¿Cómo ir más allá de la corrección política sin volvernos viejos lesbianos?
Por Débora Hadaza
Abro Facebook y veo un encabezado “una alumna de secundaría le dice a su profesor cállese viejo lesbiano”. Mi cerebro se ríe inmediatamente ¿Viejo lesbiano? ¿La niña no sabrá que el “ser lesbiano” es privilegio femenino? Mi cerebro se sigue riendo y piensa ¿cómo será el maestro para que le hayan dicho así? Recuerdo algunos profesores que he tenido en la vida ¿a alguno de ellos podría quedarle el mote de viejo lesbiano? Mi superyó dice que es grosero de mi parte pensar así, es grosero que la niña le haya hablado así a su profesor, además es políticamente incorrecto usar palabras denigrantes sobre la identidad sexual de alguien, es rudo y estúpido. Pero mi cerebro se sigue riendo, sí tengo ex profes que bien podrían ser viejos lesbianos. No puedo olvidar el asunto por más que quiera, todos los días aparecen memes y videos sobre viejos lesbianos. Evito el tema, no hay necesidad de entrar en polémicas bobas, además que medio mundo está muy divertido con el show. Hace algunos días una revista cultural “seria” acusaba que un Encuentro de Poetas muy reconocido, en alguna ciudad del interior, ha sido “secuestrado” por un puñado de viejos lesbianos, releo la noticia ¿Neta escribieron eso? Veo los nombres y pos sí, mi cerebro asiente, todos ellos lucen como viejos lesbianos.
Mientras tanto una de estas semanas entro a Facebook y todo mundo está hablando y compartiendo memes de la nueva Miss España. Algunos a favor de ella, otros muy en contra, otros muy en contra de las mujeres que la critican. Y luego veo un video dónde ella dice “soy mujer desde antes de nacer”. ¡Zas! ¡Chúpate esta Simone de Beavoir! Se amplían los campos de batalla. Las opiniones se dinamitan. Y quizá aparece lo más interesante de la polémica. Con esta declaración muchos transgéneros se sienten ofendidos, muchas feministas ven la imagen de esta transgénero como algo reaccionario, los conservadores se desternillan de risa ante su “ingenua” declaración. Escucho una plática de un adolescente, se queja amargamente de que ya no se puede decir nada, ya no se puede llamar a los jotos jotos, ni a las putas putas, ni a los negros negros. “Todos pueden expresar lo que piensan menos los que pensamos normal” remata. Veo en los comentarios de una publicación al respecto, como se lanzan contra alguien que dice que aunque Miss España tiene todo el derecho legal de ser llamada mujer y en general de hacer con su cuerpo lo que se le dé la gana, el que ella tenga tantas operaciones pone en desventaja a mujeres biológicas en un concurso de belleza. Su comentario no me parece errado, de hecho me parece cuerdo, pero de todos modos le tunden insultos que van desde homofóbica hasta vieja gorda y fea.
Publico en Tercera Vía un cuento en dónde ni siquiera se menciona la palabra “aborto”, pero porque va de una maternidad complicada llueven comentarios ardientes “próvida”, uno de ellos me arrancó la carcajada “pa qué no cierran las patas”. Circula en las redes un video de una chica en Argentina que dando un discurso se traba continuamente porque quiere usar el “lenguaje inclusivo”, – todes, les compañeres, venemes, etc.-, en un momento resulta cómico, más que eso ridículo, alguien, el ocurrente que no falta, le pega el video “Ene mesque perede en le pered” de Cepillín.
Hay días en que no sé cómo plantear mis pensamientos para que alguien no termine ofendido. A veces me harta, me parece cansado, me echo bronca con los próvida, los prochoise, la riego con las feministas, los machistas, los gayfriendly, los profamilia heteroparental. Dan ganas de hablar o escribir con subtítulos, otras nada más de enconcharme y decir “me vale, lo que yo digo es mi problema, lo que tú interpretas es el tuyo”. Pero…
Creo que hay una parte saludable en todo esto. Ya era hora de pensar lo que se dice. Ya era hora de que se pusiera censura a las ofensas. Me parece perfecto la penalización a quién use la palabra “puto”, al acoso callejero mal llamado piropo, que los términos de discriminación racial, económica, religiosa, sean censurados. Me parece perfecto que ya los bullys, machines y racistas se sientan limitados. Pero creo que también ya es hora de dar el siguiente paso y aprender a escuchar. No todos los que expresan cierto desacuerdo a alguna conducta, pensamiento, acción, expresión del colectivo LGBTTTI son homofóbicos. No todos los Provida son fascistas, machistas, y retrógrados que creen que la tierra es plana. El ser prochoise no te hace de facto proaborto, ni que odies a los niños o detestes la maternidad. El no llamarse feminista y tener cierto prurito con la palabra no quita que busques concientizar en contra a la violencia de género, que te manifiestes activamente en contra de los feminicidios, que te intereses en los temas de empoderamiento a la mujer. El ser ateo no te hace crítico ni te quita lo prejuicioso, pero tampoco te vuelve un cínico indiferente con la vida o lo espiritual. El ser cristiano no significa que apruebes la pederastia en la Iglesia, que discrimines a gente de conductas no heteronormativas, ni que seas racista, panista y totalmente Texcoco.
En la asfixiante telaraña que resultó la sociedad reflejada en las redes, hace falta aprender a oír, a empatizar aun antes de pretender que estamos pensando. Sí, hace falta medir las palabras para no esparcir el odio, pero también agachar el oído, limpiarnos las orejas de prejuicio para poder escuchar eso que cae entre las palabras del otro, para así tal vez aprendernos a comunicar.