Morir el mismo día que nací: Lucia Berlin y la vida literaria

Lucia murió el día de su cumpleaños 68, porque ya había ocupado todos los puestos de la ruleta, ya había completado todo, ser rica, pobre, hija, madre, adicta, abandonada, adúltera, sirvienta, maestra. Acompañó la agonía de su hermana enferma de cáncer e irónicamente murió de cáncer en el garaje de uno de sus hijos.

Por Débora Hadaza

 

El día 12 de noviembre de 1936 nació Lucía Brown, quién en su tercer matrimonio cambiara su nombre a Lucia Berlin. El 12 de noviembre del 2004 murió. Hay algo de belleza en morir el mismo día en que naciste, como la hermosura de un círculo perfecto, como la ilusión de la completud, de haber logrado todo, de haberlo hecho a tiempo, de haberlo hecho bien.

Es inexplicable que el trabajo de tremenda escritora haya sido ignorado por tantos años; ayer se presentó su segundo libro para el público de habla hispana en España Una noche en el paraíso, el primero Manual para mujeres de la limpieza nos llegó apenas en el 2015, a once años de su muerte, y se agotó a las dos semanas. Quizá el reconocimiento era lo menos importante, lo que realmente importaba para su obra ella ya lo había vivido y escrito.

Hace dos años escribí esto en mi blog: “Pienso que muchos de nosotros hemos querido vivir nuestra vida como una película o un libro. Imaginar que somos los héroes en nuestra propia historia, que saldremos siempre victoriosos de cada de uno de los embates que el destino nos presente… Lo más fascinante de esto es la frustración, el darnos cuenta que somos, en el mejor de los casos, nuestros protagonistas, pero no los escritores. ¿O no se han sentido así, como un simple personaje que a veces sólo logra ser un extra?”.

Protagonista, personaje secundario, o extra, Lucia Berlin se escribió en cada una de esas posiciones, vivió cada una de esas posiciones. Leer su libro “Manual para mujeres de la limpieza” es seguir el recorrido rizomático de sus memorias. De señora de la limpieza a jovencita frívola, de una yonki enamorada de otro adicto en el centro de rehabilitación a una enfermera, secretaria, recepcionista, maestra; de cuidar a una hermana moribunda de cáncer, a no poderse poner de pie en la agonía de una resaca; de adúltera que se fuga a Acapulco con su amante con todo e hijos, a una niña ignorada por su madre y abusada por su abuelo. No hay penumbras. La ficción y la autobiografía se mezclan. Se sabe, se huele, se siente que es ella, y a la vez no. Ella es la cruel madre alcohólica, el esposo adicto que la obliga a ser mula, el bebé al que no se atreve abortar y la bebé que aborta sin querer. El alcohol y la heroína, la maestra de literatura en el penal y la sirvienta sobrecalificada. Ella es Nueva York de los sesentas y  la ciudad de México de los noventas. Es Texas racista, y la gringa que vivió feliz en pueblecitos de la playa guerrerense. Es el protestantismo inútil que se sabe la Biblia pero que no defiende a una niña de ser violada. Y lo más terrible es que no lo niega, lo escribe sin indulgencias, sin rencores, casi sin dolor, o quizá eso último no es cierto, tal vez lo que hace es limpiar la herida como si fuera una molleja de pollo, darle la vuelta, y encontrarle un revés gracioso, o cuando menos irónico.

Su escritura no llega a ser terrible porque ella sabe atenuar la oscuridad, pero no el estremecimiento. No abusa de los adjetivos ni las descripciones, escribe casi quirúrgicamente, sangre fría de carnicero, pericia de cirujano, todo bañado en alcohol. Pero lo sorprendente es que es de su vida, de su fracasada, confusa, y errática vida. Ella sí pudo escribirse, se tomó como hoja, máquina, y tinta. La vida literaria es posible, aun en lo abyecto, en la  profunda noche oscura del alma ella demuestra que se puede salir de la autoconmiseración, desvestirse el luto, y escribir. La vida literaria es posible, no porque la vida sea buena, lógica, ni siquiera interesante; es posible porque alguien tiene el coraje de ponerse como protagonista, o incluso como extra, y desde ahí hacer sonar su mundo; como dice el poeta Ánuar Zúñiga “vivimos para reproducirnos, todo lo demás es poesía”.

Lucia murió el 12 de noviembre del 2004, el día de su cumpleaños 68, porque ya había ocupado todos los puestos de la ruleta, ya había completado todo, ser rica, pobre, hija, madre, adicta, abandonada, adúltera, sirvienta, maestra. Acompañó la agonía de su hermana enferma de cáncer e irónicamente murió de cáncer en el garaje de uno de sus hijos. Su existencia y sus relatos recorrieron desde Alaska hasta Chile, desde el desierto hasta el mar. Ya no le quedaba nada, todo ya lo había cumplido.

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A mí también me gustaría morir el mismo día que nací.

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2 comentarios

  1. LorenaF
    09/11/2018 at 13:59

    Me hiciste desear conocerla,, leerla.

  2. Miriam
    09/11/2018 at 21:39

    A qué edad empezó a escribir ?…Su vida parece interesante aunque personalmente no sé si valga “la pena” leerla.
    Por cierto, también a mí me gustaría morir el día en que nací.