También se murió Hugo

Para Lucinda

Ya ves Hugo, a ti también se te ocurrió morirte. Imposible no acordarse de Sabines, lo saludas por favor, y su poema en donde aprendimos que la gente siempre se muere en un día como cualquier otro. No hay días “heroicos” para morir, o días “memorables” para irse de este mundo.

Míralo a él, en el cine y después cogiendo cuando la pobre tía Chofi moría. Así son las cosas. Un día te voy a platicar la absurda historia cotidiana que yo vivía mientras tú decidiste agarrar tu cepillo de dientes e irte quién sabe a dónde, pero con seguridad, a un lugar en donde estarás a toda madre. Egoísta. Un hombre bondadoso que decide ser egoísta.

Al día siguiente de tu muerte, me puse a ver noticiarios vespertinos en la televisión. Moriste un día antes del aniversario del horror de Ayotzinapa. Por fortuna, las noticias se referían a este doloroso aniversario. En los noticiarios de la tarde se habló de la manifestación, no solo en memoria del trágico hecho sino en repudio a quienes nos gobiernan. Ya sabes. Tú los padeciste y a tu manera, siempre muy elegante, los combatiste.

Pero los noticiarios vespertinos no hablaron del poeta que decidió partir. No sé, tal vez los presentadores de noticias no quisieron perder el tiempo y averiguar qué era un poeta. Me los imagino dando la nota, sujetándose su “chicharito”, ese aparato que siempre traen pegado a la oreja, para escuchar la definición de poeta, de poesía. Demasiado trabajo para un sábado en la tarde.

Viendo la televisión pensé que tal vez te hubiera convenido ser el jefe de una banda de narcotraficantes. Ese mismo día murió uno en una riña en un penal y fue noticia en al menos tres canales. Claro, un importante narco es noticia. En cambio un poeta ¿cuándo ha sido importante un poeta? Una de las cosas que aprende uno muy bien al vivir en este país, es que un poeta nunca podrá ser tan importante como un narco. Y es lógico. Un narco es una buena inversión. En cambio un poeta. Bueno, tú sabes de eso.

El Papa también fue noticia. Visitó estados Unidos. Como sabes, es un buen lugar para visitar y hablar de las libertades y de la paz mundial. Noticia obligada por supuesto. La palabra de un Papa es poesía y el país de las McDonals también. Nada qué hacer. Nuestros deportistas en el extranjero también fueron tema. El futbolista en Alemania y el automovilista que no ganó por quién sabe qué pretexto muy bien comentado por los responsables de dar las noticias deportivas.

En fin, escogiste un día normal para morirte, en un país en donde los aniversarios por asesinatos de estudiantes, periodistas y otros bichos se hicieron una costumbre digna de los noticiarios vespertinos.

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Hace un rato, ya con la tele apagada, cocinando un atún y acompañado por un mezcal de Oaxaca, pensé en cómo te estará recibiendo Rodríguez Lapuente y lloré. Me pendejié por llorar pero creo que fue de envidia. Imaginé a Rodríguez Lapuente con la sonrisa que delataba su ironía. Desde su equipal y aventando el humo del cigarro, diciéndote: pásele, ya se estaba usted tardando mucho, o qué ¿encontró algo bueno por allá? No me vaya usted a decir que estaba revisando las pruebas de su último libro y eso le impidió llegar más temprano, porque eso no habrá quién se lo crea. Mire, ahí está José Emilio, háblele, o grítele, usted sabe que cuando mete sus lentotes en un libro, no hay poder humano que lo distraiga. Mírelo, ya lo vio. Vea no más que contento se puso.

La habías buscado desde que llegaste, cuando la viste casi brincas eufórico, Mónica, solo te sonrió, te hizo un guiño con la nariz y te invitó, con un gesto, a que escucharas la hermosa melodía que salía de su flauta.

No es difícil imaginar esa reunión, Monsiváis recibiéndote declamando un poema de Salvador Díaz Mirón para que lo acompañes: “no intentes convencerme de torpeza, con los delirios de tu mente loca, mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca…” tú le seguirías: “semejante al nocturno peregrino…”, y así estarían por un buen rato.

Luego llegaría Ernesto Flores, muy cálido, muy correcto, te diría: ya ves como nomás fue un ratito. Mira, conseguí unas sonatas para piano como nunca antes las había oído, vas a ver qué maravilla, mira, ahí hay un sillón. Bueno, antes saludo al flaco Gelman, desde que se enteró se puso como un “pibe” como él dice. Anda, ve y salúdalo y ahorita nos vemos para que escuches esas sonatas.

Tú correrás a darle un abrazo a Gelman al cual se unirá Fuentes. No te aguantarás y soltarás la pregunta que todos estaban esperando que hicieras desde que llegaste: ¿en dónde está Don Panchito? No habré venido aquí para no encontrarme con Francisco González León. Tengo unas enormes ganas de decirle que yo también soy poeta. Qué importa que no se acuerde de mí. Le diré que yo era un niño que un día, en la plaza de Lagos de Moreno lo abordó y le dijo que si él era el gran poeta y me contestó que sí, pero que no lo volvería a hacer.

Lo encontrarás, te preguntará que cómo dejaste a Lagos, que si tu abuela sigue hablando con los pájaros creyendo que son ángeles. Sí, le dirás, y yo también soy poeta. Y lo volvería a ser.

Adiós, Hugo. Que te diviertas, aunque los que nos quedamos nos pongamos a verter algunas lágrimas. Tal vez de envidia.

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