“El erotismo es una herramienta que nos permite conocernos”: Maritza M. Buendía en entrevista
La escritora zacatecana Maritza M. Buendía ha publicado Jugaré contigo (Alfaguara, 2018), su primera novela. Se trata de un libro cargado de una poderosa dimensión erótica, en donde el lenguaje —el cual revela la sólida narradora que es Buendía— construye un universo de símbolos en función del deseo de la protagonista, Susana.
Ella es una joven mexicana que se exhibe en uno de los escaparates sexuales de Amberes, Bélgica. Vestida como una muñeca de porcelana se prostituye para disfrutar de todas las variantes del placer. Especialmente, aquellas que nacen de su especial fijación por los pies masculinos. Expuesta en esta vitrina, la protagonista nace en el deseo y en la proximidad con lo masculino: Levent.
Él es un guía de turistas que conoció en Turquía, a quien le cuenta sus experiencias nocturnas con otros hombres. Todo es un juego que la misma Susana ha establecido: “No quiero tu amor, sólo tu deseo”. Ambos se entregarán a este pacto, en el cual la magia y el erotismo se tocan para acceder a un mundo sagrado.
Tercera Vía conversó con la autora para conocer más sobre su visión de la prostitución, la perversión, y las diferentes formas de explorar el deseo, así como la relación entre el fenómeno erótico y la literatura.
¿En una novela erótica qué es más importante, el lenguaje o la trama?
Las dos, porque se tienen que construir a la vez. En Jugaré contigo me centré en plasmar situaciones que en otro contexto pueden llegar a ser actos violentos, actos que incluso pueden ser catalogadas como una perversión, pero gracias al manejo del lenguaje esos mismos actos se vuelven un hecho estético. Para esto acudo a un sustento poético, exploro imágenes, metáforas, diferentes artificios del lenguaje. De alguna manera, este interés está en toda mi literatura.
¿El autor de una novela erótica tiene que ponerse límites o debe dejarse guiar por sus perversiones?
Primero es importante preguntarnos qué entendemos por perversión. En lo personal, cuando hablo de perversión me refiero a otra versión de las cosas. En este sentido, el arte en general es perverso, tiene que ser perverso, de lo contrario no sería arte. El artista tiene que trabajar lo que está fuera de lo ordinario —lo ordinario es la rutina, nuestro día a día—. El arte debe dedicarse a lo extraordinario, a la otra versión de los actos cotidianos.
El arte en general es perverso, tiene que ser perverso, de lo contrario no sería arte.
En cuanto a ponerse límites… quizá no de manera consciente el escritor se ponga esos límites. Pero sí creo que indudablemente el escritor se enfrenta a sus propios prejuicios y a sus propios tabús en el momento de la escritura, debido a que él también forma parte de una sociedad y, como tal, no puede escapar de una serie de procesos culturales en torno a cómo se ha comprendido el erotismo y la sexualidad.
¿Cuáles son los más grandes prejuicios de la sociedad mexicana en cuanto a la sexualidad, el deseo y el erotismo?
Dentro de la literatura te podría decir que cada vez hay una mayor aceptación de estos temas, hay una apertura a entender el fenómeno erótico dentro de su cabal complejidad, lo cual significa ubicarlo al mismo nivel que cualquier otro fenómeno del pensamiento humano. Esta apertura es lo que me interesa a mí transmitir, el darnos cuenta de que el erotismo es una herramienta que nos permite conocernos, explorar una parte también intelectual de nosotros mismos, así como una parte instintiva que está en relación con la muerte y con la vida, una ruta que nos cimbra en lo más profundo de nuestra condición humana.
En tu novela los personajes protagonistas pertenecen a culturas diferentes, ¿hay una diferencia en la exploración del deseo en la sociedad mexicana respecto a otras sociedades?
Estoy de acuerdo con la postura de Michel Foucault en su Historia de la sexualidad, donde hace la diferencia de cómo Occidente ha entendido la sexualidad respecto a Oriente. Él señala que en Oriente la educación sexual corre a cargo de libros manuales — tipo Kamasutra— donde hay un guía o un maestro que instruye en el arte de amar. En el caso de Occidente no es así, nuestra sexualidad la hemos entendido a partir del no decir, de los discursos velados. Ninguna es mejor que la otra, simplemente son maneras distintas de abordar un mismo fenómeno.
¿Cuál fue el origen de Jugaré contigo?
