Escenas de Sonora
Desde el interior de su celda, Sinhué recuerda:
Me dijo que veríamos una película, que estaba puesta la sala, que había pizzas de un día anterior y que le quedaba medio galón de jugo de arándanos.
Sinhué mira la hoja de un cuaderno mientras escribe su nombre y dibuja lo que parece el frente de una casa, dos árboles a los laterales. A un costado de su búnker hay una caja de cartón y en ella sus pertenencias: Un pantalón y dos camisetas, unos huaraches de hule y un muñeco de peluche.
Sinhué insiste:
Todos alguna vez hemos estado en el lugar equivocado. Si yo hubiera elegido mejor acompañar a mis primos al estadio esa tarde, muy seguro sería que no estuviera aquí. Llevaba ya tres días seguidos sacando la pelota del terreno, puro jonrón y los puntos para los premios ya se me acumulaban. Dijeron que nos llevarían de paseo a un lugar con montañas donde cae la nieve. Yo estaba apuntadísimo. Siempre soñé con armar un oso de nieve, grande, más grande que este peluchín que me acompaña. Me lo regalaron cuando ingrese a preescolar, desde ese día siempre que viajo lo cargo a mi lado.
Me dijo que tenía en renta la película Sonora, que el guion era buenísimo, porque lo escribió Guillermo Munro, un pescador oriundo de Puerto Peñasco convertido en célebre escritor. Yo había escuchado hablar de esa película, y me interesó porque habla del destierro de los chinos en Sonora, y mi abuelo era descendiente de chinos, y mi abuela hija natural de un comerciante de apellido Lau.
Creo que por eso fue que accedí, más que por las pizzas y el jugo. Esa temporada de la peli en cartelera no pude completar para el boleto, la oferta que me hacía era insuperable. Entonces me dejé guiar, siempre me atrajo su manera de caminar las calles, con ese paso silencioso como levitando y analizando todo. Yo nomás le veía en silencio. De pronto se soltaba bailando y de sus bolsillos extraía dulces para los niños que fuimos. Los aventaba al viento y seguido me caían en los pies una naranja o tejocotes.
En eso estábamos cuando la escena más implacable de la peli nos hizo hacer una pausa en la pantalla. Se levantó como para sacudirse el desconcierto. Mira que abusar de la debilidad del otro, me dijo. Trajo pizza y puso jugo en un par de vasos desechables. Un toque de cereza encima de los champiñones. Comimos como sin deseo, debió ser por el estómago en crisis, por las imágenes y la historia de Sonora. Demasiadas dunas de desolación. Pinchi Munro, decía con insistencia, como si el escritor fuera su amigo. Luego continuamos la vida al paso del carruaje. Nos sometimos a la aventura dentro de la peli.
Cuando menos pensé su mano estaba encima de mi pierna, de improviso volteaba en búsqueda de mi mirada, como si intentara mi aprobación. Se me erizó la piel, yo que nunca antes tuve el tacto de nadie encima de mi nada. Entonces fue que se acercó de más, como intentando besarme. Reprobé. Estático por un momento y luego el impulso, como si los reflejos me dominaran. Ya no tuve conexión de la mente con las acciones. Solo recuerdo que mientras con mis puños le arrebataba la figura de su rostro, por mi memoria pasaban imágenes de Sonora, la película. Fue entonces que aproveché que se desplomó, fui a la cocina y volví con un puñal, muérete racista de mierda, le dije. Pero no pude encajarlo. El brillo de sus ojos me encandiló. Cuando volví a la realidad mis manos palpaban un pedazo de pizza, de fondo el ruido de la televisión y su cuerpo trémulo se me venía encima.
Fue entonces que el calor de su piel me hizo reconocer lo que nunca antes quise. Le tomé del pelo y un hilo de sangre me manchó la cara. Me bebí la inocencia, o fue su existencia quien me hizo reconocer lo que soy, a esto mismo de lo que aún reniego.
Luego me llevaron a la comandancia. No supe cómo entraron por mí. Tampoco vi más su rostro ni su pelo, ni siquiera alcancé a ver dónde quedó, solo sé que estuvo debajo de la mesa, porque es lo que me contaron. Un juez alega que hubo alevosía, no acepta mi defensa, dice que el posible racismo del que hablo no tiene validez, que no hay pruebas contundentes.
Ya dije que algo se salió de mí, que nunca antes había golpeado nada ni nadie más allá de las pelotas con el bat. También he dicho que no quiero ir a la sala de medios, a presenciar esa película del festival internacional de cine. Que esto es reglamentario, dicen, porque el régimen promueve valores a través del arte. Es el camino para nuestra reinserción. Me han dicho que no es por elección, que voy o voy, que además viene el escritor de Sonora para conversar con los internos.
Yo solo deseo que eso pase a la de ya, que no me vea la cara, que no sepa ese tal Munro lo que ocasionó su escritura, que no sienta el rencor que yo sentí por las humillaciones de los gringos, que todo acabe de una vez, así como se ha ido acabando mi vida dentro de estos muros.
***