Bertolucci, rape me my friend
Por Débora Hadaza
“Prepárate para tirar a todos los héroes y a todos aquellos que forjaron en el planeta un poco de historia. Prepárate para periodos de tiempo en los que la humanidad deberá encontrar nuevos héroes. Prepárate para todos los gandallas que se aprovecharán de esto… Todo debe reinventarse ahora.” JC Cf
“My favorite inside source
I’ll kiss your open sores”
Cuando somos traspasados por una obra de arte, cuando alguna nos ahoga los sentidos y las profundidades de nuestra humanidad, es imposible “no caer en amor” ante ella. Es fácil engancharse, buscar con desesperación una nueva dosis, ver una y otra vez la película o repetir la canción inagotablemente, buscar otra coreografía, otra pintura, otro libro, otra frase del mismo autor. Me recuerdo rezando versos de Neruda, Cavafis, Sabines, Paz, como si creyera que de ello pendía mi alma. Me recuerdo escribiendo mis frases favoritas de Eco, Joyce, Poe, y Cortazar, histéricamente en papelitos, servilletas, y cartas de amor. Después de leer El amante de Janis Joplin tuve que chutarme como “tratamiento” una novela tras otras de Élmer Mendoza; después de ver Señora Venganza necesité ver Old Boy y también Señor Venganza. Y así le podría seguir. Y así le podríamos seguir.
A veces no es una obra de arte sino ideas, teorías, tecnología, incluso una sonrisa. Algo que escribe, descubre, piensa, hace, tiene el otro, la otra, “les otres”. Algo que nos seduce y nos hace seguir sus pistas. Y sucede que casi sin darnos cuenta transferimos el amor que sentimos por eso que nos dio el otro (llámese canción, libro, película, tablet, sonrisa, etc.) al que lo creó o posee. Por eso las pubertas de los 60’ se desmayaban ante los Beatles y las de casi 1800 ante Mozart, por eso es que no nos conformamos con conseguir más de su trabajo sino que nos vamos tras los chismes y biografías. Así es como tristemente me enteré que mi amado Neruda fue un violador, que mi adorado Antoine de Saint-Exupéry un violentador de su “rosa” y que mi admirado Hawking un abusador.
“I’ll kiss your open sores…
You’re gonna stink and burn”
Aunque a veces no es así. En ocasiones el perfume de la genialidad deja de bastar para cubrir el apeste. A veces un rumor se convierte en demanda, la mantequilla ya no alcanza para suavizar la violencia que sometió a la novata, el sofoco de los gritos infantiles traspasan las paredes de las más ricas mansiones. A veces la ridiculización, la indiferencia, “la tolerancia” son sobrepasados por víctimas que ya no soportan callar.
Y ahí es donde nosotros, esos que amamos incondicionalmente eso que nos traspasó, sumergió, iluminó, nos dio sueños, o nos alegró la existencia, nos quedamos sin saber qué hacer, cómo actuar, de qué manera responder. La Teoría de la Relatividad no pierde trascendencia por la conducta de Einstein ¿voy a desechar los versos bajo la noche estrellada y al “Principito”? ¿a quemar todas las películas a las que les vio potencial Weinstein? ¿a desaparecer de la faz de la tierra El último tango en París y a Annie Hall? Sin embargo cuando escucho nuevamente que “los agujeros negros no son las cárceles que se pensaba, no te rindas, se puede salir” se me ensucia la sonrisa.
Do it, and do it again
Waste me
Rape me, my friend
¿Entonces a los genios se les perdona todo? ¿Debemos darnos la vuelta y fingir que no sabemos? ¿Por amor al arte, por lograr el efecto deseado se vale destruirle la vida a alguien? Y ahora no sólo pienso en las grandes vacas sagradas universales. Los maestros de arte, los que cierran las tapaderas de los pianos sobre los dedos de los alumnos inhábiles, los que obligan a los actores a agredirse, los que manosean a las cantantes mientras les dicen dónde deben apoyar su voz; los geniales acosadores en cualquier lugar donde brillen y seduzcan: universidades, casas productoras, bufetes, etc. Si lo pienso bien no puedo lavarme del todo las manos, de alguna forma los he justificado, al igual que “todos” admiro los resultados extraordinarios, es tanta mi necesidad de “droga culta” que cuando el maestro de Whiplash abofetea al alumno algo de mí piensa que vale la pena. ¿Dónde termina la suciedad y dónde empieza lo “rescatable”? Todavía me estremece Kevin Spacey en la escena final de Sospechosos Comunes, y Casey Affleck en Manchester en la orilla. ¿Como consumidora/adicta no he auspiciado y solapado esta violencia?
¿Deben quedar impunes? ¿Debemos desecharlo todo? ¿Se puede separar al humano, a la calidad de humano, de su obra? No lo sé, sólo siento una incomodidad casi dolorosa. Mis héroes están sucios y caídos. No quiero destruir todo, no quiero un nuevo mundo construido sobre cenizas hipócritas, pero no sé dónde exactamente está la hipocresía.
Rape me, rape me again
I’m not the only one