Una residencia artística en la ciudad de Amberes, hace ya algunos años. Parte de ese proyecto era escribir alguna ficción en torno a la ciudad, cualquier motivo, cualquier rasgo que quisiera yo rescatar o resaltar. Amberes es una ciudad noble, acogedora. Es la ciudad de los diamantes: hay infinidad de tiendas y talleres donde se trabaja el diamante. Además, es la casa de Rubens y los chocolates y trufas son deliciosos. Algo de todo esto rescato en mi novela, aunque los escaparates sexuales llamaron mucho más mi atención. Pasé una sola vez por la zona roja y los vi. Me parece que son distintos a los de Ámsterdam, donde el tema turístico es muy fuerte.
¿Cuáles son tus reflexionas acerca de la prostitución?
Dentro de mi novela, la prostitución se convierte en un tema que me permite crear un juego erótico. Ese juego erótico está cargado de símbolos, de un lenguaje poético. Algunos de estos elementos entran en relación con un universo que tiende hacia lo místico, lo mágico. La protagonista, Susana, es medio bruja, medio adivina, porque pertenece a una estirpe de mujeres que tienen un don amatorio. Ella descubre cuál es ese don que posee, cuál es esa cualidad, y a partir de ese saber amar se desencadena todo.
¿Tu novela se relaciona con el nuevo feminismo?
Susana es un personaje muy fuerte, muy arriesgada y valerosa, esto no quiere decir que carezca de su parte de dolor y ausencia —que también está trabajado dentro de la novela—. En este sentido sí entra dentro del papel de la mujer contemporánea que está muy en la búsqueda de satisfacer sus expectativas y propiciarse un ambiente donde pueda llegar a hacerlas realidad. Susana cumple con esos requisitos, es un personaje en búsqueda de su propia identidad. Ella propone un juego erótico a un hombre, y es entonces cuando la participación masculina se vuelve indispensable. Levent (el protagonista masculino) acepta participar en ese juego. Ambos participan de este juego donde el deseo en una veta de oportunidad para todo tipo de exploraciones.
En Jugaré contigo hay distintas referencias a otros escritores, entre las que se destacan las de Alejandra Pizarnik y Marguerite Duras, ¿cómo es tu relación con esos escritores?
En mi novela hay muchos guiños a otras obras clásicas de la literatura universal. Mi manera de relacionarme con estas obras es a través de un diálogo medio secreto, medio velado. Creo que en gran parte la escritura es eso, un dialogar con otros libros. Tengo constantemente ese diálogo con Juan García Ponce, con Inés Arredondo o con la misma Marguerite Duras. Pero también con filósofos como Georges Bataille, Pierre Klossowski o Michael Foucault. El diálogo con otras disciplinas, además de la literatura, me ha permitido indagar en conceptos en torno a cómo el erotismo se relaciona con la muerte y con lo sagrado, en el reto de crear personajes que ilustren tales conceptos. En mi novela también está presente El libro tibetano de los muertos. Estoy muy interesada en la necesidad que tiene el hombre por apalabrar la muerte. Algo que, de hecho, es imposible de apalabrar.
Me gustaría hablar sobre Juan García Ponce, un autor que conoces bastante bien. Ahora hay nuevas lecturas alrededor de su obra, también a partir del feminismo, porque fue un autor que redescubrió nuevas posibilidades en cuanto a temas y exploraciones del erotismo dentro de la literatura mexicana, ¿Cuál es tu lectura de García Ponce?
Lo que me parece valioso de Juan García Ponce es que detrás de la construcción de personajes tan fascinante como Inmaculada o Paloma, demuestra que la mujer tiene a su cargo el universo simbólico, ahí donde el hombre se convierte en un espectador. El hombre contempla, desea acercarse a ese universo, pero sólo logra tocar su superficie. Los personajes femeninos de García Ponce —y de Inés Arredondo también— están consagrados a otra cosa, dirigidos hacia un fenómeno mucho más complejo que parte de la carne pero que proyecta el problema de lo sagrado.
Son lo mismo. Todos buscan apalabrar algo que de entrada resulta inapalabrable: el arte, el erotismo, el amor… Creemos que como humanos podemos acceder a ello, pero es un entrar a la zona de lo inefable, que es la zona de la muerte, donde ya no podemos usar las palabras porque simplemente ya no existen. Y no por una incompetencia lingüística, sino porque justo ya no hay palabras. Entonces, como humanos, rodeamos y rodeamos, queremos acercarnos a esa zona, y lo más que logramos es atisbar que ese territorio no nos pertenece, es la zona de los dioses.