Dos meses en Gaza

“La necesidad dentro de la franja de Gaza es tremenda; el volumen de sufrimiento y de necesidad es difícil de describir. Hay bombardeos diarios, se escuchan muy cerca los ataques y hay veces que caen muy cerca. Entonces, bueno, dos palabras clave para definir mi experiencia serían intensidad y pertinencia.” Cuenta Alfonso Antorcha que es un ingeniero que trabaja en Médicos Sin Fronteras como coordinador logístico y pasó dos meses en Gaza.

En poco menos de un año, se han asesinado a 40,907 personas en Gaza, la gran mayoría de ellos eran niños y mujeres. 92,000 personas han sido heridas, según el Ministerio de Salud de Palestina, y también han muerto 117 periodistas y 224 miembros de colectivos de ayuda humanitaria, según las Naciones Unidas.

Aunque Gaza se puede recorrer en hora y media en coche, se han lanzado más de 70,000 bombas en menos de un año. Esta cifra supera la cantidad de bombas que se lanzaron en Dresde, Londres y Hamburgo durante la Segunda Guerra Mundial, según Euro-Med Human Rights Monitor.

El 70% de los edificios en Gaza están dañados o destruidos. El 85% de la población ha huido hacia el sur, a Rafah, donde se encuentra la frontera con Egipto. 1.7 millones de personas han dejado sus hogares. 2.2 millones de personas están en condiciones alimentarias precarias, y el ejército de Israel impide la entrada del 83% de la comida que se manda a Gaza y de la ayuda humanitaria internacional.

La justificación de Israel para este despliegue demoledor de fuerza fueron los ataques de Hamas hacia la población civil de Israel el 7 de octubre de 2023. Mataron a 1,000 personas y tomaron al menos 200 rehenes.

Aunque organizaciones civiles e internacionales han presionado para cesar el fuego, el gobierno de Israel solo ha agravado sus ataques. Lo que en un principio  llamaron su “legítima defensa” se volvió un castigo generalizado, un genocidio.

Alfonso ha estado en Gaza en dos ocasiones: en enero, y de marzo a abril. Trabaja en Médicos Sin Fronteras desde 2006 y ha estado en Yemen, Angola, Haití, Venezuela, Mozambique y muchos otros países.

La primera vez que entró, en enero, los bombardeos eran constantes; recibían ataques las 24 horas del día. Rafah, la ciudad más al sur de Palestina, estaba abarrotada de gente que había huido del norte de Gaza, más de un millón de personas. La segunda vez que fue, de marzo a abril, los ataques fueron más espaciados, pero las detonaciones eran más potentes y no había tanta gente. Muchos continuaban huyendo al sur, hacia Egipto. “Los están tratando como ganado; hay gente que en cuestión de seis meses se había movido once o doce veces, y ahora habrán sido muchas más.”

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Alfonso dice que el ejército israelí no hace una diferenciación al bombardear a la población civil. Si Israel sospecha de un escondite de Hamas, ataca, sin importar si hay niños, enfermos, mujeres, adultos mayores o trabajadores de organizaciones no gubernamentales.

Lanzan panfletos un día antes avisando que atacarán un sector, lo publican en las redes sociales, y la gente se mueve, cada vez más lejos de sus hogares. Más de un millón de personas viven debajo de un plástico y cuatro maderas, en tiendas de campaña o albergues, sin agua potable, sin condiciones de saneamiento, con dificultades para conseguir alimentación. Alfonso dice que a lo largo de su carrera humanitaria ha sido de las experiencias más inhumanas que ha presenciado, especialmente por el volumen.

En las instalaciones en las que trabajaba su equipo, las bombas caían cerca; había un estruendo, el piso temblaba y no había certeza de que la próxima bomba cayera en su dirección. El equipo lo reportaba, seguía un protocolo, pero pocas veces dejaba de trabajar, solo en ocasiones, cuando la edificación en la que se encontraban resultaba dañada.

Le pregunté a Alfonso cómo gestiona el miedo. Me contestó que es una persona un tanto particular porque se enfoca en lo positivo, en el impacto de su trabajo, e ignora el riesgo. “Debe haber alguna parte de mi cerebro que esté un tanto averiada, pero ni lo considero, entonces eso me facilita mucho trabajar en este tipo de contexto y mantener la calma.”

Alfonso no tuvo mucha comunicación con su familia la primera vez que estuvo en Gaza. Su equipo y él tuvieron problemas para conseguir alimento y agua potable. No había energía, hacía mucho frío y vivían 20 personas en una casa con capacidad para albergar a siete. Se bañaba cuando podía y cuando era absolutamente necesario.

Por esas condiciones de vida, la gente lo recibió emocionada y agradecida la segunda vez que entró en marzo. Tal vez pensaban que el equipo no iba a volver bajo ninguna circunstancia. Hasta 2006, Alfonso era un ingeniero que trabajaba en el sector privado y le iba bien, pero decidió abandonarlo porque desde pequeño tenía una vocación humanitaria, que es lo que lo impulsó a trabajar en Médicos Sin Fronteras. Dice que es una de las mejores decisiones que ha tomado en su vida.

Ahora se encuentra en Colombia gestionando un proyecto de largo plazo. Sin embargo, volvería a Gaza, sin dudarlo y con los ojos cerrados. Ha dejado allí a muchas personas queridas y hay mucho por hacer.

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