando escaleras abajo, riendo escaleras arriba. Y la muerte en la metralla. La muerte en las cárceles. Y la desolación jamás en nuestros corazones, el odio jamás en nuestros puños. Lágrimas en nuestros ojos cuando se alzaba trémula la voz del buen Nazim, buscándole arreglo a este mundo. Los días de la camisa floja, el pelo enmarañado y el libro firmemente asido por la mano. Los días sin medida, agitadores de copas y canciones, de amores y olvidos de una noche anotados pulcramente entre líneas de un poema abandonado a la desolación de una libreta.
Inconteniblemente anochecemos y la confianza se torna amarga de distante…
Esta ya es la otra vida, compañero. De pronto se acabaron los sueños. Este es el Siglo joven y vivimos el crimen de otra guerra. Nuestra voz se inicia en la violencia, concluye en la violencia. Interminables crepúsculos de sangre para inaugurar el día. Ese día en que el pan y el vino amargarán los vientres hasta hacerlos estallar. No habrá salida posible para nadie. Escojamos, pues, los sitios y las armas.
¡Aquí todo será fruto de tormenta!
Tiendo la mano ahora
Para Mario Orozco Rivera
Tiendo la mano ahora,
no la azoto, no la empuño,
no la doblo,
tiendo la mano ahora que estoy.
***
Si te digo que voy en calma,
miento.
Todavía abogo por las uñas y las ansias,
rojos los nudillos, todavía no miento.
*
Si te digo arado
cuento los surcos entre dedo y dedo.
Y hay un fruto,
y habrá más frutos.
Porque la tierra es verde hasta lo inmenso
y da hongos amargos, como también
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dulce olivo.
*
Si es que miro en su inclinarse
cómo crecen las bayas y los lirios
y las verdes estrías de los algodonales.
¡Cómo se descarga el aire en contralisios!
*
Así mi corazón, de fijo,
en contradanza, quieto,
entra al sorteo:
los rostros de noviembre,
su calor y su textura…
*
Tiendo la mano ahora, que estoy.
I
Señora, acudo al papel
y a la tinta,
en tiempos en los que hablar
es manchar de saliva
el orden confuso de las cosas.
*
Escribo confiado a la integridad
de mis versos
y a la certeza de que el tiempo
abrumará de semejanzas
aquello que ha de ser verdad.
*
Escribo para ti
porque es como escribir para nadie,
que sigues siendo tú, y otros.
Me dirijo a ti
porque mi poesía no te toca
y es como si me obligara
a hablar más fuerte que a un sordo,
con más claridad que a un niño.
*
Pero escribo para mí
porque estoy solo, como muerto a veces,
atrapado en los papeles que otros han dejado
después de enmudecer, por hambre, en las prisiones,
las trincheras,
o el feroz manicomio de una mina.
Precio de sombra
Para Leroi Jones
Puedo callar cuando ustedes gusten.
Cerrar el libro
y apagar la luz
son, ambas,
fogatas de una misma sombra.
*
Pero si no,
pero si lo variable y pignorado
cunde con sus dedos verídicos,
volvamos al siento de ajuste,
a la existencia normal
hecha de probable vida útil
y pasivos diversos;
echemos a flotar, estatuario
también, lo despreciable.
*
Unas páginas más
y el estado de pérdidas,
intangible,
ha de cobrar cuerpo social.
*
Seremos ajenos, pero líquidos,
brutalmente constantes en el terror
con que nos marca
el precio de esta sombra.