Ayotzinapa: ¿Por qué importan “las tortugas”?
Hay cosas que importan más que otras. Importa, por ejemplo, que ya hace un año desaparecieron 43 estudiantes, que sus padres siguen buscándolos y que cientos de miles de personas han tomado las calles en todo el mundo exigiendo regresos y respuestas. También importa que las autoridades no han podido explicar dónde están los normalistas o qué les pasó, que están lejos de encontrarlos y que sus investigaciones concluyeron con una mentira histórica. Importa que el gobierno nos mintió; importa que alcaldes, policías municipales, federales y soldados están involucrados en la desaparición de los estudiantes; importa que el presidente del país está más preocupado por controlar la crisis mediática, que en resolver el crimen. Importa que el 26 de septiembre de 2014 desaparecieron 43 y que más han sido asesinados antes y después de esa fecha.
Entre las cosas que importan está que no nos ha ganado el olvido, que los seguimos buscando. “La travesía de las tortugas” es un libro que reúne perfiles de los estudiantes normalistas y nos relata su vida antes del 26 de septiembre de 2014. La trascendencia de este libro corre por diferentes caminos: primero porque cuenta las historias que llevaron a cada uno de los estudiantes asesinados y a los que aún siguen desaparecidos a ese triste 26 de septiembre; porque, parafraseando al periodista John Gibler, basta de darle voz al estado, el estado ya habló demasiado sobre este tema y nos mintió, por eso sigue escuchar a las víctimas y a los familiares que siguen en busca de sus desaparecidos y de justicia; pero también porque es la iniciativa de un grupo de jóvenes periodistas que pusieron alma y corazón en hacer investigaciones independientes, financiadas por ellos mismos, porque pusieron el compromiso social y el rigor periodístico en la misma mesa para hacer realidad este libro; además, porque decidieron que las regalías generadas por la venta del libro serán donadas a las familias de los normalistas afectados.
Hay cosas que importan más que otras, por ejemplo, a la polémica causada por el prólogo habría que darle la relevancia que corresponde a la opinión personal de un autor —con la libertad de estar de acuerdo o no con él—; el prólogo es una de las cosas que importan menos, no sólo por lo ya dicho sobre el libro, sino por la calidad de los textos publicados en él. Emiliano Ruiz Parra comienza presentándonos a los estudiantes asesinados el día 26 de septiembre y contándonos sobre las normales rurales y la guerra declarada contra ellas por los gobiernos —sobre todo perredistas— y cierra con una frase que debe calarnos a todos: «Cada uno de estos rostros es un espejo en donde debe mirarse el país, porque son sus rostros más trágicos y, a la vez, los más dignos». Y entonces las historias comienzan a encontrarse en casas de piso de tierra y techos de lámina, en comunidades que parecen competir entre sí por los primeros lugares en las listas de pobreza extrema, y en las alternativas de vida que tienen los jóvenes en Guerrero: ora es el ejército, ora ser empleado en la Capital, ora irse al otro lado, ora la escuela rural y ser profesionista. Aparece después Melissa del Pozo y nos cuenta de las dos mujeres que perdieron a Leonel Castro Abarca: María, la madre, que lo espera en los Magueyitos, una comunidad que está a 56 pesos y 9 horas de distancia de Ayotzinapa; y doña Vero, la mujer que le dio un hogar mientras el muchacho estudiaba el bachillerato y que le pidió que no se fuera a la escuela normal, que se quedara en su casa el tiempo que fuera. También escribe Adriana Flores sobre Abel García Hernández, el muchacho que no quiso entrar a la Rondalla por pasar tiempo con su familia, que rechazó fiestas, regalos y ser parte de la escolta escolar para no hacer que sus padres gastaran en él, que dejó decenas de cartas de amor a Yazmín, su novia, y un mensaje de despedida que WhatsApp registró el 26 de septiembre a las siete de las noche: «Te quiero con toda la fuerza de mi corazón. No me olvides». Silber Meza escribe sobre aquel gol de Alexander Mora Venancio, jugador del Juventus Pericón, un equipo que perdió un trozo de alma cuando su delantero desapareció; «yo quiero ser maestro» le dijo a su padre, «que porque los maestros van a todos los rincones del estado» recuerda el señor al que Murillo Karam le dijo que su hijo murió y como prueba presentó un trozo de muela y un hueso que aún no le han entregado y que no piensa pedir porque «yo ni intento ir porque, mira: si el niño está vivo y yo les digo, entréguenme los huesos, me lo van a matar. Y eso no quiero, mejor no digo nada y así me quedo». Alba Calderón nos cuenta de Carlos Iván Ramírez, el muchacho que quería ser maestro porque la escuela primaria de su pueblo necesitaba más docentes; trabajaba en el campo con su papá y eligió estudiar en Ayotzinapa porque era la única escuela donde no tenía que pagar nada; don Margarito, su padre, dice: «Se siente feo, que el gobierno no diga si ya lo mató. No saber dónde está, qué pasó. Tengo ganas de saber la realidad». Y así se relatan una tras otra, las historias de los normalistas que dejaron casa y familia buscando una educación profesional, una mejor vida, un futuro diferente.
Este libro importa porque se planta firme contra el silencio y/o la vocería institucional que asumen algunos medios de comunicación; abre un espacio frente a los que cerraron las grandes editoriales; y da más respuestas que las investigaciones de las autoridades. Este libro le da un suspiro a la esperanza, voz a los que no están y a quienes esperan su regreso y es por todo esto que importan las tortugas.
P.D. Busquen el libro en los puestos de revistas, librerías Gandhi, Gonvill y Fondo de Cultura Económica. Entérense, indígnense y contribuyan con este proyecto que da un importante apoyo a las familias de los 43 y más.