El asesino difuso / Lo que no fue

NARRATIVA EN VÍA LIBRE:


Soy un huevo frito atravesado por un tenedor.

Nunca podré volar. No seré eterno.

Solo unos cuantos bocados saboreados por algún imbécil.

Un desayuno más en la casi eterna lista de desayunos que consume algún ser humano.

Los humanos son altamente sugestionables.

Se creen casi todo lo que escuchan, lo que ven (leen), lo que piensan, lo que sienten.

Los humanos son imbéciles.

Ahora llevan algunos años con el cuento ese de que el desayuno es la comida más importante del día. Entonces nosotros empezamos a caer sobre los sartenes o al fondo del agua hervida como gotas de lluvia en inverno.

No importa qué tipo de ave hubiéramos podido ser. Yo, por ejemplo, un alcatraz patas azules.

Pero ahora no soy más que un huevo frito atravesado por un tenedor.

No seré eterno pero sí soy milenario. Andamos por acá desde la época de los dinosaurios. Los acompañamos a ellos y los vimos desaparecer, pero ese es un secreto. Los humanos no solo creen cualquier cosa sino que además se inventan cosas para después creérselas. Casi todo está mal contado. Estamos llenos de secretos.

Los tenedores no son ni eternos, ni milenarios. Comparados con nuestra historia, llegaron recién. Dicen que aparecieron en el siglo XI y se hicieron populares en el XVI, gracias a Catalina de Médici que lo introdujo en la corte francesa al casarse con el rey Enrique II.

Entonces aquí estoy. Yo, milenario y casi eterno, atravesado por un tenedor recién aparecido. Un tenedor don nadie venido a menos que, aún queriéndolo, nunca hubiera podido volar.

Yo no lo quise. Fue mi elección.

Preferí el miedo al vuelo y por eso ahora estoy acá, siendo nada más que un huevo frito atravesado por un tenedor.

Es curioso porque en el imaginario de los humanos cristianos un tenedor se asemeja al tridente del diablo que vive en el infierno, abajo del cielo donde vive dios, que en lugar de tridente tiene un báculo, y uno es bueno y el otro malo porque los humanos además de creerse todo, todo lo dividen en dos: bueno y malo, blanco y negro, hombre y mujere, caro y barato, rico y pobre…

Esos últimos no comen huevos al desayuno. Esos últimos comen mierda casi toda su vida, pero a nadie parece importarle, ni siquiera a ellos.

Yo también comí mucha mierda mientras decidía entre el vuelo y el miedo. Una angustia espeluznante se tomó cada una de mis células, tejidos y órganos, aún sin formar; las que luego pasaron a ser solo clara y yema, yema y clara.

No podía ni respirar, mucho menos cantar. ¿De qué sirve un pájaro mudo? El miedo tiene esa virtud –esa y muchas otras- nos enmudece y nos aniquila, o nos convierte en huevos fritos cuando pudimos haber sido un alcatraz patas azules planeando gustoso sobre un mar del mismo color; zambulléndome de vez en cuando para pescar algún bocado delicioso. Pero ahora el bocado soy yo: unos cuantos bocados saboreados por un imbécil.

Yo solía contar los días para mi eclosión y pensaba si mi pico sería lo suficientemente fuerte para romper el cascarón desde adentro, pero cuando llegó la hora definitiva –la del juicio final, la del tridente-, preferí no salir y dejarle lo de la rotura de mi cascarón al improvisado y estúpido chef que ni siquiera supo que yo hubiera podido ser un alcatraz patas azules.

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1 comentario

  1. Nat
    15/10/2019 at 19:05

    Que encanto de narración