Es algo triste y solitario leer y no hablar al respecto
“Hay una diferencia entre un librero y alguien que vende libros, ya ni se diga Amazon, las plataformas”, dice Fernanda. Un librero es quien te ayuda a encontrar un libro, quien te recomienda, quien habla de libros. Hay un ritual en intercambiar, vender, prestar libros, que se está perdiendo.
Fernanda Mora es una ingeniera de 28 años. Su librería se diferencia por estar especialmente ordenada. Ha colgado al menos ocho carteles en todo el espacio “No desordenar los libros” y dos mesas con cárteles “¿no recuerdas de dónde me tomaste? Déjame aquí con los libros perdidos”. También tiene una cuenta de TikTok en la que sube recomendaciones.
Ella ha trabajado en la librería desde que tiene 15 años. Es la tercera generación. Su abuelo empezó vendiendo libros jurídicos y enciclopedias puerta por puerta en todos los estados del país. Ella creció entre libros y, a pesar de haber estudiado ingeniería, no tiene ninguna intención de renunciar al negocio familiar.
A su abuelo lo llamaban “maestro”. No estudió ninguna carrera y, sin embargo, era un hombre cultísimo. En el implacable desorden de la librería, siempre supo dónde encontrar cada cosa. De él aprendió el oficio del librero.
En la calle López Cotilla, en el centro de Guadalajara, hay decenas de librerías. Tienen los estantes repletos de revistas y libros. Pilas amontonadas en el suelo. En estas librerías puedes encontrar desde “El libro de la dieta antiinflamatoria” hasta una primera edición firmada de “Pedro Páramo”. Pero me parece que lo más interesante que tienen es a un librero: es decir, un guía, alguien que aconseja y propone recomendaciones.
Decenas de bibliotecas personales han ido a parar a estos locales; incluso colecciones que costaron una vida completar. Fernanda, que atiende la Librería Lumiere, cuenta que cuando alguien muere llegan muchas cajas de libros que la familia ya no sabe dónde poner.
Ella me cuenta que un hombre le pidió a su esposa que cuidara su biblioteca personal antes de entrar al quirófano, y que una vez muerto, los libros fueron a parar a su local. La esposa quería cumplir su promesa, pero era plenamente consciente de que nadie más en su familia iba a disfrutar los libros que heredaron.
En los libros viejos ha encontrado dinero, fotos e incluso una prueba de embarazo. Lo que más le gusta de su oficio de librera es apreciar la esencia de un libro, entender que todos los libros tienen su propia vida e historia, y son ignorados por años y años, hasta que alguien les presta atención.
El ritual que se está perdiendo implica leer un libro viejo, que varias personas han leído antes. Implica visitar una librería sin buscar nada especialmente, y pedir una recomendación. Platicar con alguien con quien lo único que tienen en común es un libro que leyeron. Porque es algo triste y solitario leer y no hablar al respecto.